Dejo escapar un pequeño y apenas audible quejido, lentamente abrió los ojos y por un momento, quedo maravillado por la increíble cantidad de estrellas que brillaban intensamente en el oscuro cielo. Por un segundo pensó que todo había llegado al final, por fin dejaría de sufrir, enojarse... y ser feliz. Pero un horrible dolor que le recorrió todo el cuerpo lo trajo de vuelta a la realidad.
Sintiendo como el dolor le taladra en su brazo derecho, lo levanto, no tardó en darse cuenta que se hallaba medio enterrado. Aquello le causo tal impresión que se levantó tan deprisa que comenzó a ver pequeñas lucecitas, sintió como si fuera a perder la conciencia, para su suerte, solo le tomo unos cuantos minutos el volver a la normalidad, o al menos a lo más normal que podía aspirar en ese momento.
Cuando pudo sostenerse en pie, logro visualizar el inmenso camión de arena que le había salvado la vida. Se percató de que iban avanzando a una gran velocidad por una desolada y lúgubre carretera.
Tragó saliva. Los recuerdos de su fallido intento al entrar a los laboratorios I.O.B.A acudieron a su mente como terribles espectros, movió la mano observando aquella aura verde que aún le cubría el cuerpo.
Mirándola con ojo crítico, ahora era ancha y deforme, aunque no tenía forma de comprobarlo. Ya sin temor a ser atrapado, le fue posible analizar más a fondo aquella aura que le rodeaba. Aunque el color que dominaba era el verde, parecía ser un tanto trasparente, además que unas partes parecía danzar tal cual llamas verdosas.
De pronto la tela del pasamontañas comenzó a molestarle la vista, no recordaba que lo llevaba puesto. Por un segundo se imaginó que la tela había pasado a formar parte de su rostro, con cierto miedo, pensando que si se lo quitaba podría traerse consigo su piel. Haciendo acopio de un valor que no sentía, levantó sus temblorosas manos, sus dedos acariciaron la tela aun húmeda, aspirando un poco de aire, comenzó a levantárselo.
Al comprender que no se había unido con su piel, se despojó de él sin dificultades, lo levanto observándolo, estaba descolorido, tal vez se debiera a que estuvo expuesto a ese líquido trasparente, le dio unos cuantos doblones y se lo guardo en la parte trasera de sus jeans, en ese momento su mano consiguió rozar algo duro, no tardó nada en recordar que allí llevaba su smartphone.
Lo extrajo, apretó el botón de encendido y apareció su fondo de pantalla, un león rugiendo en la cima de una roca. Por primera vez en su vida le agradecía a aquella chica del floren garden que le insistió tanto para que comprara el smartphone que resistía el contacto con el agua. Sin muchos ánimos de querer contarle a alguien lo que le había sucedido, entro a contactos y marco el número que rezaba: ‹‹hogar››.
—¡¿Dónde rayos estas Oliver?! —su madre le grito como nunca le había escuchado, parecía muy molesta, tal vez ya se habían enterado del asalto a los laboratorios, tenía que pensar en una excusa y rápido, pero sobre todo, tenía que convencer a su madre de que esta era real y, de pronto sin espéralo la respuesta llego a su mente.
—Voy camino a casa de tía Muriel, pasare las vacaciones con ella —a Oliver le sorprendió la tranquilidad y normalidad con la que dijo aquellas palabras.
—¿Y a quién le has pedido permiso para semejante cosa? —le recriminó su madre, pero como si ya estuviera esperando esa pregunta agrego:
—Sabía que mi padre no me dejaría venir, así que me he escapado —logró oír un pequeño suspiro de su madre, lo que indicaba que su mentira estaba llegando a buen puerto.
—Está bien. Espero que pases unas bonitas vacaciones, cuídate —dijo su madre con aquella dulzura que la caracterizaba. Por un momento Oliver iba a preguntar por lo sucedido en los laboratorios, pero se dio cuenta que ella no había mencionado nada, así que se limitó a agradecerle y terminar con la llamada.
Ya un poco más calmado se limitó a observar la carretera. Hasta que de pronto cayo en el fallo de su mentira, así que entro de nuevo a sus contactos, temió por un momento que su smartphone se quedara sin batería, así que se apresuró y marco el número.
—Hola...
—Hola tía Muriel, bueno, te hablaba para que me hicieras un gran favor —la corto al verse con poco tiempo.
—Y ahora, ¿En qué problema te has metido? —Oliver no logro evitar que una sonrisa se extendiera por su pálido rostro.
Los problemas de los que hablaba tía Muriel siempre eran por armar un relajo en los recesos y no justamente porque él fuera quien provocara las revueltas, sino que era él quien recibía las golpizas, aunque por una razón que desconocía, era el único que terminaba en la oficina del director, con cubos de hielo envueltos en un pañuelo para detener el sangrado; Al final siempre era el único que recibía un castigo.