Todos quieren a la gordita

Capítulo 65

Me quedé en el lugar del derrumbe, junto a su madre, hasta la mañana siguiente. Ya con luz natural, el equipo de rescate pudo trabajar mejor y lograron sacar varios escombros hasta que encontraron la chaqueta ignifuga y el tanque de oxígeno de David abollado. Nada más.

La policía concluyó que, al no poseer su chaqueta, el cuerpo de David pudo haberse quemado por completo y no dejar rastro, por lo que detuvieron la búsqueda. Y tanto el cuerpo de rescate como la policía se retiraron del lugar dando la orden de volver a sus labores habituales.

Sus compañeros más allegados, como Mónica y Amadeo, se negaban a finalizar la búsqueda, sin embargo el Comandante, Jorge, les ordenó retirarse. Estaban llenos de impotencia pero tuvieron que obedecer. La madre de David, aunque permaneció fuerte mucho tiempo, se quebró y comenzó a llorar. Entre todos la consolanos y luego le recomendaron que hiciese un velatorio simbólico, ya que no había cuerpo, ella dijo que lo pensaría y luego se retiró del lugar.

Por mi parte volví a casa y no he salido desde entonces, dormir y llorar, es lo único que he hecho desde anoche.

No tenía ganas ni fuerzas para levantarme de la cama, pero ante los maullidos incontrolables del señor bigotes tuve que hacerlo para alimentarlo, me obligue a cocinar, algo sencillo, para calmar las tripas que gruñían, pero el acto de introducir comida en la boca ya no era agradable, ni me daba satisfacción, solo lo hacía para mantenerme viva, pero ¿con qué propósito?

Debido a su relación con Monika, Vanesa se enteró, me llamó de inmediato para ver cómo estaba y por la tarde vino a verme. Y aunque me ayudo a distraerme contándome tonterías tal así que incluso llegue a reírme, en cuanto se marchó volví a mi amargura.

Debido a que falté al trabajo los de recursos humanos me llamaron pidiendo explicaciones. Les dije que me sentía mal pero que no tenía certificado médico. Me recordaron mis obligaciones laborales y me dijeron que se me descontaría el día por no tener justificación. Ja! Como si me importara!

Acaba de morir el hombre que me salvo la vida, que me valoro por cómo era, con quien podía ser yo misma… mira si me voy a preocupar por el estúpido presentismo….

Vuelvo a llorar.

Al día siguiente decidí reincorporarme al trabajo, si seguía encerrada en casa me volvería loca pensando y pensando. No tenía caso.

El problema eran las ojeras y los ojos rojos, evidencia indiscutible de todo el llanto. Traté de maquillarme pero solo se notaba más, así que opte por ponerme unos lentes de sol. Al llegar al trabajo obviamente llame la atención de mis compañeros, pero solo dije que me había salido un orzuelo y bastó para calmar la curiosidad. Sin embargo quien no parecía satisfecho era Alejandro.

— ¿Por qué no viste ayer?- inquirió en saber cuándo fui a llevarle unas planillas a su oficina.

— Me sentía mal, lamento no haber avisado antes.-Conteste tratando de sonreír disimulando mi tristeza. Alejando me miraba impasible, como siempre.

— Mientes.- Dijo.- Paso algo.- Él sabe leerme demasiado bien, yo trague saliva, no estaba segura de contarle.

— N… no ha pasado nada, en serio.- Sonreí de nuevo lo mejor que pude.- Puedes estar tranquilo.

Afortunadamente no insistió, simplemente retomó la conversación del trabajo.

Continué todo el día concentrada en el papeleo, tanto así que no me di cuenta cuando llegó el horario de salida. Solo cuando levante la cabeza para ver a mi alrededor noté que ya se habían marchado todos. Solo quedabamos Alejandro y yo. Me quité los lentes para frotarme los ojos, me dolían. Quizá deba pedirle esas gotas que usa Alejandro para sus ojos secos. No, si se las pido notará que estuve llorando.

Justo en ese instante él sale de la oficina con su maletín, yo rápidamente me vuelvo a colocar los lentes oscuros.

— ¿Aun sigues aquí? ¿No habías terminado?- pregunto sorprendido.

— Ah sí, solo me entretuve con algo, ahora terminaré de acomodar unas cosas por aquí y salgo.- Alejandro hizo una pausa larga y finalmente dijo

— De acuerdo. Nos vemos luego.-Y se alejó.

— Nos vemos…

Cuando escuché el sonido de las puertas del ascensor cerrarse suspire aliviada. Me quité los lentes otra vez, me recosté en mi silla, tire a cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Estaba cansada y no tenía ánimos de nada, permanecí así unos minutos hasta que me obligué mentalmente a levantarme. Si seguía quieta sin hacer nada los recuerdos volverían. Tome mis cosas y me dirigí hasta el ascensor. Y, a pesar de que ya era tarde y no debería haber nadie, cuando las puertas se abrieron me lleve una sorpresa.

— Sabía que no estabas bien.- Dijo Alejandro que se había quedado esperándome dentro del ascensor. Yo automáticamente bajé la vista y traté de ocultar mis ojos acomodándome el cabello. Alejandro salió el ascensor y llevando su mano a mi mentón me hizo alzar el rostro.- Tienes los ojos rojos.

— No puedo ocultarte nada, ¿verdad?- Y sin decir nada él me abrazó.

No sé porque, quizá la confianza que me generaba él o la sensación de protección que me daban sus brazos, pero automáticamente me aferre a él y rompí en llanto. Creí que mis ojos estaban secos y sin embargo ahí estaba, llorando de nuevo. Las lágrimas salían y salían sin poder detenerlas…

— ¿Qué te paso?- dijo con voz calma, sin dejar de abrazarme.- ¿quién te hizo daño?- Preguntó.

Ojala fuese tan sencillo como culpar a alguien. Nadie tenía la culpa de que ocurra un accidente… Tal vez pudiera culpar a la vida, al destino, a Dios… pero no tenía caso. Tome aire tratando de calmarme para verbalizar y darle una explicación.

— Él… murió.- Era la primera vez que lo verbalizaba. Volví a romper en llanto apoyando la frente en su hombro.- David murió en un incendio… Yo no pude verlo… no pude….- la pena me invadió y ya no pude controlar más el llanto. Alejandro entendió, se limitó a abrazarme más fuerte, en silencio, por un largo rato mientras el sonido de mi llanto resonaba con fuerza en la oficina fría y vacía.




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