Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

2. SOMBRAS DIFUSAS

 

Sebastián caminaba con toda la elegancia de un hombre importante. Él sabía que era importante, para todos, para toda esa ciudad al norte de Inglaterra, esa ciudad perdida entre millones de árboles.

La furia se extendía por su pecho, eran las cuatro de la madrugada cuando el teléfono resonó por toda la recamara. Se sentó bostezando en la cama, estiro la mano y encendió la lámpara que se hallaba encima de su mesa de noche. Cuando la luz brillo, lo cegó por unos segundos, tuvo que tallarse con ímpetu ambos ojos, antes de poder abrirlos de nuevo.

Miro hacia el frente, la luz hacia que se levantaran sombras en las paredes. Sebastián se imaginó como las sombras se movían de un lado a otro y lo miraban con ojos acusadores.

Al final, el sonido que lanzaba el teléfono, lo hizo volver a la realidad. Bajo de la cama, se acercó al teléfono y descolgó.

—H-hola —respondió con un largo bostezo.

—Señor Maxwell, lamentamos haberlo despertado —Sebastián puso los ojos en blanco. No comprendía a esa clase de personas que se lamentaban por todo.

Pero él era Sebastián Maxwell, no podía dar una mala impresión.

—No se preocupe, ¿De dónde me están llamando? —silenció, a Sebastián no le gustaba que le hicieran esperar, su tiempo era oro y que un inútil se lo hiciera perder debería tener consecuencias.

—Señor Maxwell, le llamamos de la estación de policía —la piel de se le puso de gallina con solo escuchar ese nombre. Negó en silencio, nadie podría saber lo que estaba por ocurrir—, han entrado a su laboratorio. Lo necesitamos en la escena señor.

Sebastián dejo escapar un suspiro. No podía creer que estuviera tan nervioso. ¿Acaso había ocurrido algo que no tuviera planeado?

—¿Qué ha sucedido? —preguntó, en ese momento miro hacia la cama, donde Valerie su esposa, estaba abriendo los ojos.

—Según lo que reportan los guardias de seguridad, un hombre ha entrado al laboratorio, ha usado una habitación del décimo piso y también... —titubeó por algunos segundos—... ha saltado por la ventana...

—¿Qué ha saltado por la ventana? Por los dioses, me compadezco del imbécil —susurró sin creer lo que le estaba diciendo el oficial.

—Sí señor, se lanzó por la ventana, pero no encontramos su cuerpo. —Sebastián resoplo de nuevo.

—Voy para allá —anunció y de inmediato termino con la llamada.

Valerie le miraba desde la cama. Estiro los brazos, descubriendo su cuerpo.

—¿Ya es hora? —preguntó mirando a su esposo. Sebastián negó con un movimiento de cabeza, se sentó en la orilla de la cama. Estiro su mano, cogiendo la de su esposa.

—Aun no es la hora. Alguien ha entrado al laboratorio, debo presentarme. No tardare, ¿Estarás bien? —Ella asintió con un movimiento de cabeza—. Bien.

Se acercó y le dio un ligero beso, cuando se separaron, ambos se sonrieron.

Sebastián se vistió con un traje negro y encima una gabardina gris para el frío de la noche. Se acercó de nuevo a su esposa y le beso intensamente.

Se separaron, Sebastián la cogió de ambas manos. En ese instante se arrepintió de haberse puesto guantes, él quería sentir el contacto de Valerie.

—Todo saldrá bien. Despierta a Oliver, dile lo que ha pasado —le beso de nuevo, se puso en pie y camino rumbo a la puerta. Abandono la habitación en un tenue silencio.

Bajo con velocidad las escaleras, recorrió el umbral y salió al jardín.

Se detuvo frente al garaje, extrajo un pequeño control junto a las llaves de su auto, apretó un botón y la puerta se levantó. Entro al garaje, abrió la puerta de su automóvil negro, subió al auto y cerró la puerta con un perezoso movimiento de mano, encendió su GB-2000 negro, miro hacia atrás, manipulo el volante, presiono el pedal con su pie y salió rumbo a la calle.

Tardo quince minutos en llegar a los Laboratorios I.O.B.A. Desde el primer vistazo, comprendió que la situación era un caos. Detuvo el automóvil, observo a un grupo de oficiales que parecían querer medir la altura del suelo hasta el décimo piso.

Estaciono el automóvil, bajo, se ciñó la gabardina y cruzo la calle. Entro en recepción, donde la luz blanquecina ya estaba encendida. Apartados, se encontraban sus cinco guardias de seguridad, cada uno siendo interrogado por un diferente oficial.




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