-
-
Hay momentos en los que uno llega a una escena y siente que interrumpe algo.
No sé si era el silencio, la luz dorada del atardecer o cómo estaban parados, pero cuando vi a Ivy y Nico juntos entre los pinos… supe que había pasado algo.
Ivy estaba un poco despeinada, con las mejillas rosadas.
Nico tenía esa sonrisa media torpe que solo le sale cuando lo agarran sintiendo más de lo que quiere admitir.
Y yo me quedé ahí, con la arena pegada a los pies, pensando:
Ok. ¿Cuándo pasó esto?
—¡Ivy! —llamé, intentando sonar normal.
Ella dio un paso atrás, como si la hubiera sorprendido robando galletitas de una alacena.
—¿Todo bien? —preguntó ella, forzando una sonrisa, demasiado rápida, demasiado ensayada.
—Sí… creo —respondí—. Los estaba buscando.
Nico se inclinó a recoger unas ramas que claramente habían dejado tiradas al escucharme.
Demasiado casual para ser casual.
—¿Y por qué nos buscabas? —preguntó Ivy, cruzándose de brazos.
Tragué saliva.
No sabía si decirlo.
No sabía si yo sabía lo que había pasado.
—Porque… —me mojé los labios—. Porque Leo vino a hablar conmigo.
El nombre cayó como una piedra en el agua.
O como un rayo en una tarde despejada.
Los ojos de Ivy se agrandaron.
Los de Nico se tensaron, como si supiera algo que yo todavía no entendía.
—¿Y qué… qué te dijo? —preguntó Ivy, acercándose un poco.
Me froté las manos.
Mi corazón seguía latiendo demasiado rápido desde que lo había visto.
—Que necesitaba aclarar algo —dije—. Que… que no quería que lo evitara.
Hubo un silencio raro, como si estuvieran esperando el resto.
Como si supieran que no estaba contando todo.
Nico entrecerró los ojos.
—¿Y vos lo estabas evitando?
—No —respondí… demasiado rápido—. O sea, no sé.
Es complicado.
Ivy me miró como solo alguien que te conoce demasiado puede mirarte.
Esa mirada mezcla de ¿qué hiciste? y ¿qué sentís?
—Lía… —empezó ella—. ¿Qué pasó exactamente?
Abrí la boca para responder, pero entonces escuché pasos detrás mío.
Pasos que mi corazón reconoció antes que mi mente.
Pasos que ya se me habían quedado grabados.
Me giré despacio.
Y ahí estaba él.
Leo.
Con esa expresión que parecía tranquila, pero no lo era.
Con ese fuego silencioso en los ojos que me quemaba incluso a la distancia.
—Lo que pasó… —dijo él, terminando mi frase sin pedírselo—. Es que quiero hablar con ella.
A solas.
Ivy se acomodó un mechón del pelo, intentando casualidad; no lo logró.
Nico levantó las manos en señal de “cero drama” y se alejó con ella hacia la playa.
Y yo me quedé ahí.
Con el corazón temblando.
Con él enfrente.
Y con la sensación de que, pase lo que pase ahora, nada va a volver a ser igual.