Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

34. EL DÍA QUE LA HUMANIDAD PERDIÓ

 

Un terrible grito desgarrador embargo el lugar. Todo le daba vueltas. Le dolía considerablemente la cabeza. De su cuello solo escapaban gritos de agonía. El cerebro estaba tan presionado que prometía con estallar. Miedo. Temor. Algo desagarrándose.

Todo aquello podía sentirlo y aun así sabía a la perfección que no estaba saliendo de su cuerpo.

Se descubrió sobrevolando un lugar cubierto de bruma grisácea, la cual se movió de un lado a otro, se arrastró, cuando se acercó, retrocedió temiendo que lo atacara, no sucedido así, le atravesó el pecho sin hacerle el menor de los daños, continuó moviéndose, algunas luces parecieron brillar en el horizonte, le fue posible escuchar unas cuantas voces y en aquel momento todo a su alrededor comenzó a tomar forma y lo más importante, vida.

La potente luz le golpeo directamente, fue tan repentino que lo cegó por algunos segundos, alzó ambas manos para protegerse, espero pacientemente, le fue posible sentir el soplar del viento, era tranquilo, se deslizaba con naturalidad, le acariciaba el rostro con manos fantasmales y cálidas, le revolvía su cabello negro, sintiéndose preparado, abrió lentamente los ojos.

Era de noche. La penumbra reinaba sobre la ciudad y aun así no podía decir que se había apoderado de la luz, ya que las enormes pantallas y los diferentes edificios proveían de intensa luz todo el lugar para quien se atreviera a transitarlo a tan altas horas del crepúsculo.

‹‹¿Qué ha sucedido? Esta no es mi ciudad››, se repitió mentalmente cada vez más convencido.

Se descubrió sobrevolando un enorme edificio, era sumamente esbelto y en su mayoría parecía fabricado en cristal, debía de tener más de treinta pisos y no conforme con ello, donde debía encontrarse el techo, se levantaba una pequeña base donde a su vez se alzaba una antena que cruzaba sin problemas las nubes que osaran meterse en su camino.

Su mente le daba vueltas. No alcanzaba a comprender que hacía allí, como había llegado y lo que consideraba más importante, como demonios debía salir.

Mientras movía los ojos hacia todos lados buscando una manera de escapar, algo en su interior se lo impedía diciéndole que allí iba a suceder algo.

Su instinto demostró ser mucho mejor que su cerebro, ya que en algún momento consiguió distinguir dos formas humanoides que ascendían el vuelo. Su ceño se frunció de manera automática, buscando no ser descubierto, se acercó sumamente cauteloso.

—No. Imposible —murmuró sin poder contenerse, ahora ya más cerca, le fue posible reconocer a aquellas dos personas.

Uno vestía lo que debía ser un traje. Ocultaba su rostro bajo una máscara, era color carmesí y no dejaba apreciar ni un solo detalle de quien se ocultaba debajo. Tenía escamas que ascendían de su nuca y llegaban hasta lo que debía ser su frente. Donde debían estar los orificios de la máscara, era cubierto con unos pedazos de gafas oscuras. El resto era cubierto por la tela. A juego llevaba una camiseta de manga larga que se pegaba resaltando su cuerpo trabajado, llevaba escamas en los hombros además que descendía por su espalda. Justo al centro de su pecho se conseguía distinguir la marca de los Maestros del Mantra en negro. Se cubría ambas manos con unos guantes amarillos un tanto oscuros. Aquello combinaba a la perfección con su pantalón sumamente pegado, además de las líneas donde lucía escamas carmesí. Todo acababa con un par de botas amarillas al igual que los guantes.

Pero no fue ese sujeto quien le robó el aliento, sino su acompañante. Se trataba de una mujer. No debería sobrepasar los veintidós años. Aquel rostro en forma de corazón, los mares rojos que eran sus cabellos al agitarse, sus enormes y hermosos ojos de un verde jade, su nariz pequeña y redondeada, sus labios ligeramente carnosos, sus mejillas cubiertas con cientos de pecas. Su vestimenta era acorde a la situación. Llevaba una chaqueta gruesa, además de una bufanda carmesí alrededor de su delgado cuello. A juego vestía unos jeans de mezclilla junto a unas botas negras.

Ascendieron, bajaron lentamente hasta quedar en aquella superficie que sostenía la enorme antena, comprendió por la manera en que la pelirroja se aferraba al cuello del rojo que era este último quien tenía la capacidad de poder volar.

—Ya puedes abrir los ojos —consiguió escuchar que decía el rojo, su voz parecía más profunda debido al uso de la máscara, la pelirroja aun sin dejar de abrazarlo, abrió lentamente sus hermosos ojos verdes, los cuales se fueron abriéndole más y más al mismo tiempo que deslumbraba el paisaje que le ofrecía aquel lugar.

—Es asombroso —mustió con sus labios muy abiertos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.