-
-
Hay algo en el verano que te vuelve más sincera.
Será el calor, la sal en la piel o simplemente la excusa perfecta para dejar de pensar tanto.
Y yo, sinceridad tengo de sobra.
Nico estaba sentado sobre su tabla, a unos metros de la orilla, desarmando un collar que alguien había dejado en la arena.
—Estás muy concentrado para ser vos —le dije, dejándole caer mi sombra encima.
—Estoy intentando arreglar esto —respondió sin mirarme—. Pero creo que necesita alguien con manos chiquitas.
—¿Insinuás que tengo manos de nena?
—No.
Entonces levantó la mirada, sonriendo de esa forma que te saca el aire.
—Insinúo que tenés manos perfectas para arreglar cosas. Y para romperlas también.
—Wow —bufé—. Profundo. ¿Dormiste anoche o te iluminó el mar?
—Un poquito de ambos.
Me senté a su lado y él extendió el collar. Tenía cuentas azules y blancas, como si en algún momento hubiera sido un amuleto.
—¿Para quién es? —pregunté.
—Para una chica —respondió.
Pausa.
Pausa dramática.
—¿Ah, sí? ¿Y quién?
Nico se rió, como si hubiese estado esperando mi reacción.
—Tranquila, reina del drama. Es para vos.
Sentí el corazón darme un salto tonto, de esos que no admito ni bajo amenaza.
—No necesito regalos.
—No es un regalo —dijo—. Es un recuerdo. De este verano.
—¿Y quién dice que voy a recordar esta parte?
—Yo —contestó, simple, directo—. Porque siempre recordamos a las personas que nos sacan de quicio.
Me mordí el labio para no sonreír como idiota.
Lo odiaba un poco por eso.
Porque siempre logra leerme más de lo que quiero.
—¿Y Lía? —preguntó de pronto, como quien cambia de tema pero en realidad está espiando una historia—.
La noté rara hoy.
—Está en su nube —dije—. No sé si de enamorada o asustada, pero nube al fin.
Nico suspiró.
—Leo también está raro. Se hace el tranquilo, pero se le nota en los ojos.
—¿Qué cosa?
—Que la vio. Que la piensa. Que está intentando no sentirse.
Lo miré.
Él me miró.
Y por un segundo, el mundo se volvió más honesto de lo que esperaba.
—Che, Ivy…
—¿Qué?
—Si yo estuviera en esa situación… ¿vos me dejarías sentir?
Mi corazón se derritió un poco.
Y lo odié otro poquito.
Porque Nico siempre tenía ese efecto en mí.
Antes de poder responder, escuché pasos en la arena.
Lía venía hacia nosotros con cara de quien intenta parecer normal pero no puede.
Me acomodé el pelo, fingiendo no haber estado a punto de caer en algo más grande de lo que admito.
—Hablamos después —susurró Nico.
Y mientras Lía se acercaba, supe que algo estaba cambiando para todos.
Como si el verano hubiera decidido que ya era hora de empezar a romper corazones… o a unirlos.