Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

1. EL TEMOR DE UN NIÑO

 

En aquel restaurado parque infantil, las madres e hijos se divertían, saltando y lazándose de los diferentes juegos, aunque a todos les llamaba la atención un muchacho de aspecto demacrado, el cual caminaba a paso lento y aunque los niños le miraran de lejos, ellos lograban percibir el aura de pesimismo que se cernía sobre el desolado caminante.

—Ciencia seis, historia seis, geometría seis —el muchacho de cuerpo delgado continuaba revisando mientras murmuraba por lo bajo sus pésimas calificaciones.

Oliver Maxwell, no era el hombre más brillante del mundo y lo deja muy en claro con sus horribles calificaciones que llegaban a rozar la mediocridad. Y como si la vida estuviera en su contra, su delgado cuerpo no le ayudaba mucho a su aspecto.

Apretó los labios. ¿Cómo rayos se iba a presentar ante su padre con esas calificaciones? Una ligera sonrisa apareció en su rostro. Ya sabía cómo iría toda la conversación.

Oliver le entregaría las calificaciones, su padre las leería, frunciría el ceño, podría los ojos en blanco, estrellaría la boleta contra la mesa de la sala de visitas, le miraría con aquellos inexpresivos ojos, ya ni siquiera con lastima.

—Por lo menos has pasado el semestre —diría escupiendo cada palabras con cierta amargura que muy posiblemente le habría dejado el café negro que se había bebido por la mañana.

Oliver en un arranque de ira, le diría de nuevo que quería irse de la ciudad, que lo enviara a otra escuela. Su padre le vería con su rostro de incredulidad, una sonrisa se asomaría por su pálido rostro.

—Si no puedes pasar las materias de esta mediocre ciudad. ¿Cómo piensas que te aceptaran fuera de aquí? —Oliver no sabría que responder. Apretaría sus delgados puños, así evitando que cometiera la locura de soltarle un puñetazo. Ese sería el momento cuando se da media vuelta y huye de su padre como todos los fines de semestre.

Su madre le vería desde la cima de la escalera.

—Sera para la próxima —solo eso le diría, con aquella voz apagada, sin vida. Bajaría las escaleras y, Oliver se quedaría de pie en la cima, deseando con todo su ser que su madre volviera a ser la misma de antes, que su padre quedara encerrado en uno de sus tantos experimentos y no volviera jamás a casa.

Entonces se daría cuenta que la única razón por la que no respondía a la pregunta de su padre, era porque no quería irse de Ciudad Miller, y no era porque le gustara la ciudad, en el fondo, la detestaba tanto como a su padre, pero allí vive su madre y, Oliver ni en sueños la dejaría sola con su horrible padre.

Su cabello negro azabache y alborotado se movía con facilidad por el soplar del viento, era como si esa mañana no se hubiera querido levantar y por la prisa tuviera que salir sin siquiera poder peinarse. En el fondo sabía que ese no era el caso, con su padre al mando eso no podría pasar jamás. Pero desde que había ingresado al bachillerato, le gustaba la forma que tomaba su cabello cada vez que no se lo peinaba, y como su padre no le dijo nada, Oliver lo tomó como una señal, decidiendo adoptar ese peinado.

Sus ojos de un marrón oscuro estaban inmersos en el papel, sin prestarle la más mínima atención a los niños que le observan desde el parque, al tiempo que varias gotas de sudor comenzaban a deslizarse por su nariz, aunque ya sabía cómo iría la conversación con sus padres, aun lo ponía muy nervioso el tener que llegar con esas pésimas calificaciones.

Y pronto la identifico, aquella nota que hace un semestre ya había visto en las antiguas boletas, sin muchas ganas de leerla, se resignó y comenzó a leer:

"Oliver, sé que te has esforzado por mejorar tus calificaciones, aunque claramente en vez de mejorar, has empeorado. No comprendo qué sucede contigo. Si necesitas atención especial, no dudes en pedírmela. Sé que en algún lugar guardas todo el talento que has heredado de tus padres. Espero y para la próxima te esfuerces mucho más.

Atte. Director de Wisdom"

Lograba sentir aquel inmenso odio que se esparcía por todo su pecho, le hacía hervir la sangre cada vez que lo comparaban con sus padres. ¿Qué acaso los estúpidos profesores no llegaban a comprender que él no era Sebastián Maxwell? Aquel hombre de una gran inteligencia, que a su llegada a la ciudad, rápidamente logro fundar uno de los laboratorios más importantes del mundo, contribuyendo en el descubrimiento de diferentes enfermedades y en sus respectivas curas. Y por supuesto, tampoco era su increíble madre, con un vasto conocimiento sobre la biología. Ni siquiera podía aprenderse todas las partes del cuerpo humano. La furia comenzaba a crecer y la mano donde sostenía aquel papel blanco, comenzó a cerrarse, para luego apretarla con todas las fuerzas que le permitía su delgado cuerpo.




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