Oliver termino de guardar sus pertenencias. Se puso en pie, se acercó a la mesita de noche, cogió un papel con una dirección de correo electrónico, se la guardo en el bolsillo trasero, observo el móvil, lo levanto, lo apago, lo abrió, y le retiro el chip, doblo el pequeño chip, y lo lanzo a la basura.
Caminó en silencio por la habitación, se inclinó y cogió su maleta. Salió del cuarto, se deslizo por el pasillo en silencio y descendió por las escaleras.
El frío se colaba por la puerta principal, donde le esperaba Jay, y el señor Russo.
—Muchas gracias por aceptarme este tiempo en su hogar —dijo, el señor Russo hizo un ademan con la mano, quitándole importancia.
—Yo te agradezco a ti, por ser amigo de mi hijo —Oliver sonrió ante tal hecho.
—Si he de ser sincero, yo soy quien está agradecido de que Jay sea mi amigo y compañero —el señor Russo sonrió.
—Cuídalo, por favor —Oliver asintió con un movimiento de cabeza.
—Lo intentare —Jay sonrió ante la respuesta. Sus ojos se desviaron hacia la calle, allí se detuvo de pronto un automóvil de donde bajo la pelirroja—. Esperarme unos minutos por favor.
Jay asintió. Oliver salió al encuentro de la pelirroja, cuando estuvieron cerca, se dieron un fuerte abrazo.
—¿Pensabas irte sin despedirte? —Janet le dedico una sonrisa triste.
—Hermosa, no estés triste, tratare de comunicarme contigo, saber cómo avanzas en tus estudios. Te convertirás en una increíble reportera. —La pelirroja asintió con un movimiento de cabeza.
—Te amo, nunca lo olvides —Oliver fijo sus ojos en los verdes de Janet, era como perderse en lo más hermoso de los bosques.
—Nunca podría olvidarme de ti, te amo —se acercó, y sellaron el momento con un apasionado beso. Se separaron—. Bien. Es hora de que nos marchemos.
Un profundo suspiró escapo de su interior, él tampoco quería separarse de la pelirroja. Pero su vida en ese lugar había terminado, la gente le odiaba, no querían ni verlo. Sabía que jamás podría llevar una vida tranquila en esa ciudad, en donde todos conocían su apellido.
—No sé qué palabras decir en una despedida —aseguró Jay a su padre.
—No te despides. Nunca mirar atrás Jay, nunca —y sin más se fundió en un largo abrazo.
—¿Estás listo? —se sintió mal por romper aquel momento tan familiar. Jay se separó de su padre y asintió con un movimiento de cabeza.
Jay se volvió una mancha, sabía que estaba en movimiento, aunque mantuvo los ojos cerrados en todo momento. Habían elegido aquel método de desplazamiento, ya que nadie creería que se habían movido por la ciudad.
Y de pronto aquella sensación lo abandono y terminó por abrir los ojos, estaba mareado, aun no se acostumbraba a esa clase de viajes. Agito la cabeza de un lado a otro, y después fijo la mirada al frente, Deus se encontraba a la orilla de la elegante azotea.
—¿Han tomado una decisión? —su pregunta no tomo por sorpresa a los vigilantes.
—Lo intentaremos —anunció Oliver. Deus se giró, y formo una radiante sonrisa.
—Bienvenidos a la Nación de Superhéroes —agregó con la misma sonrisa. Permanecieron en silencio por varios segundos.
—¿Y ahora qué? —Deus miro hacia todos lados, nervioso por algo.
—Bueno, digamos que... —tragó saliva—... mi compañero, se ha retrasado.
—¿Qué? —preguntó un incrédulo Oliver.
—¿Hay más miembros de la Nación aquí? —agregó de pronto Jay.
—No. Este amigo, es un profesor, y se suponía que nos llevaría a casa —se llevó una mano a la oreja, donde reposaba un aparato negro.
—Lo siento, pero ha tenido un problema con un alumno —respondió Charles en la oreja de Deus—. Podríamos aprovechar el tiempo para hacerles sus nuevas vidas.
—Chicos, cambio de planes. Tendremos que esperar varias horas. Por el momento, Charles les hará una nueva vida.
—¿Nueva vida? —preguntó.
—Sí, sería extraño que de pronto desaparecieran de la faz de la tierra, así que Charles hará documentos, para hacer oficial a donde han ido —con esas palabras, Oliver se dejó caer cerca de la piscina.