A la mañana siguiente, Dagmar se levantó con una gran energía. No volvería a robar. Había conocido a una buena chica como lo era Mizuky, y podría intentar que algo sucediera.
Pero lo primero, era devolver el dinero a los yakusas. Se levantó, y observo que estaba solo. Se puso en pie, y miro hacia todos lados, no había ni rastro de Dustin.
Se acercó a la mesa, dudoso abrió la mochila, el dinero continuaba allí, buscando que no se pierda ni un yen le cerró. También se percató del arma, y junto a ella un pedazo de papel, Dagmar levanto el rostro, miro hacia ambos lados, fijo de nuevo la vista en el pedazo de papel, estiro lentamente la mano y lo tomo.
—Voy a dar una vuelta. Necesito despejar la mente —leyó, Dagmar se limitó a asentir comprensivo, dejo caer la nota sobre la deplorable mesa. Levantó el rostro, cerró los ojos, se llevó ambas manos al rostro y las movió de arriba abajo. Bajo sus manos, tomo un largo respiro, estaba listo para ir a ese encuentro.
Dagmar miro su aspecto, sabía que no podía presentarse con aquella ropa. Caminó hasta un rincón, cogió varias bolsas negras, volvió a la mesa, abrió las bolsas y rebusco moviendo diferentes prendas. Al final dio con una camiseta de un gris pálido, la saco de las bolsas y la dejo a un lado, un poco más de tiempo y extrajo un jeans oscuro.
Se alejó de la mesa, se quitó la camiseta negra manchada de sangre, desabrocho su jeans y se lo quito, quedando desnudo. Al percatarse de ello, rápidamente busco en las bolsas, hasta que dio con unos calzoncillos blancos, sin más opciones, se los coloco. Al instante que se los estaba vistiendo, observo el vendaje en su pierna.
Cogió una de las sillas, la recorrió y tomo asiento. Con cuidado se retiró el vendaje, dejando al descubierto la herida que se había tenido que suturar. Las yemas de sus dedos se deslizaron sintiendo el bulto de carne dejado por la herida. La acaricio por un buen tiempo, hasta que tomo el suficiente valor para decidir que ya había sanado.
Se puso en pie, busco en las bolsas, hasta que digo con una daga, volvió a sentarse, estiro la pierna haciendo que su pie tocara la mesa, una vez estirada, Dagmar con mucho cuidado y evitando que su mano temblara, acerco la daga a los puntos, la trozo con la punta, al conseguirlo dejo escapar un suspiro, dejo la daga en la mesa, estiro su mano y apretando los dientes se retiró los puntos. Levanto aquel hilo negro, lo admiro por algunos segundos, y después lo dejo en la mesa. Una vez más sus dedos se deslizaron por su pierna, hasta sentir la cicatriz dejada. Suspiró resignado, sabía que no podía hacer nada más.
Se puso en pie, se vistió con el jeans oscuro, unas botas, y a juego con la camiseta de color gris opaco. Una vez listo, tuvo que volver a cerrar los ojos, recordar todos los beneficios que le traería el entregar el dinero, asintió como buscando convencerse a sí mismo.
Abrió los ojos, se acercó a las bolsas y busco algo, extrajo una chaqueta de cuero, sabía que por el tamaño debía pertenecer a Ernest, pero pensó que a este no le importaría que la usara cuando estaba por salvarle la vida, sin más se la vistió.
Una vez preparado, cogió aire, se acercó y tomo la mochila, se la colgó en el hombro, sus ojos se detuvieron en el arma, por un instante se vio tentado en llevarla, al instante recapacito, sabía que le causara más problemas que beneficios. Tragando una gran cantidad de saliva se encamino hasta la puerta, la abrió y abandono aquella deplorable morada. Miró hacia ambos lados, la angosta calle estaba vacía y silenciosa, eso no le gustaba, aun así decidió caminar. Estaba consiente que no daba el mismo aspecto de lástima que el día anterior, así que no sería buena táctica pedir dinero.
Se deslizó por unas cuantas y angostas calles, hasta que se vio obligado a detenerse, su boca se abrió dejando escapar una gran cantidad de aire, no sabía cómo, pero todo el trayecto había estado aguantado la respiración. Su pecho subía y baja, buscando recuperar el aliento.
Pasó algunos minutos así, hasta que las miradas de las personas que pasaban a su alrededor comenzaron a incomodarlo, siendo así, se limpió el exceso de sudor de su frente con ayuda de su antebrazo, y sin más reanudo su caminata.
No sabía el porqué, pero mientras recorría las angostas calles, su mente no pensaba en Albert su compañero caído, o en la vida de Ernest, ni siquiera en Dustin el Llorón. Sus pensamientos estaban ocupados por Mizuky. Quería verla en ese mismo instante. Estaba consiente que no había sucedido nada, aun así le resultaba imposible apartarla de su mente, y eso provocaba felicidad, al mismo tiempo que sentía tristeza por no pensar en sus compañeros. No sabía cómo sentirse al respecto, y la mezcla de sentimientos en su pecho no era de mucha ayuda.