Pasó el fin de semana y no pensé en aquel extraño suceso más de un par de veces. En esos dos días mi mente se encargo de fabricar cientos de teorías que desacreditaban la posibilidad de que aquel chico pudiera representar para mi algún tipo de novedad. Era solo un extraño en un parque que, pensado detenidamente, no era la cosa más inusual del mundo. Solo debía no dar tanta importancia a cualquier cosa que veía.
Volvía de la escuela a mi hora regular de salida, dos de la tarde.
Al pasar por el parque iba decidida a ni siquiera mirar hacia ese sitio.
Pero no pude evitarlo.
Lo percibí por el rabillo del ojo, sentado en aquel columpio, luego no me detuve a pensar si era prudente mirar o no.
Y allí estaba él, sentado con las manos aferradas a las cadenas que sostenían el tablón donde se hallaba sentado. No se mecía ni se movía, solo miraba hacia el piso impasible.
—Deberías irte —sus palabras fueron mas una sugerencia que una orden, pero al oír su voz, serena y clara, casi sentía que lo tenía frente a mí y no a la cierta distancia que nos separaba.
Mi mente quería decir algo pero mis labios no encontraron las palabras, así que opté por seguir su concejo y volví a casa, esta vez tan asustada como intrigada.
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Editado: 25.01.2019