El transcurso de mis clases fue normal, tan calmado que por un breve momento olvidé todo lo que ocurrió ayer.
Algo casi imposible, cuando el miedo y la ansiedad aún persisten en mi.
Tal como lo prometí, no fui a pasear con mis amigos, como era común. Así que regresé a casa, casi de inmediato de salir de la universidad.
Pasé cerca de la estación de policía en mi recorrido de regreso, viendo aquel lugar como mi última esperanza. Pero mientras más lo miraba, mi miedo interior me agobiaba. Hasta el punto de sentir impotencia, apretando con fuerza el tirante de mi mochila azul.
Más personas morirán, debo detenerlo.
¿Pero, cómo?
De repente aquella voz áspera y grave, sonó detrás mío de forma clara:
—¿Realmente crees que te creerán?
Conejo.
La impresión fue tanta, que salté del lado contrario de donde provino su voz y toqué mi oreja, como si esta hubiera sido dañada por solo oírlo.
—Tú, tú... —tartamudeé.
Portando una mascarilla y un gorro negro. Su apariencia original pasaba desapercibida en ese momento. Ya que era un estilo común de llevar.
Pero era imposible no reconocer esa voz y mirada siniestra.
—Estoy frente a este lugar, ¿me culparás ahora?
Hazlo, hazlo ahora.
Sin pruebas, ¿quién me creerá?
Además, este loco me ha seguido para vigilar mis movimientos.
Retrocediendo más, traté de buscar una salida para huir.
—No lo haré, yo tengo que irme.
Sentí sus brazos envolver mi cuerpo en un abrazo abrupto, siendo mi reflejo el quedarme sin moverme, como si hubiera paralizado todo mi cuerpo.
Era el mismo reflejo que hacía un pequeño animal, para que su depredador no lo matara.
Solo con la diferencia, que yo no podía huir.
—Conejo, eres miedoso. Estoy algo decepcionado. —su voz sonó en un susurro—. Tú no eres así.
La gente que pasaba alrededor, nos miró de forma curiosa y extraña.
Sintiendo que nos estábamos convirtiendo en el foco de atención.
En ese instante deseé poder pedir ayuda, pero aquello solo sería algo que las personas ignorarían.
Alzando con fuerza mi brazo derecho hacia atrás, logré que él se apartara de mi. Hablando de forma clara y fuerte:
—Tú no me conoces, yo también fingiré que tampoco te conozco.
La mirada de aquel sujeto se tornó consternada, burlándose de mis palabras:
—¿Fingir? Tú me conoces, me conoces muy bien. Y yo también...
Conozco todo de tí.
—¡No! No es así, eso es imposible. —Apreté mis dientes y expresé de forma directa—. ¿Estás jugando conmigo?
Después de terminar ¿Me matarás?
—¿Cómo puedo matar algo tan importante? Estoy loco, pero no tanto. —De forma inesperada se acercó a mí y alzó mi mentón, acercando mi rostro hacia él —. Mírame bien a los ojos, ¿crees que miento?
El color de sus ojos era tan claros, casi amarillentos. Que se parecían a los de un lobo con ganas de acechar a su víctima, ansioso por sangre.
—Déjame ir, debo regresar.
Mi familia me espera.
Soltándome de forma abrupta, el brillo de sus ojos se apagó por un momento y pareció mostrar molestia.
—Tu familia ¿Tu familia? —Una risa maniática resonó en tono burlón, posando su mano en su pecho—. Yo soy tu familia.
Arrugando mi entrecejo, ya mi mente se estaba acostumbrando a sus delirios confusos. Así que armándome de valor, lo miré directamente a los ojos de nuevo.
—Dices que no me matarás.
Pero, también no toques a mi familia.
Viéndome un poco sorprendido, su expresión se tornó satisfecha.
—Esa mirada de enojo. Me gusta, me gusta mucho. Dime, ¿qué harás para no hacerlo?
Mostrando conmoción por su pregunta, mi expresión se mostró desesperada.
—¿Qué quieres de mi?
Estiró su pálida mano izquierda hacia mi rostro, sintiendo un escalofrío al tocar mi mejilla derecha. Su mano estaba tan fría, que parecía estar muerto.
Cuando acercó su boca a mi oreja, sus palabras salieron en un susurro:
—Solo quiero una cosa de ti. Quiero ver tu verdadero yo. Ese tú que está atrapado en esta vida falsa.
Retrocediendo un poco, él soltó me inmediato. Repitiéndose en mi mente lo último dicho por él.
Era tan absurdas sus palabras, que por más que quisiera ignorarlas, más resonaban en mi cabeza.
—Quedan cuatro.
Mi rostro se alzó consternado al oír aquello.
¿Cuatro víctimas más?
—¿Debería darte de regalo una parte de ellos? Sé que te gustarán —enfatizó en un tono seguro.
Apretando mis labios, expresé exaltado:
—Ellos no te han hecho nada, ¿por qué quieres ma..?
Quise decir matarlos muchas veces, pero mi lengua se trabó con solo sentir la presión de su mirada.
Por breves segundos, deseé que alguien hubiera escuchado nuestra conversación, pero la estación de policía estaba casi vacía, la gente de alrededor estaba muy lejos de nosotros. Y aquellas cámaras tan antiguas, ni siquiera captarían nuestra voces.
Era en vano, no había pruebas nuevamente.
Y él lo sabía.
—Estás desesperado, siento tu miedo. —Se acercó a mi y se paró al costado mío, su voz áspera sonó fría—. Esos inútiles nunca estarán cuando más lo necesites, solo te voltearán a ver cuando estés arruinado.
—Eso no es...
Él siguió hablando:
—Mira tu yo interior, ahí están todas las respuestas a tus preguntas.
Después de todo, nosotros somos uno solo. Mi conejo.
Cuando él se fue, me quedé en silencio por unos segundos, parado en medio de miradas curiosas.
Sintiendo mi respiración ser entrecortada y mi mente enlazarse en confusos pensamientos.
Apreté mis labios hasta sentirlos sangrar, gritando de forma inesperada para las personas que me aún veían:
—¡Tu! Tú...
¡¿Quién demonios eres?!
Cuando cayó la noche, mi corazón y mente se habían calmado un poco.
No debía enloquecer, ya que tal vez ese era el objetivo de aquel sujeto.
Quería soluciones, pero solo me estaba hundiendo en mi miedo.
Era en verdad patético.