Tormenta de Héroes [crónicas de un Inesperado Héroe I]

10. EL NACER DE LAS ESCAMAS

 

El cansino pitido volvió a embargar toda la habitación. Un quejido se le escapo, se movió un tanto incomodo en su lecho, intentó reducir el sonido con su almohada.

Nada parecía surtir efecto. El pitido se adentraba por sus oídos, se abría paso por su cabeza y se instalaba permanentemente en su cerebro, agitándoselo de un lado a otro.

Se movió muy molesto entre las sabanas y, en un ataque de ira lanzó la almohada contra el reloj de la mesa de noche, no le dio por lo que el ruido continuó.

Lentamente abrió los ojos, toda la habitación se encontraba en penumbras, por lo tanto al dirigir su mirada entrecerrada al reloj, la destellante luz roja lo cegó por algunos segundos.

Molesto por el horrible pitido y que le picaban los ojos, volvió a hundir la cabeza en su almohada.

—Ya... cállate... —masculló sacando su brazo de debajo de las sabanas, lanzó golpes hacia la mesa de noche, hasta que consiguió propinarle un buen manotazo al reloj consiguiendo que se callara de una vez.

 

—¡Rápido, denos todo lo de valor! —le retumbaron las palabras en la cabeza, por lo cual se acuclilló un poco sobre su plataforma y deslumbró dos armas de fuego las cuales eran empuñadas por dos hombres con cara de no ser muy honestos.

Las damas a las cuales habían interceptado, rápidamente buscaron en sus bolsos todo lo de valor que llevaban encima.

Los dos látigos verdes se enrollaron de gran manera en los cañones de las armas, jaló hacia arriba, los ladrones no opusieron tanta resistencia tal vez porque no comprendían que estaba sucediendo.

Dejo que las armas volaran por el cielo oscuro y a cambió bajo para encarar a los dos sujetos bajitos, con ropas andrajosas, su piel se les pegaba de horrible manera a sus cráneos, sus dientes estaban podridos y sus ojos muy hundidos, sin duda debían ser un par de drogadictos.

—Lo siento. Las damas les han dicho que no —exclamó al tiempo que iluminaba sus dos puños. Aquello pareció traer de vuelta a los dos drogadictos, ya que abrieron sus ojos de par en par.

Balbuceaba algo, movían los labios, aunque ninguna palabra entendible salía de ellos. Uno de ellos dio un paso hacia atrás, por lo cual comprendió que estaban planeando su huida.

Buscando no dejarlos marcharse así de fácil, se lanzó al ataque. Su puño se volvió solo un borrón de energía el cual se estrelló contra aquel demacrado rostro, escupió un poco de sangre y vio volar unos cuantos dientes, los ojos se le pusieron en blanco mientras caía al suelo.

Su compañero lo miró atentamente por algunos segundos, posiblemente llegó a la conclusión de que no era nadie importante porque se giró y echó a correr. Saltó por encima del cuerpo inconsciente, hizo aparecer un látigo en su mano, lo hizo restallar, consiguiendo atrapar una pierna del drogadicto, jalo hacia atrás haciendo que cayera al suelo.

Sus piernas se iluminaron, las inclinó un poco y pegó un salto, escuchó el resquebrajarse del concreto.

‹‹Lo siento››, pensó al caer junto al criminal y ver que se extendían otras cuantas grietas.

—N-no no-no por-favor... no-no m-me ha-ha-ha-haga... —tartamudeó agitando las manos de arriba abajo, al igual que intentaba alejarlo lanzando patadas sumamente débiles.

—Esto te enseñara una valiosa lección —masculló enseñándole el puño iluminado—. Ya después me lo agradecerás.

—¡No! —aulló, agitó las piernas y un líquido le corrió por los pantalones.

‹‹Tal vez me he pasado un poco››, pensó mientras miraba los orines del drogadicto manchar sus pantalones y correr por la acera.

Buscando acabar con aquel extraño momento, descargó un potente golpe enviándolo a la oscuridad. Un tanto asqueado por los orines, terminó por cogerlo del cuello de la camisa y arrastrarlo por toda la acera dejando un considerable rastro de orines, se lamentó por su compañero ya que iba a estar junto a él.

Al tenerlos juntos, se puso en pie y dirigió una mirada a los dos damas.

—Supongo que deben tener un móvil, ¿No? —aligeró un poco el tono de su voz.

—S-si —respondió la de cabello rubio.

—Bien. Llamen a la policía —la joven hizo lo que le ordenaba, mientras hablaba, levantó la mirada, dos objetos se precipitaron hacia donde se encontraba, por lo cual elevó la mano cogiendo las dos armas.




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