Tormenta de Verano

Capítulo 3: Lía

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Intenté convencerme de que no lo volvería a ver.
Era una playa enorme, había cientos de personas, y él solo había aparecido en el momento justo… nada más. Pero por alguna razón, cada vez que el viento soplaba con ese olor a sal, mi mente regresaba a sus ojos, a su sonrisa, a cómo mi corazón había empezado a latir sin permiso.

No sabía su historia. No sabía nada de él. Y sin embargo, algo en mí quería descubrirlo todo.

Esa tarde bajé nuevamente a la playa con mi cámara. Quería distraerme, concentrarme en las fotos, en la luz del atardecer, en cualquier cosa que no fueran sus palabras.
Pero, como si el universo se burlara de mí… ahí estaba.

Sentado sobre una tabla de surf, el cabello mojado, riéndose con un grupo de amigos. Parecía tan natural, tan libre, que hasta el aire parecía girar a su alrededor.

—Genial… justo lo que necesitaba —murmuré, bajando la vista.

—¿Me estás siguiendo, fotógrafa? —su voz me hizo girar tan rápido que casi dejo caer la cámara.

—¿Qué? ¡No! —respondí enseguida, sintiéndome torpe—. Solo vine a tomar fotos.

Él sonrió, con esa media sonrisa que mezclaba burla y encanto.
—Relájate. No te acuso… todavía.

Rodé los ojos, intentando mantener la compostura.
—Tranquilo, no pienso repetir el espectáculo de ayer.

—Una lástima —dijo él, levantándose y acercándose unos pasos—. Fue bastante entretenido.

Me crucé de brazos, fingiendo indiferencia.
—Sos un idiota.

—Y vos una mala mentirosa.

No supe qué responder. Su voz tenía un tono tan seguro, tan firme, que desarmaba cualquier defensa. Me giré para disimular, enfocando la cámara en el horizonte.

—¿Te gusta el mar? —preguntó, más suave esta vez.

—Sí. Me calma —dije sin pensarlo—. Todo es más simple cuando estás frente al agua.

Lo miré de reojo y noté que también observaba el mar, pero su mirada no tenía calma, sino un tipo de tristeza escondida.

—A mí me recuerda lo rápido que todo puede cambiar —dijo al fin—. Un segundo estás en la orilla… y al siguiente, la corriente te arrastra.

Por un momento, el silencio entre los dos no fue incómodo. Fue… real.
Lo sentí demasiado cerca, el olor del mar mezclado con su perfume, su voz más baja cuando dijo:

—Nos vemos, Lía.

Y antes de que pudiera responder, ya se había alejado caminando por la arena, supe que no me dejaría en paz:
¿Quién era realmente Leo?




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