Tormenta de Verano

Capítulo 5: Lía

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El aire olía a sal y promesas rotas.
Ivy decía que eso era lo mejor del verano: nunca sabías si ibas a enamorarte o a arrepentirte.

—Lía, por favor, dejá de mirar el mar como si fuera a devolverte algo —dijo riendo, mientras ajustaba el top y se ponía los lentes de sol—. Hoy vinimos a divertirnos, no a filosofar.

—No estoy filosofando —mentí.
Porque sí, lo estaba haciendo. Desde que lo vi, mi cabeza no había dejado de repasar cada detalle. Ese chico con mirada seria y sonrisa rota. Leo.

Ivy se encogió de hombros, tomó mi mano y me arrastró entre la arena. Había una fogata cerca de la orilla; la música sonaba, el cielo se teñía de naranja, y el mar reflejaba los últimos rayos del sol.

—¿Quién organizó esto? —pregunté.
—Nico —respondió ella con una sonrisa pícara—. El amigo del chico que te salvó el otro día, ¿te acordás?

Mi corazón dio un salto.
—¿Leo?

Ivy asintió, disfrutando de mi incomodidad.
—Exactamente. Y tengo entendido que también va a venir. Así que, si querés, podés practicar tu cara de "yo no estaba pensando en vos todo el día".

Rodé los ojos, pero no dije nada.

Cuando llegamos, había risas, luces colgando y ese tipo de energía que solo existe en las noches de verano.
Nico estaba apoyado en una tabla de surf, hablando con un grupo. Tenía el pelo despeinado por el viento y una sonrisa fácil, de esas que hacen que todos quieran estar cerca.

—Ivy, llegaste justo a tiempo —dijo cuando nos vio. Se saludaron con un abrazo que duró un poco más de lo normal.
—Sabía que no ibas a empezar sin mí —respondió ella, divertida.

Y entonces lo vi.
Leo estaba un poco más atrás, cerca del fuego. La camiseta blanca le quedaba suelta y tenía las manos en los bolsillos, mirando el mar como si estuviera en otro lugar.
Su mirada se cruzó con la mía por accidente. O tal vez no.

Durante un segundo, el ruido desapareció.
Solo quedamos él y yo, y ese fuego que parecía arder entre nosotros, incluso desde la distancia.

—¿Lo vas a saludar o querés que le lleve un mensaje telepático? —susurró Ivy, divertida.
—Ivy…
—Lía.

Me giré. Leo se estaba acercando.
Cada paso suyo se sentía como un desafío.

—Así que viniste —dijo con una media sonrisa.
—Así que te creés dueño de la playa —contesté, intentando sonar tranquila.

Él rió, y por un instante, hasta el mar pareció detenerse.
No sabía si odiarlo o agradecerle por haber aparecido en mi vida. Pero sí sabía una cosa: esa noche iba a marcar el comienzo de algo que no podía controlar.

Y en el fondo… tampoco quería hacerlo.




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