—¿Algo más que aportar? —Preguntó Dustin, dando unos cuantos golpes al pizarrón que se encontraba detrás de él.
—Yo digo que deberíamos esperar más tiempo —agregó Dagmar sentado a la mesa cuadrada y tallada en madera oscura, aunque en realidad parecía que había sido quemada por error.
—¡Esperar más tiempo! —Gritó Ernest poniéndose en pie. Ernest siempre era muy impulsivo en sus decisiones, por lo que sus compañeros lo dejaban ser, o terminaría descargando esa furia contra ellos—. No habrá mejor oportunidad que esta. Deberíamos dar el golpe ¡Ya mismo!
Termino su frase dando otro golpe a la mesa, fue tan fuerte que hizo que las armas de fuego se movieran de sus lugares. Ernest cogió su silla, la recorrió con total brusquedad, se sentó y cruzo de brazos. Esa postura indicaba que no aceptaría un no por respuesta.
—Y tu Albert, ¿Qué dices? —los ojos marrones de Dustin se fijaron en el muchacho escuálido al lado de Dagmar.
—Yo haré lo que ustedes decidan —susurró. Eso era todo lo que hacía Albert, susurrar respuestas desde que se conocieron en el orfanato.
Pero que era lo que esperaba Dustin. No eran más que mocosos, niños que todavía no vivían lo suficiente como para entender la vida, y sus riesgos.
Dustin era el mayor, y como tal, el líder del grupo. Su cabello castaño, y peinado hacia atrás, no daba la sensación de que se tratara de algún criminal. Su frente ancha, sus ojos pequeños y alargados de un marrón claro, su amplia nariz, y sus labios cerrados por apenas unos pequeños vellos faciales. No era delgado en los más mínimo, sino más bien regordete, y con una creciente panza, que hacia levantar la camiseta de mangas largas negra que vestía, y dejaba a la vista un poco su estómago perlado de celulitis. Todas sus falencias las compensaba con su cabeza. No era el sujeto más listo sobre la tierra, pero si aquel que podía planear un robo, sin que salieran heridos, y poder disfrutar del botín. Solo contaba con veintiún años.
Albert es el más pequeño del grupo, con solo diecisiete años. Un muchacho en plena pubertad, en busca de una figura autoritaria a quien seguir. O así lo creía por lo menos Dagmar.
Albert era pequeño, escuálido, y el acné perlaba todo su rostro de piel blanca, algo que no le ayudaba a su aspecto. Su cabello era corto, y de un rubio oscuro, sus ojos grandes y verdes claros, daban la sensación de estar viendo a un joven pensador y estudioso. Su nariz larga y plana, y sus labios agrietados, no terminaban de ayudar a su apariencia. Pero era rápido, podía robar un bolso con mucha gente alrededor, y salir del problema con su rapidez.
Era el pequeño de grupo, y sobretodo, era a quien siempre trataban de su mandadero, o sirviente en el caso de Ernest.
Ernest el Impulsivo, como lo habían nombrado sus propios camaradas, era el segundo más grande del grupo. Contaba con veinte años. Su cuerpo era grande y con mucha masa muscular, pero poco cerebro, y fácil de hacer explotar. Representa casi el prototipo buscado por un antiguo dictador alemán. Si no fuera por sus cortas luces, y sus arranques de ira, podría ser uno de los mejores ladrones de la época. Pero no, era impulsivo, y siempre quería hacer todo como si se encontrara en el pleno oeste. ‹‹Todo se resuelve con balas.›› Era su frase favorita.
Su rostro es cuadrado y mentón resistente, como demostró en una pelea de un bar con dos tipos igual de grandes que Ernest. Su cabello rubio claro estaba cortado casi a rapa, no le gustaba tener el cabello largo, porque tenía que lavarlo, cuidarlo, y eso llevaba demasiado tiempo para Ernest. Su frente, a pesar de su corta edad, presenta líneas de arrugas, sus camaradas constantemente le recuerdan que esas líneas son por sus constantes enojos. Sus ojos son grandes y muy abiertos, y hundidos, de un verde oscuro. La nariz es ancha y torcida hacia un lado, a causa de una antigua pelea donde termino con la fractura de su tabique nasal. Los labios carnosos, solo le servían para lanzar todas las estupideces que realmente pensaba.
Y por último estaba el más ‹‹normal››, o lo que se puede ser en un grupo que tienen como profesión robar a los demás. Dagmar es el tercero más grande de la banda. Cuenta con tan solo dieciocho años, y parece ser el más cuerdo de sus compañeros. Dagmar considera su familia a sus tres camaradas. Y no solo porque se criaran en el mismo orfanato, o que lo acogieran cuando fue echado del orfanato por ser demasiado grande para continuar allí. No. Dagmar los consideraba su familia, porque habían pasado muchas cosas juntos. Desde prender fuego a la oficina de la rectora en el orfanato, o hasta haber peleado con unas cuantas pandillas y haber salido vivos para contarlas. Pero lo que más unía a Dagmar con sus compañeros, no era el caso de haber crecido juntos, sino que compartían el mismo pasado, tal vez con variantes, pero el mismo al final. Ninguno conocía a su padre o madre. Y no les interesaba conocerlos. ¿Para qué?, a Dustin lo entregaron siendo un bebe. A Ernest lo echaron de su casa, porque su padrastro no le quería. A Albert, bueno, el solo llego al orfanato sin saber de dónde venía.