Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

23. LA HORA DE LOS MONSTRUOS

 

La última ocasión en la que se encontró en aquella casa, solo tendría unos trece años y fue allí para despedirse de su tía ya que se marchaba de la ciudad para contraer nupcias.

Así que considero que las cosas habían cambiado demasiado desde aquel día, no podía estar seguro de si algún vecino vigilaba lo que hacían los demás. Considero que tomar el riesgo no era el camino más viable.

Solo tuvo que pensarlo por algunos minutos, antes de ponerse en pie, caminar hasta el armario y armarse con una chaqueta gruesa, se envolvió en ella, al igual que uso un gorro invernal que le cubriría su cabello, sintiéndose listo, abandono la habitación de sus abuelos maternos, bajo a la primer planta, se hizo con las llaves y salió a la gélida noche.

Echó una rápida mirada hacia ambos lados, algunas casas aún tenían encendidas las luces, no lo considero algo raro, apenas eran las diez de la noche, se arrebujo un poco más en su gruesa chaqueta, cerró bajo llave y sin nada más que lo retuviera allí, se encamino hacia el lugar que había sido su centro de mando.

Decidió hacer una parada estratégica en el flower garden, o eso se repitió mentalmente, hasta olvidarse que lo que realmente le había llevado allí era el rugir de su estómago. Se compró un hot dog junto a una soda, cuando los tuvo en sus manos, abandono el centro comercial, mientras se alimentaba, se fue adentrando lentamente hasta la zona más antigua de la ciudad.

Se retrasó algunos minutos ya que se obligó a buscar un contenedor donde deshacerse de su basura.

Al conseguirlo, se apresuró a llegar a la casa Jenkys, apartó la cerca de metal y se deslizo entre el crecido pasto, llegó hasta la antigua casa, apartó la puerta y se adentró. Caminó por el oscuro pasillo, hasta llegar a la única habitación que aún se mantenía habitable.

—Mi enorme y futurista guarida —bromeó levantándose el ánimo a sí mismo.

Encendió las lámparas que llenaron el lugar con su luz anaranjada. Sabiendo que ya había perdido suficiente tiempo, se apresuró a desnudarse, guardo su ropa en una mochila y se hizo con otras prendas.

Se cubrió las piernas con aquel pantalón negro. Su cuerpo se tuvo que conformar con una camiseta color carmesí. A juego unas zapatillas deportivas y una chaqueta oscura. Sus manos quedaron resguardadas tras un par de guantes de cuero tratado. Por ultimo dejo la máscara.

Se tomó un tiempo para admirarla. Solo se trataba de un pedazo de tela oscura con escamas verdosas. Aunque en su interior sabía que significaba mucho más que eso. Tal vez algunas personas lo consideraran un símbolo de paz y esperanza.

Con aquellos pensamientos, deslizo la tela por su rostro, cualquier problema o preocupación que tuviera el simple ser humano conocido como Oliver se esfumaron al ser cubierto por aquella máscara, aunque algunos, formaban parte de sus dos identidades.

Aunque jamás lo admitiría en público. Sabía que aquella simple vestimenta lo dotaba de una confianza y tranquilidad que carecía totalmente cuando era una simple persona.

Dejándose embargar por aquellos latentes sentimientos, aspiró un poco del cálido aire que se podía respirar allí dentro, apretó los puños y se concentró en lo que mejor se le daba, brindar apoyo a la ciudad.

Con aquel pensamiento, salió de la antigua casa, miró hacia ambos lados, lo único que le era posible ver era una densa oscuridad.

Busco en su interior y no tardó en dar con su energía, le dejo salir al exterior, la doblego, miró hacia el cielo negro, dobló un poco las rodillas, sus piernas se iluminaron, apretó los labios, dejo salir lentamente el aire que había contenido, sin más, pegó un considerable salto, ascendió cortando con su cuerpo el gélido aire que soplaba por allí.

A diferencia de otras ocasiones, en aquel momento no comenzó a caer en cuestión de segundos, sino que continuó elevándose y abriéndose paso con una considerable velocidad.

Al final se detuvo al cruzar una nube grisácea, sintió como sus prendas se humedecían, no le dio importancia, el viento que soplaba allí arriba era mucho más potente y helado que abajo.

Abrió ambos brazos y permitió que el aire le secara sus prendas. Cerró los ojos y disfruto del viento que alcanzaba a tocarlo.

Su cuerpo volvió a verse rodeado de una increíble cantidad de energía, sus parpados se movieron un tanto inquietos, despacio abrió sus destellantes ojos verdes, por un segundo se quedó sin aliento al ver el paisaje que le ofrecía la ciudad.

Si, era de noche y todas las personas deberían estar descansando. Aun así, la ciudad parecía tener vida propia. Los edificios se levantaban imponentes como enormes centinelas listos para entrar a la batalla. Las farolas que brindaban de luz y espantaban la oscuridad. Autos moviéndose de un lado a otro. Personas que caminaban de un lado a otro, reían, bromeaban, sonreían, amaban, algunas sollozaban. Su encanto no eran las construcciones. Pero tampoco tenía la naturalidad que ofrecía la madre naturaleza. Aun aquello no le restaba importancia. Ya que todo aquello había sido construido por el propio hombre y por todos lados se podía ver su mano. Era un increíble paisaje, diferente a lo natural, aunque encantador e igual de hipnotizante.




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