Al día siguiente, cuando pase de nuevo por aquel mismo sitio fue inevitable no detenerme a mirar. Una parte de mi no entendía porque le daba tantas vueltas a aquel asunto. El chico seguramente era algún desamparado o ladronzuelo que había buscado un lugar tranquilo donde fumarse un cigarrillo. No había una razón lógica que justificara perder mi tiempo en aquellos pensamientos.
Y entonces allí estaba. Saliendo de detrás del tronco del sauce, con las mismas ropas negras que llevaba el día anterior. Eran cerca de las dos de la tarde y aunque el sol yacía en su punto más alto un escalofrió me recorrió el cuerpo. No podía verle muy bien la cara, pero distinguí sus rasgos angulares aun en la penumbra que le daba la sombra del árbol.
Él empezó a caminar casi con cautela hacia donde estaba yo, sereno, como si no quisiese asustarme, pero era tarde ya. Tome las correas de mi mochila con ambas manos y comencé a caminar a prisa.
No llevaba más de quince pasos cuando gire a mirar; No había nadie a la vista en aquel lugar.
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Editado: 25.01.2019