Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

22. TIEMPO DE CAMBIOS

 

El único y pequeño rayo de luz que había conseguido abrirse paso entre las grisáceas nubes, termino por impactarse y adentrarse por una ventana la cual no tenía las cortinas corridas. La luz le golpeo directo en el rostro y no tardo nada en mostrarse lo cálido que podía llegar a ser. Un tanto molesta, se movió incomoda en el lecho. Algo le estaba rodeando el vientre, además que sentía un peso extra, seguido por una acompasada respiración cerca de su cuello.

Al sentir la calidez que despedía el otro cuerpo, le fue posible recordar todo lo que había vivido la noche anterior, así que le resulto complicado el evitar que una sonrisa iluminara su rostro.

El timbre de la casa embargó todo el lugar. Aquello no le agrado demasiado, aun así comprendió que podría tratarse de algo importante. Apartó con cuidado el brazo con el que le abrazaba Oliver, se movió un tanto incómodo y se giró en el lecho, permitiéndole girar y sentarse en la orilla de la cama.

Como un simple reflejo, levantó las manos y estiró su cuerpo desnudo, en aquel momento fue cuando apreció el rayo de luz que entraba por la ventana.

El segundo llamado del timbre le pareció exagerado y eso le molesto. Se puso en pie, se giró, dejo caer una rodilla en el colchón y se acercó a un adormilado Oliver.

—No te preocupes, yo abro, vuelvo en un minuto —susurró con extraña dulzura, aunque no lo hubiera planeado así, las palabras salieron de esa manera, no le molesto, sin más le dio un tierno beso en la mejilla y se puso en pie.

Se encamino hacia la salida aun adormilada, se revolvió un poco el cabello buscando peinarlo, se detuvo y miró su reflejo en el espejo de su buro, en ese momento recordó que estaba tan desnuda como el día de su nacimiento.

Buscó impaciente entre las prendas que había en el suelo, consiguió dar con sus bragas por lo que se apresuró a ponérselas. Sin muchas opciones, eligió la camisa negra que había usado Oliver, cuando se levantaba sonó el tercer llamado, su amante se movió incomodo en el lecho. Apretó los labios y se apresuró a vestirse.

Deslizo las mangas, le llegaba hasta las rodillas, sin más abandono la habitación, mientras bajaba las escaleras término de abotonarse todos los botones.

Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, sonó el cuarto llamado del timbre. Frunció el ceño. Lo que menos quería ver en aquellos momentos era a Edward. Si se presentaba allí a esas horas y ebrio, dejaría que Oliver lo golpeara.

Estiró la diestra cogiendo el pomo, buscando acabar con el misterio, lo giró y abrió.

—¡Charly! —exclamó con sorpresa al ver un muchacho de apenas catorce años.

—Señorita Janiot —susurró por lo bajo, al parecer sin poder contenerse dos manchas rojas se apropiaron de aquellas mejillas regordetas.

—Hoy has venido más temprano, ni siquiera me diste tiempo para arreglarme —sonrió, se llevó una mano a su cabello y lo peino hacia atrás.

—U-usted se ve hermosa aun levantada señorita Janiot. —Janet se llevó una mano al pecho, emocionada por el comentario.

—Gracias Charly —se acercó y le planto un beso en la mejilla.

—S-s-su correspondencia —le tendió unos cuantos documentos con una temblorosa mano, así que se apresuró a cogerlos.

—Gracias Charly, adiós. —El cartero asintió con un movimiento extraño de cabeza. Dio media vuelta y se alejó con pasos un tanto torpes. Consiguió ver como se llevaba una mano a la mejilla besada, lo que termino provocando una sonrisa.

—¿Estabas coqueteando con el cartero? —la pregunta le cogió por sorpresa. Así que se apresuró a cerrar la puerta, dejo los documentos en un mueble cercano y giró para recibir a su amante.

Oliver bajaba por las escaleras. Solo vestía aquellos jeans negros sumamente entubados. Se mordió el labio. Se vio obligada a hacer un enorme esfuerzo por no lanzarse y hacerlo nuevamente suyo.

—Sí, se llama Charly, tiene catorce años. Parece que está enamorado de mí, así que me divierto un poco con él, dándole unas cuantas esperanzas. —La reacción que menos esperaba, era que Oliver se limitara a abrir los ojos y ver hacia todos lados, era como si estuviera buscando alguna cámara oculta.

—¿Gracias por...? La sinceridad —dijo ya que al parecer no fue capaz de encontrar otras palabras.

Le respuesta le pareció graciosa. Acortó la distancia, cuando lo tuvo cerca, le rodeó la cintura con sus brazos y se acercó un poco más. Para verle fijamente, tuvo que elevar un poco el rostro.




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