Toma mi alma

XX

Los nervios del examen de matemáticas hicieron que toda la mañana mi mente estuviera llena de números, ecuaciones y matrices. Pero al llegar las dos de la tarde mi mente solo era capaz de pensar en una cosa. En él.
Llegue frente al parque y me quede en la acera mirando hacia el sauce. No se veía a nadie pero yo ya sabía que eso no significaba que él no estuviera.
Me pregunte una vez más si estaba haciendo lo correcto. Estaba vez dude, pero reuní el valor que aun me quedaba en el cuerpo y antes de cuestionarme si era suficiente para lo que iba a hacer, me metí a través de la brecha.
Llevaba una franela de mangas largas puesta y una falda hasta las rodillas así que podía sentir la maleza rozarme las pantorrillas. Sudaba un poco por el calor que hacia pero los nervios también eran culpables en esto.
Al llegar al árbol no vi a nadie, pero empecé a sentir esa tristeza que se siempre percibo cuando él aparece.
—Pensé que no volverías —su voz era inexpresiva.
Al voltearme hacia el columpio lo vi sentado, meciéndose levemente sin despegar los pies del suelo.
—El viernes no he podido venir, había personas… —aunque decía la verdad sentía como si estuviera mintiendo. Mi voz era dudosa.
—No tienes que darme razones —se limito a decir—. Solo pensé que ya no querrías cumplir tu promesa.
—¿Porque no querría? ¿A caso hay algo que no sepa? —me sentía a la defensiva, como si sintiera que él sabía algo que yo no. Algo que no quería decirme.
Él no dijo nada.
—He estado buscando información —dije al contemplar su silencio.
—¿Has encontrado algo? —no sonaba muy entusiasmando por una respuesta.
—Algo así —empecé—. He encontrado… mitos, relatos. Viejas historias sin mucha credibilidad.
—¿Qué clase de historias? —levanto levemente su cara. Pude verle el mentón y los labios, los cuales no reflejaban ninguna emoción humana.
—Nada importante. Trataban de… —dudé de seguir, pero algo me impulsó a continuar— seres que intentaban poseer a las personas. Criaturas malvadas que engañaban a los humanos.
No quería hacerle pensar que yo creía que él era uno de ellos. Pero el pareció entender por donde iba todo esto.
—Demonios —lo dijo tan calmadamente que se me heló la sangre.
—Si —titubeé dando instintivamente un paso atrás.
El miro mi acción y se incorporo de pie. Un sentimiento que nunca había sentido impregno todo con fuerza. Era un dolor ligado con tristeza y decepción. Casi no podía soportar sentirlo tan propio porque sabía que era de él de quien se desprendía.
—Piensas que yo lo soy —no era una pregunta, lo dijo como aseveración.
Tenía el corazón en la garganta. Sentía miedo, sin duda, pero por muy ilógico que suene, no era miedo hacia él sino de lo que iba a decirme. No podría soportar que lo afirmara.
—¿Lo eres? —hice la pregunta con un hilo de voz.
Miró penetrantemente hacia mí, o eso sentí que hacía, para después levantar sus manos hacia su rostro, tomar los lados de la capucha que mantenía su cara entre tinieblas, dejarla caer sobre su espalda y exponer su rostro por completo.




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