Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

38. LA CAÍDA DEL ÍDOLO

 

Aunque lo más que deseaba en aquel momento era volar directamente a su hogar y volver a ver a su amada. Se vio obligado a doblegar aquella posibilidad, recordándose que no podría llegar con aquellas vestimentas.

Chasqueando la lengua molestó por sabotearse a sí mismo, desvió su camino hacia la vieja casa Jenkys.

Descendió y se alegró de que dicha casa continuara en ruinas, eso le confirmaba que había regresado a la época a la que pertenecía.

Apartó la puerta y se adentró por aquel tenue pasillo, llegó hasta el único lugar habitable donde las lámparas continuaban encendidas. Ahora que tenía más tiempo para pensarlo, aunque para él sintiera que se había marchado por mucho tiempo, verdaderamente no habían pasado más que unos cuantos minutos en aquel tiempo.

El pensar en todas las paradojas o teorías que se daban sobre los viajes en el tiempo solo consiguieron marearlo sin darle una respuesta clara. Siendo así decidió apartar aquellos pensamientos.

Dejo el portafolio plateado sobre un sofá cubierto de polvo, se le quedo mirando por algunos segundos, hasta caer en cuenta que dicho regalo le había costado sangre, no la suya, pero si la de Stephen.

Permitió que un profundo suspiró escapara desde su interior. Aun observando el portafolio, se juró que haría todo lo que estuviera en sus manos para evitar que aquel futuro donde se volvía un dictador no sucediera nunca.

En aquel momento comenzó a molestarle la tela que cubría parcialmente su rostro, así que se apresuró a despojarse de ella, enseguida continuó con los guantes, no se percató de lo pesado que era el chaleco antibalas hasta que se deshizo de él, no podía creer que había usado aquello durante tanto tiempo. Aun con aquellos pensamientos taladrándole el cerebro, se despojó de aquella camisa oscura, las botas y pantalón quedando solo en calzoncillos.

Su primer pensamiento al ver las prendas fue prenderles fuego y enterrarlas para que nadie jamás las encontrara, aunque consigo contenerse y pensárselo mejor, descubriendo que si en algún momento sentía que se estaba yendo por el mal camino, podría regresar y ver aquella ropa, sabía que eso dispararía los recuerdos vividos en aquella época y le haría reflexionar. Una vez tomada su decisión, se giró para cambiarse con su ropa.

Abandono la casa envuelto en su chaqueta gruesa, continuaba nevando, aunque ya no con la misma intensidad de hacía unas horas atrás. Buscando ya no retrasar más lo que corazón le exigía, se apresuró a abandonar aquel terreno y adentrarse por el vecindario más antiguo de la ciudad.

Pasadas algunas horas donde el cielo fue aclarándose y permitiendo que entraran los primeros rayos de luz, fue que llegó a la casa que tanto deseaba, subió los peldaños, introdujo la llave y abrió, se adentró y cerró tras de sí.

—Por un momento pensé que los asuntos pendientes incluían comprar un poco de leche —solo de volver a escuchar su voz el vello de su nuca se erizo y recibió una potente descarga eléctrica que se extendió por todo su cuerpo.

Se giró descubriendo al ser humano más bello del mundo, llevaba su cabello pelirrojo sumamente despeinado, solo vestía una blusa de tirantes junto a su lencería. En cuando le descubrió mirándola, le regaló la más dulce y tierna de las sonrisas.

Le fue imposible contenerse, acortó la distancia que lo separaba, le cogió por la cintura, compartió una breve mirada con ella, antes de acortar la distancia. Una paz infinita lo embargo al sentir aquellos labios tiernos y dulces. Lo que pretendía ser un simple beso, se trasformó en uno sumamente apasionado que alargo hasta que sintió la necesidad de volver a tomar aire.

‹‹¿Dioses, como es que podía continuar vivo sin haber probado algo tan dulce?››, reflexionó comprendiendo lo importante que era Janet en su vida.

Sin mencionar palabra, volvió acortar la distancia y se enfrascaron en una ardua batalla, hasta que tuvieron que volver a tomar aire.

—Vaya, ¿A que debo tan apasionado despertar? —preguntó con los labios un poco enrojecidos, supuso que los suyos estarían igual.

—No hay nada en especial. Solo quería recordarte lo mucho que te amo —aquello enterneció el corazón de Janet, quien le rodeó con sus brazos la cintura y volvió a darle un apasionado beso. Al separarse se quedó un momento observando fijamente aquellos hermosos ojos verdes.

—¿Qué sucede? —interrogó con un poco de confusión.

—Quiero darte un regalo —la respuesta la dejo igual de confundida—. Espera aquí, en un momento vuelvo.




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