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Nunca fui bueno para esto.
Sentir.
Decir.
Quedar expuesto.
Pero cuando Lía dio ese paso hacia mí, tan simple y tan valiente al mismo tiempo, sentí que algo en mi interior se aflojaba.
Como si por primera vez en mucho tiempo no estuviera preparado para salir corriendo.
Ella dijo que no iba a escapar.
Y no sé por qué carajo eso me afectó tanto.
La miré.
El viento le movía el pelo y tenía las mejillas un poco rojas, no sé si por el frío, por la confesión… o por mí.
Quise pensar que por mí.
Es egoísta, pero quise pensarlo igual.
—¿Volvemos a donde están los demás? —pregunté al fin, intentando sonar tranquilo.
Ella asintió.
No me tomó del brazo ni buscó tocarme, pero caminó a mi lado.
Eso bastó.
Mientras avanzábamos por la arena, podía sentir su presencia al lado mío como si llevara electricidad.
Era absurdo.
Pero real.
—¿Estás bien? —le pregunté, porque el silencio me estaba matando más de lo normal.
—Sí —respondió ella, mirándome un segundo antes de desviar la vista—. Solo… no pensé que ibas a decir todo eso.
Sonreí sin pensarlo.
—Ni yo pensé que iba a decirlo.
Ella soltó un suspiro que no supe si era de alivio o de caos interno.
Cuando llegamos cerca de la fogata, Nico y Ivy estaban como si nada.
Mentira.
Como si nada para el que no mira bien.
Yo los conozco.
Los vi demasiado tiempo peleándose para saber cuándo se gustan más de lo que admiten.
Nico nos vio y levantó las cejas con una sonrisa que me dieron ganas de borrarle a golpes.
Ivy le pegó en el brazo, como diciéndole no seas idiota, pero igual nos observaba a los dos con ojos de experta.
—¿Todo bien? —preguntó Nico, exagerando el tono.
—Perfecto —respondí, sin darle el gusto de ponerse a adivinar.
Lía se acomodó el pelo detrás de la oreja, nerviosa.
Siempre hace eso cuando siente que la están analizando.
La conozco más de lo que debería para lo poco que hablamos.
Nos sentamos cerca del fuego.
La luz naranja iluminó su cara y tuve que mirar para otro lado antes de perder la compostura.
A veces pienso que no debería acercarme tanto.
Que no estoy hecho para esto.
Que soy demasiado complicado, demasiado jodido, demasiado… yo.
Pero entonces ella me mira.
Y todo ese discurso se me derrumba.
—Leo —susurró de repente.
Giré la cabeza hacia ella.
—Gracias —dijo.
—¿Por qué?
—Por no… sé. Por ser sincero.
Tragué saliva.
Ojalá supiera que eso fue solo una parte.
Una parte muy controlada de todo lo que en realidad siento.
—Lía —dije.
Y no sé qué iba a decir.
Porque en ese instante alguien gritó desde la playa:
—¡Chicos! ¡Vengan! ¡Van a largar los faroles!
Un grupo empezaba a preparar globos de papel para soltarlos al cielo.
Nico se levantó como un nene.
Ivy se rió y lo siguió.
Lía se paró también, y cuando pasó a mi lado, nuestras manos se rozaron.
Un toque mínimo, casi inexistente.
Pero suficiente para que algo dentro mío hiciera clic.
La miré.
Ella también había sentido algo.
Lo supe por cómo apretó los labios, como si intentara no sonreír.
—¿Vamos? —preguntó.
Asentí.
Y mientras caminábamos hacia la orilla para soltar esos faroles al cielo, entendí algo que no quería admitir:
Me estaba metiendo demasiado.
Y ya no tenía idea de cómo salir.
Ni si quería salir.