La semana que siguió fue una completa locura. El trabajo no era mucho en sí, pero lo que más difícil me resultó fue justamente interactuar con la gente: En la comodidad de mi anterior cubículo solo tenía que lidiar con Yamila, llevándole los papeles que me pedía. Pero ahora, como supervisora, debo recibir todos los archivos de los demás miembros de la oficina, chequear que estén en orden y pasarlos al Gerente, es decir al señor Da Silva. A su vez el señor Da Silva pide ciertas tareas al equipo y yo debo encargarme de distribuirlas con los demás. Me morí de miedo la primera vez que lo hice, cuando me presentó, creo que incluso tartamudeé, pero nadie se rio, al contrario, todos han hecho su trabajo a la perfección. Es en momentos como este que me lamento no haberme acercado más a los demás e intentar hacer “buenas migas”.
Y llego el día en que una de las chicas de la oficina me entrego una planilla mal confeccionada, era Oriana Torres, una chica que había arrancado poco antes que yo me accidentara. Había venido en reemplazo de Tamara, otra chica que se fue porque no toleraba los tratos de Yamila. Me alegra saber que ha perseverado en el trabajo, es bastante tenaz. A la planilla que me acababa de entregar le faltaba una columna con un dato de vital importancia, por lo que debía decírselo. En mi experiencia con la anterior supervisora, si había algo que me molestaba mucho era la forma despectiva en la que me corregía los errores, hubo veces que incluso se me rió en la cara, pero yo no quería ser así, quería ser una mejor persona, por lo que trate de mostrárselo con más amabilidad.
— Mmm… Oriana, disculpa, pero a esta planilla está incompleta…
— ¡Oh lo lamento!- dijo la jovencita que siempre pintaba círculos de rubor rosado en sus mejillas,- lo volveré a hacer todo de nuevo.
— No, no, no es necesario que hagas todo de nuevo,- dije moviendo las manos de un lado a otro,- solo agrega esta columna que falta aquí y listo.- digo señalando el papel.
— Oh vaya.- dijo sorprendida,- ¡De acuerdo! ¡En seguida lo hago señorita Guadalupe!- y alegre volvió a su cubículo.
No sé si lo hice bien, tal vez le molestó que le marcara un error. De seguro ahora piensa que soy una gorda cerda desagradable que no tengo nada mejor que hacer que fastidiarle la vida los demás para camuflar mi infelicidad por haber nacido gorda…. Si… eso debe pensar.
A los pocos minutos Oriana vuelve con otro papel, esta vez con el error corregido.
— Muchas gracias Oriana, ahora está muy bien, en seguida se lo paso al señor Da Silva.- Ella sonrió de oreja a oreja, y antes de retirarse me dijo.
— ¡Qué bueno! Gracias por haberme marcado cual era el error, la anterior secretaria solo se reía de mi torpeza y me mandaba a hacerlo todo de nuevo hasta que descubriera qué estaba mal por mí misma, pero tú eres muy amable y explicas bien las cosas, eso ha sido de gran ayuda Guada, ¡Digo! Señorita Guadalupe.- Me sorprendió aquella respuesta, no me esperaba que se tomara a bien mi corrección, pero en el fondo sentí un gran alivio de no haberme ganado el odio de mis compañeros en mi primera semana de supervisora.
— Tranquila, puedes llamarme por mi nombre, no me molesta. Recuerda que hasta hace poco estábamos en el mismo puesto.
— Perfecto, entonces te digo Guadalupe.
Y como si el trabajo de oficina no fuese suficiente, una vez por semana viene un cadete de mensajería con una encomienda de una Sucursal con todos los recibos y facturas que utilizaron. Como es natural nuestro departamento debe hacer la evaluación de esos documentos y, a pedido del gerente, hay que digitalizarlos. Así que los martes, que es el día que llega el cadete, tengo que designarle a alguien la tediosa tarea de escanearlos. Uno por uno. Si me preguntan a mi es una tortura. Expliqué la tarea y pregunté quien quería hacerlo, las caras hablaron por si solas, pero afortunadamente un chico, Ignacio, se ofreció de buena gana a hacerlo. Al parecer le gusta hacer tareas repetitivas. Lo tendré en cuenta para el futuro.
Cuando llega el horario del almuerzo tomo mis cosas y me dispongo a bajar para tener un momento de tranquilidad en alguna parte del comedor del 5to piso, Ahí suele haber una cafetería y muchas mesas, a veces compro ahí la comida o simplemente la traigo de casa y me siento en algún lugar apartado a comer sola mientras me escribo con alguien, generalmente a quien molesto es a Vanesa, que recién se despierta y está desayunando, pero últimamente también le escribo a David si veo algún estado gracioso, y él de inmediato me sigue el juego.
Antes de bajar a almorzar me asomé a la oficina del gerente para avisarle ya que pierde la noción del tiempo estando ahí encerrado. Nunca lo vi salir a almorzar en todo el tiempo que llevo trabajando aquí. Golpee la puerta y luego de oír el “adelante” entré.
— Señor Da silva, - dije asomando mi cabeza por la puerta de su oficina, el seguía igual que siempre, enfrascado en la pc, solo alzo la vista un momento para verme,- ya es la hora del almuerzo….
— De acuerdo,- dijo volviendo su vista a la pantalla,- ve tranquila.
Me lo quede viendo un momento más, y decidí que en esta ocasión no me quedaría con la duda, tome coraje para preguntarle.
— Señor,- este volvió a mirarme,- ¿quiere que le compre algo para comer?
— No es necesario, ya tengo mi almuerzo,- dijo metiendo la mano en uno de sus cajones y sacando un paquete de papas fritas y una bebida energizante.
— Ya… ya veo… de acuerdo me marcho.
Cerré la puerta tras de mí y mientras bajaba por el ascensor pensaba en cómo podía llenarse con tan poco. Me preocupó. Supongo que el cuerpo de alguien delgado se llena con eso pero, ¿Qué hay de los nutrientes? Un día comer esa tipo de comida no afectaría en nada su salud, pero ahora que lo pienso, nunca lo he visto comprar comida o traer algo de casa. ¿Será que come ese tipo de comida siempre?
A partir de ese momento empecé a prestarle más atención al señor Da silva, al parecer mis sospechas eran ciertas: no comía bien. Se la pasaba bebiendo café de la oficina toda la mañana y cerca al medio día comía una bolsa de frituras que compra antes de entrar al trabajo seguramente porque casi nunca salía de ahí. Además padecía del ojo seco y a cada rato se colocaba las benditas gotas para los ojos. Me pregunté si acaso no tenía alguien que se preocupe por él, alguien que al llegar a casa lo riñera por ser tan descuidado, pero aún no tenía esa confianza para hablar con él de esos temas. Nuestro trato era meramente laboral, yo trataba de molestarlo lo mínimo e indispensable y él a mi también.