Muy despacio abrió sus destellantes ojos. El águila dorada desplegó las alas y emprendió el vuelo, comenzaba a alejarse al tiempo que iba desapareciendo, solo dejando pequeñas esferas brillantes. Morihei se puso en pie. El Mantra de su alumno era un desastre, lo que antes fuera solo una deforme aura verde, ahora, eran tentáculos agitándose en todas las direcciones posibles.
—Está bien Oliver, es todo por hoy.
—¿Qué? —Abrió los ojos. Su Mantra volvió a ser deforme y muy ancha. Su atención fue totalmente centrada en el anciano el cual se encontraba ya de pie, frente a él.
—Que lo has hecho muy bien. Es todo por hoy. —Le dedicó una sonrisa.
Por unos segundos su mente se quedó en blanco sin saber cómo interpretar aquellas palabras. Al final terminó por asentir con un movimiento de cabeza, aunque no estaba muy seguro de parecer convincente. Se puso en pie. En su interior, sabía que había cometido un error. No llego a sentir su energía fluyendo y eso detono en que el anciano diera por terminado el entrenamiento.
—¿Tienes hambre?, yo me estoy muriendo de hambre. —Se dio media vuelta y caminó rumbo a la salida.
Sus manos se cerraron de manera involuntaria en dos puños. Él quería quedarse, le mostraría a su maestro que podía seguir sus órdenes, que podría sentir y controlar su Mantra.
Aunque lo deseara con toda su alma, no tenía el valor suficiente para desafiar al sujeto que le había dado no solo un techo donde dormir, sino que también lo ayudaba a comprender en el enorme problema que se había metido.
No quiso desobedecer las órdenes dictadas, así que decidió que lo mejor era seguirlo. Abandonaron el amplió lugar el cual denomino como la Sala de los Mil Olores, dejando atrás las diversas fragancias y se adentraron en los pasillos interminables, tenuemente iluminados por las antorchas que colgaban de la pared.
Solo trascurrieron unos minutos y cambiaron el rumbo en dos ocasiones, hasta que se encontraron frente a una puerta de madera de color negra la que evidentemente cruzaron, en ella, lo que más destacaba era el tallado de un dibujo de la luna, brillante como en las noches más oscuras.
Se adentraron en el misterioso lugar. Allí no olía a plantas o flores, allí olía a humedad, a pan rancio y otros olores que no llego a comprender.
Era una habitación espaciosa. El techo era abovedado, de él colgaban grandes arañas de cristal empañado, donde había velas con llamas danzando, las cuales llenaban el lugar con una tenue luz rojiza.
Las paredes se hallaban en pésimas condiciones. La pintura blanca que alguna vez cubrió los ladrillos, ahora quedaba al descubierto, mostrando los ladrillos grisáceos con los que se habían levantado las cuatro paredes. El suelo era liso y con grietas que se alzaban por un lado y otro, unas más grandes que otras.
Se acercó un tanto curioso a la mitad del lugar, en medio se levantaba una mesa de madera larga, el moho y la humedad habían causado estragos sobre la madera clara. A los lados, se podían ver antiguas sillas, aunque ahora solo quedaban unos pequeños trozos de ellas, o llenas de humedad que las había inflado con el pasar del tiempo, haciéndolas inservibles.
A su mano izquierda, se encontró con una cocina, todo era de metal, excepto las puertas de los cajones que relucían de una madera oscura. Lo demás era un brillante acero plateado. No tardo en comprender que esa concina había sido traída hacía pocos años, no logro ver abolladuras y la humedad aun no comenzaba a corroer el metal.
—¿Te gustan los sándwich, Oliver? —preguntó el anciano al tiempo que se alejaba rumbo a la deslumbrante cocina.
Fue tal su sorpresa que volvió a quedarse en blanco. Nadie nunca se interesó por saber sus gustos en la comida. Solo se alimentaba con lo que lograba preparar, o en defecto, lo que consiguiera comprar con el poco dinero que le dejaban los bravucones del instituto.
—Supongo —respondió con cierto temor.
Si al anciano le intereso su respuesta, no dio señales de ello, se limitó a abrir uno de los cajones de arriba y extrajo una hogaza de pan moreno, lo dejo sobre la mesa. Continuo revisando, al final dejo en la mesa, ajo, una mezcla de especias, unos cuantos limones, aceite de olivo, agua y un frasco donde su interior tenía un líquido viscoso color blanco, era muy similar a la mayonesa, pero debido a que no llevaba etiqueta, no podría asegurarlo.
—Vamos a preparar un poco de hummus, el cual se podría traducir como garbanzo —comentó Morihei al tiempo que sacaba una bolsa repleta de garbanzos, se acercó a la estufa de la cocina, encendió el fuego, encima puso una olla con agua trasparente, seguido deposito una considerable cantidad de garbanzos.