Todos quieren a la gordita

Capítulo 36 Héctor

Termino de firmar el último de los documentos y se lo entrego a Luisa, mi secretaria, ella corrobora que este todo en orden y se marcha dejándome al fin solo en la oficina. Me reclino sobre mi silla y giro para ver el paisaje a mi espalda.

Una de las ventajas de tener la oficina en un piso alto es la capacidad de ver toda la ciudad con facilidad. En la lejanía puedo ver el edificio de la competencia, Mausser Company, en donde actualmente mi hijo menor y sus compañeros están haciendo las pasantías, y donde también esta esa muchacha.

Jamás pensé que, a esta altura de la vida, podría llegar a necesitar tanto ver a una mujer como lo anhelo ahora. No puedo sacármela de la cabeza a esa niña desde el día en que la vi.

Cuando la conocí en aquel gimnasio y me percaté de que no me reconocía, aun viéndome a la cara directamente, supe que no era la típica chica que esta pendiente de la farándula. Eso ya me agradó.

Al verla dia tras dia esforzarse en hacer los ejercicios ignorando aun el claro desprecio del mocoso Darío me hizo respetarla mas. No es de las que se rinden fácilmente.

Es algo insegura con su cuerpo, pero realmente no lo entiendo: solo con un vistazo cualquier hombre se daría cuenta que tiene todo lo que debe tener, y en abundancia. Lo que pagarían las modelos de publicidad por tener esos pechos naturales o esas caderas tan prominentes... Bajo esa capa de inseguridad con su cuerpo se esconde una mujer sumamente sensual. Si tan solo se dejase guiar por mí… yo podría hacer de ella una verdadera mujer.

Pronto se hizo presente la idea de tener su cuerpo bajo el mío en la cama. El deseo de hacerla mía cada vez era más urgente. Tome el teléfono para escribirle nuevamente.

Desde el dia que le di mi numero y ya sabiendo mi verdadera identidad, supuse que no faltaría mucho en concretar una cita. Pero grane fue mi sorpresa al ver que no accedía. Eso hirió en parte mi orgullo y me hizo sentir atraído a ella cada vez más. Quizá lo siento como un desafio, por el hecho de que nunca realmente me esforcé por conquistar a una mujer. Partiendo desde mi mismo matrimonio con Anna. Luego vino el divorcio, y con ello la fama y prestigio de ser un empresario pujante y soltero, gracias a ello nunca tu ve problemas de conseguir pareja …. Pero ella, ella es diferente

Originalmente pensaba darle más espacio pero me está matando la ansiedad.

“Hola Guadalupe, como estas?

Disculpa que te moleste pero realmente me gustaría oír tu voz, ¿Puedo llamarte?”

Luego de enviarlo vuelvo a clavar la vista en el paisaje de la ciudad, observo como los autos transitan las calles de aquí para allá, un camión de bomberos a la lejanía y transeúntes por las veredas, casi tan pequeños como hormigas. Aunque trato de distraerme no puedo dejar de pensar en ella, mi pecho se siente oprimido, ¿hace cuánto que no sentía esto?

No tardo en sonar el teléfono con la respuesta

“Hola Héctor, disculpa pero realmente no es un buen momento, estoy en medio de un smlsdjcn incendio”

Mis ojos se abren de par en par ¿un qué? Parece que escribió deprisa y lo envío. ¿Acaso está en medio de un incendio?

“Disculpa, no entendí, me lo puedes repetir?”

Espero unos minutos pero el mensaje no es leído aun, mi preocupación aumenta y comienzo a llamarla mientras me pongo de pie y veo más detenidamente en esa dirección.

Observo a la lejanía el edificio y no parece salir humo por ninguna parte, sin embargo estoy seguro de haber visto pasar un camión de bomberos en esa dirección.

— Vamos niña, contesta.- murmuro impaciente.

Nada.

— ¡Maldición!

Cuelgo y llamo a Ulises mientras me pongo el saco, sé que es en vano, nunca tiende mis llamadas, pero al menos tengo que intentar. Con premura salgo de la oficina y Luisa se sorprende.

— Señor Centurión, ¿ocurre algo?

— Parece que algo paso en el edificio donde trabaja Ulises. – Llamo al ascensor.- Dile al chofer que aliste el auto.- ella alza el tubo del teléfono para marcarle y mientras agrega.

— Señor, en media hora tiene una cita con…

— Cancela todas mis citas, Luisa.- digo aun sosteniendo el celular en el oído.

— Como ordene.

Llega la bendita jaula metalica, m meto en ella y aprieto el piso del estacionamiento en el subsuelo. Por más que insista ninguno de los dos me responde. No podre estarme tranquilo hasta que los vea.

Entro al ascensor con un nudo en el estómago.

— Espero que estén bien.




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