Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

26. LA SINFONÍA DE LA MUERTE

 

Apretó el botón de la secadora y tuvieron que pasar algunos segundos hasta que aquel pequeño sonidito se esfumara del ambiente.

Sin prestarle mucha atención, la dejo sobre el buro de aquella habitación antigua, donde los abuelos maternos de Oliver habían vivido durante muchos años.

Su pareja le había permitido quedarse allí sola para que le resultara más sencillo el arreglarse para el dichoso baile. Sonrió. Le respondió que no era necesario, no sería la primera vez (ni la última) que la vería desnuda.

—No te dejo sola por ti —le aclaró mientras le sostenía de la cintura—. Lo hago por mí.

Le fue imposible encontrar fallas en sus palabras. Termino aceptando su versión y se despidió de él con un largo beso.

Sus ojos verdes quedaron fijamente en el reflejo que le ofrecía aquel hermoso espejo con una cornisa de madera tallada en forma de enredaderas.

Aun no comprendía que era lo que le atraía a los hombres. Muchos le decían que tenía unos ojos preciosos. Para ella, estaban un tanto separados, además que en Ciudad Miller el color verde no era algo desconocido o que solo pocas personas tuvieran. No. Su nariz era pequeña y un tanto redondeada de la punta. Sus mejillas estaban perladas de pecas, ascendiendo por su tabique nasal. Sus labios le resultaban sumamente carnosos. Aunque a Oliver parecían gustarle.

Su mirada fue descendiendo. Su complexión era delgada, eso se lo debía a las arduas clases de gimnasia que les proporcionaba el colegio desde que comenzaban los estudios, aunque algo en el fondo le decía que también podía deberse a su herencia genética.

‹‹Si es así, lo herede de mamá››, pensó con una divertida sonrisa. Solo había conocido a su abuela cuando ya tenía el cabello gris, aun así, le fue posible verla que era delgada, al igual que su tía Jane, o su madre. En cambio su padre era un poco bajito y regordete, sus hermanas eran igual que él, la abuela era la única que era delgada, aunque el abuelo lo compensaba con creces.

Su dedo fue ascendiendo por su vientre, llegó hasta sus pechos, lo deslizo por la curvatura hasta llegar a la parte superior. Allí también había desarrollado pecas. No consideraba que su busto fuera grande.

‹‹Y aun así a Oli le encanta››, reflexionó al recordar su húmeda lengua, sus dedos acariciándoselos. Se humedeció los labios, volvió a verse en el espejo y negó con un movimiento de cabeza, no tenía tiempo para aquellos pensamientos.

Se giró y encamino hasta la cama, donde se encontraba tendido un largo vestido oscuro con encajes plateados, era de mangas largas y no tenía un escote sumamente provocativo. Se inclinó para recoger sus bragas, las deslizo por sus piernas, enseguida vino el sostén, por ultimo eligió el vestido, se lo puso por abajo, ascendió, metió ambas manos y se subió la cremallera de la espalda.

Las mangas eran un tanto holgadas, se lo estiró un poco de la cintura e hizo lo propio acomodándolo a su busto. Se giró y miró el reflejo que le ofrecía el espejo, le agrado lo que vio.

Se maquillo poco y uso aquel labial que solo le hacía brillar sus labios. Se puso un poco de rímel en las pestañas, además que se delineo debajo de sus ojos haciendo que resaltaran. Ya por ultimo cogió una sencilla peineta y con ella se acomodó su ondulado cabello, solo quedándole unos cuantos mechones a un lado de su rostro. Avanzó por la habitación, se sentó en la orilla de la cama y se puso unas zapatillas oscuras con un tacón pequeño.

Toc, toc, toc, resonó en su puerta.

—Adelante —permitió. La puerta no tardo en abrirse.

—¿Me preguntaba si te encontrabas lista...? —se puso en pie para que Oliver le mirara totalmente. Aquellos ojos marrones se abrieron de par en par, al igual que sus labios—. T-t-te-te... vez... vez... he-he-hermosa... te vez hermosa...

Solo Oliver conseguía hacerla sonrojarse como si se tratara de una simple colegiala de secundaria. Buscando una distracción, se tomó un momento para admirar a su acompañante.

Por más que busco, le fue imposible encontrar un momento donde Oliver se viera más elegante que en aquel momento.

Vestía una camisa de manga larga oscura, encima un chaleco de un gris plateado, en combinación la corbata era igualmente plateada, a juego llevaba un saco negro y en una bolsa le salía un pañuelo color plata. Y todo combinaba con un pantalón oscuro y unos zapatos elegantes. Su cabello negro había conseguido peinarlo hacia atrás. Aquello extrañamente lo hacía parecer sumamente a su padre. Se mordió la lengua. No quería arruinar aquel momento.




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