Se llevó una mano al costado intentando reducir así el terrible dolor que le agitaba sus costillas. Apretó los dientes. Sus pasos eran lentos, torpes, demasiado débiles para continuar sosteniéndolo, ya no se diga ayudarlo a caminar.
Con su mano libre rozaba con la yema de sus dedos aquel muro áspero y antiguo, era lo único que le servía como una guía que lo ayudaría a salir de aquel lugar perdido en la penumbra.
Las pisadas retumbaron por todo el lugar y le agitaron la cabeza. Se escuchaban cada vez más cercanas, lo que provoco que su corazón comenzara a latir con mayor intensidad.
‹‹Debo darme prisa, debo salir de aquí››, fue el pensamiento que se atenazo en su mente.
—¡¿Realmente crees que puedes escapar de mí?! —por el rabillo del ojo consiguió ver un destello carmesí, unos poderosos dedos se cerraban con intensidad alrededor de su cabello y cortaban con facilidad su intento de huida.
Apretó los dientes, por lo menos no le arrancaría un grito, mucho menos suplicaría ante semejante monstruo.
—¡Debes entender cuál es tu lugar! —le jaló sin compasión del cabello, le hizo caer al suelo de manera brusca, sin más le fue posible sentir las llamas mientras le lambían el rostro.
Abrió un poco los ojos y las destellantes llamas rugieron, crecieron, una terrible picazón se apodero de sus globos oculares, lagrimas comenzaron a correr por su rostro, mientras que el fuego comenzaba abrirse paso violentamente por sus cuencas vacías...
Sus ojos buscaron abrirse de manera inmediata, un terrible dolor y un extraño estiramiento se lo evitó en su ojo izquierdo, solo consiguiendo abrir una pequeña ranura.
Aun le era posible sentir el calor sobre su piel, aunque no era tan potente como aquellas danzarinas llamas. Su único ojo bueno lo entrecerró un poco.
Le costó algunos segundos comprender a que se debía aquel calor, hasta que con el rabillo de su ojo, descubrió un tanto alejada una lámpara que se encontraba encima de una mesa de noche, era la única fuente de luz, todo lo demás se encontraba envuelto en densa oscuridad.
Se tuvo que recordar que una lámpara no podía hacerle daño...
‹‹¿Dónde estoy?››, fue la primera pregunta que se le formulo en su mente, al comprender que ya no se encontraba en aquel lugar inmenso, sino que una habitación más pequeña.
Los recuerdos de todo lo sucedido volvieron con la violencia de un tornado, le agitaron la cabeza y le recordaron todos los golpes que había recibido, y como si estuvieran esperando su oportunidad, el ardor de los cortes le atenazo el rostro, su costado se contrajo bruscamente y le hizo apretar los dientes.
Aun con todo aquel dolor, sabía que no podía encontrarse a salvo hasta que supiera donde se encontraba. Muy vagamente recordaba a alguien que le preguntaba a donde quería que lo llevara, aunque le era imposible recordar cual había sido su respuesta.
Movió su único ojo bueno. Le fue posible distinguir que se encontraba en un lecho y su cuerpo era cubierto con suaves mantas blancas, por un momento pensó que estaba muerto, si era así, el dolor de la muerte era igual o peor de cuando se estaba vivo. Deshecho esa idea, al descubrir que no tenía el rostro cubierto con una manta.
Continuó con su furtiva investigación. Descubrió un armario cerrado, un ordenador al fondo, una pantalla incrustada en la pared, en las demás colgaban unas cuantas fotografías, aunque lo que más llamaba su atención, era aquel pequeño pizarrón con un gran número de recortes periodísticos.
Frunció el ceño soportando el ardor y picazón que eso le causaba, creía conocer aquel lugar, su espalda le dolía de sobremanera, por lo cual buscando reducir el dolor, aplicó un poco de fuerza, el latigazo de dolor fue inmediato, lo mareo solo ese pequeño esfuerzo y volvió a caer en el lecho, provocando que el dolor de su rostro se intensificara.
Aun con los intensos dolores, le fue posible escuchar cómo era abierta una puerta, la luz del exterior se adentró tal cual haría un ladrón furtivo y acabo con la penumbra que reinaba en aquel lugar.
—Janet —susurró con dificultad, sentía los labios un tanto hinchados.
—Vaya, miren quien ha despertado —ironizó, cruzó la habitación y abrió las cortinas que cubrían la ventana, afuera solo se escuchaba el golpeteo constante de la lluvia—. ¿Aún no quieres que te lleve al hospital?
Por mero instinto se llevó su mano al rostro, no le importó que sus toqueteos aumentaran el dolor, no llevaba la máscara, también iba desnudo del cuerpo, aunque eso no le sorprendió ya que él mismo se había deshecho de esas prendas, lo que si le dejo sin aliento, fue no sentir sus pantalones, por lo cual se imaginó que debería estar igual de desnudo que el día de su nacimiento, al palparse las piernas por debajo de las sabanas y ascender, dejo escapar un suspiró al sentir lo áspero y duro que se había vuelto su calzoncillo.