Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

33. EL REFLEJO DEL ESPEJO

 

Sus dedos se movían lentamente formando figuras indiferentes en el vientre plano de la pelirroja. Aquello lo hacía de manera inconsciente. Era la forma en que su cuerpo demostraba que había algo que no le dejaba pensar con claridad y, por ende, no le permitía dormir, aun después de lo sucedido mientras admiraban los fuegos artificiales.

Desvió su mirada hacia el reloj de una pared cercana, el cual marcaba las cuatro con cuarenta y cinco minutos de la madrugada.

Los pensamientos volvieron tal cual lo haría un terrible torbellino, le agitaron el cerebro de todas las maneras posibles, se lo dejaron como un mísero licuado y se retiraron solo para preparase y volver con más intensidad, si es que aquello era posible.

Al estar junto a Janet, todos aquellos pensamientos desaparecían, solo bastaba con una mirada, unas cuantas palabras, o si era posible, unos cálidos besos que le impedían pensar. Pero ahora aquello no era posible. La pelirroja dormía plácidamente entre sus brazos. Sabía que podría despertarla solo para hablar con un poco y ella no le diría nada. No. No iba a perturbar su tranquilidad debido a la ansiedad que estaba experimentando.

En la penumbra de la noche, los pensamientos volvían y lo atosigaban, haciendo que se le cortara la respiración.

Revivía aquel pequeño mensaje escrito debajo de la fotografía de su madre: ‹‹Asistió tres días a los laboratorios y se le vio feliz››, le taladraron las palabras. Para él eso era algo totalmente desconocido, aunque lo que más le preocupaba, era saber porque su padre le había mentido cuando le pidió explicaciones.

Por más vueltas que le daba, le resultaba imposible entenderlo, no sabía en que podría afectar a Sebastián que él supiera que había ido a los laboratorios y se había mostrado feliz.

Aspiró un poco de aire. En cuanto su madre desaparecía de su mente, aparecía sin previo aviso aquella terrible bestia.

—¡Yo soy King Hack! —lograba escuchar aquellas palabras entre gruñidas y rugidas dichas por la bestia.

Intentaba convérsense diciéndose que aquel gorila con pelaje castaño rojizo, no era más que una bestia que había llegado a la ciudad por casualidad y al no ser su ambiente se salió de control.

‹‹En ocasiones me sorprende lo ingenuo que soy››, se repitió mentalmente.

En el fondo de su ser, sabía a la perfección que King Hack era más que un simple gorila enorme, no, aquella bestia era algo más, algo mucho más macabro y misterioso.

Al convérsense de ello, su mente volaba hasta lo sucedido con el Muñequero, por lo que consiguió leer en los periódicos, efectivamente, se trataba de Chris McGill, aunque el diagnostico que emitieron no era nada alentador. Los psicólogos teorizaban que McGill había sido expuesto a una tortura formidable y espeluznante, arrasando con cualquier rastro de humanidad y destruyéndolo en el proceso, así transformándolo en lo que muchos denominaban como el Muñequero.

Por ultimo pensaba en la Mujer-Araña, su forma de comportarse era especial, no parecía querer lastimar a nadie, aunque tampoco tenía intenciones de que alguien le ayudara.

Por alguna extraña razón recordaba haber visto de reojo otra fotografía en el pizarrón del agente Ashenburg, donde le pareció ver a una familia de tres integrantes, un hombre, una mujer y un muchacho, le era imposible no relacionarlos con aquellas tres extrañas criaturas que de pronto habían aparecido.

‹‹Las dudas terminaran por devorarme. Debo buscar respuestas.›› Fue a la conclusión que consiguió llegar después de pasados quince minutos.

Buscando no molestar a la pelirroja, apartó lentamente las mantas, Janet se movió incomoda.

—¿A dónde vas? —murmuró aun con los ojos cerrados, no dudaba que aun estuviera profundamente dormida.

—Tranquila, solo me encargare de un asunto, vuelvo en unos minutos —acortó la distancia y le dio un tierno beso en la mejilla.

—Cuídate —le pidió acomodándose mejor en el lecho. Aquello consiguió arrancarle una sonrisa.

Sin saber si Janet había despertado o no, salió del lecho con sumo cuidado, al conseguir ponerse en pie, tuvo que apretar los labios para evitar que un grito de triunfo se le escapara y acabara por arruinarle sus planes.

Recordando que iba totalmente desnudo, busco entre sus diferentes prendas hasta dar con sus calzoncillos, se vistió con ellos, le siguió sus pantalones vaqueros, recogió su chaqueta, calzado y camisa, se levantó, camino hasta la puerta, echó una última mirada a su amante, aun dormida, con el cabello revuelto, la declararía la mujer más hermosa del mundo.




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