Tormenta Black

I

3 de enero, 2015

Charlotte

Los rayos de sol atravesaban la ventana para llegar directamente a mi cama. Gruñí volteándome para quedar boca abajo y seguir durmiendo, pero fue en vano. Quise maldecir cuando sentí una fuerte punzada en mi cabeza. Tenía resaca y era de las peores. No recordaba que había tomado anoche o si quiera si no me había drogado.

Me puse las dos manos en la parte inferior de mi nuca para sí poder aliviar el dolor de cabeza, pero no servía de nada. Sentí que se me partía en dos.

Demonios

Sin abrir los ojos me levanté lentamente y me senté en el borde de la cama bostezando. No podía pegar el ojo de nuevo, tenía que buscar pastillas urgentemente si quería seguir aliviar el tormentoso dolor.

Me relamí los labios y poco a poco fui abriendo los ojos. Parpadee acostumbrándome a la claridad. Volví a bostezar y mire un punto fijo x hasta que un ruido me sobresalto.

¿Qué mierda?

Mire a mí alrededor con el ceño fruncido, algo no cuadraba. Me di cuenta las paredes de esta habitación eran azules y las mías son blancas, el escritorio era gris y el mío es negro. Mierda. No era mi habitación, estaba de más decirlo y peormente mi casa

¿Dónde demonio estaba?

Mire mi vestimenta que llevaba puesta y como pensaba, no estaba con la ropa que tenía antes de salir. Tenía puesta una camiseta de hombre que me llegaba por debajo de los muslos.

Maldije por lo bajo por no recordar nada de la noche anterior.

Antes de comenzar alarmarme, cogí un bate que encontré en un rincón de la habitación. No sabía dónde estaba y tenía que tener algo con que defenderme. Aunque parecía todo menos un secuestro, pero de igual forma no bajaría la guardia. No hasta saber si era seguro el lugar. Abrí la puerta con sigilo para irme lo más rápido posible de ahí, pero algo me detuvo. Solté un grito ahogado cuando vi a un chico en la entrada de esta.

– ¿Por qué tienes mi bate? –fue lo primero que dijo confuso el desconocido. Lo mire incrédula y con desconcierto. No era muy normal y agradable despertar en una casa ajena, sobre todo estar solo en bragas con una camiseta que me cubriera a duras penas.

– ¿Quién diablos eres? –pregunté tratando de mantener la calma – ¡Porque estoy así y aquí! –exclame enojada mirando la ropa que llevaba puesta mientras trataba de estirar un poco más la camiseta para cubrirme. Me sentía tan vulnerable y odiaba eso.

–James Nowell –se presentó mirándome con una gran sonrisa. Lo mire mal y borro su sonrisa –Es mi casa, bueno de mi mama –se encogió de hombros gracioso. Genial, un bromista. –Te encontré saliendo de un antro o pub como quieres llamarlo –comenzó a explicar mientras movía sus manos restándole importancia.

» No soy acosador o algo por el estilo, pero te seguí. Ibas demasiado borracha y no quería que tuvieras un accidente –me miro con precaución mientras se rascaba el cuello. Lo que faltaba. Quise golpearme por no medir las consecuencias de mis borracheras. – Además necesitaba transporte para llegar a casa «

Suspire. No sabía si golpearlo o agradecerle.

Recapitulemos mi amanecer. Un desconocido me ayudo –más o menos – me llevo a su casa para evitar un accidente y utilizarme de transporte. Pensé. Me quede en silencio analizando todo lo que me había dicho.

Gruñí, nunca me respondió porque diablos estaba vestida de esta manera.

– ¿Por qué demonios estoy en bragas? –pregunte entre dientes tratando de mantener la calma y no atravesar su rostro de un solo batazo.

El me miro de arriba y abajo como analizando lo que había dicho. Se cubrió los ojos de la nada mientras un leve rubor aparecía en sus mejillas. Alce mis cejas, tenía que ser una broma.

–Yo –trato de decir. Se aclaró la garganta aun con los ojos cubiertos sin mirarme –Cuando llegamos aquí, ya había comenzado a llover. No alcance a cubrirte bien con mi campera para que no te mojaras –alce una ceja –Le dije a mi madre que te cambiara, para que así estuvieras cómoda en la mañana –termino de explicar atropelladamente. Quise reír cuando lo observe poner sus manos en sus ojos nuevamente y retrocedía hacia la puerta de la habitación. –Te deje ropa encima de mi escritorio. Te espero abajo –murmuro desapareciendo rápidamente sin dejarme oportunidad de decir algo.

Mire por donde se había marchado procesando lo que había pasado. Masaje mi sien mientras me giraba en dirección de la ropa que me había dicho James. Era una sudadera y calentador de color gris, me quedaba grande –por no decir gigante –pero era lo único que tenía. Era eso o la camiseta que llevaba puesta. Preferí lo primero.

Me vestí y cogí mis zapatos que estaban al pie de la cama. Era una fortuna que hubiera salido de mi casa con un tenis, no tenía que preocuparme de andar en tacones con este dolor de cabeza.

Salí de la habitación y caminé sin hacer ruido. Baje lentamente las escaleras recordando mi resaca.

–Desconocido –lo llame para molestarlo, pero nadie contesto. Me pegue en la frente, quería una pastilla y molestarlo no ayudaría nada en conseguirla – ¿James? –pregunte dudosa mientras llegaba a la planta baja.

–Aquí estoy –contesto desde donde supuse que sería la cocina. Caminé lentamente y me senté en una silla. Estaba un poco cohibida por todos estos sucesos.

–Gracias por todo –susurre rascando mi nuca incomoda. El me miro divertido. Rodé los ojos.

–No hay problema –respondió sincero –Pero sería bueno que me dejaras de decir desconocido. Mi nombre es James, ya te lo dije –alzo una ceja, me encogí de hombros sin decir nada. Cuando iba responderle con una grosería, otra voz a mis espaldas se escucha y nos interrumpe.

Me tensé, no quería relacionarme con nadie más.

–Veo que ya despertaste, querida –dijo una mujer de unos cuarenta años apareciendo de la nada. Se veía simpática y con un semblante cariñoso.




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