Tormenta de Verano

Capítulo 19 — Lía

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Llegué a casa con los pies llenos de arena y el corazón demasiado despierto como para intentar dormir.
Cerré la puerta despacio, como si eso pudiera esconder todo lo que estaba sintiendo.

Mamá estaba viendo una serie en el sillón.

—¿Volviste temprano —dijo sin mirar del todo—. ¿La pasaste bien?

—Sí —respondí, demasiado rápido.

No podía mentir, pero tampoco podía empezar a explicarle por qué sentía que el pecho me latía distinto.
Así que subí a mi habitación antes de que pudiera hacerme otra pregunta.

Cuando cerré la puerta, dejé caer la mochila en el piso y me apoyé contra la pared.
El silencio me golpeó como un recuerdo.

Leo.
Su voz cerca de mi oído.
Su Prometo que no me voy a ir.
Sus ojos, como si estuviera luchando contra algo que no terminaba de decirme.

Nunca nadie me había mirado así.
Nunca nadie me había hecho temblar así tampoco.

Me dejé caer en la cama, abrazando la almohada contra mi pecho.

No quería exagerar.
Ni ilusionarme demasiado.
Ni correr detrás de algo que no sé si está listo para existir.

Pero tampoco podía negar la verdad:
Hoy pasó algo.
Algo que no me esperaba.
Algo que todavía siento en la piel.

Me di vuelta boca arriba y respiré hondo.
El techo se veía igual que siempre, pero yo no.

—Estás tan en las nubes que das miedo —escuché desde la puerta.

Ivy.

Ni siquiera la escuché entrar.

—No estoy en las nubes —dije, aunque la sonrisa me traicionó.

Ivy cruzó los brazos, apoyándose en el marco con una sonrisa pícara.

—¿Ah, no? Entonces esa cara… ¿qué es?
¿Reacción alérgica al romance?

—Idiota —le dije entre risas.

Ella entró y se sentó a mi lado.

—¿Me vas a contar o tengo que sacarte la información a la fuerza?

Suspiré.
No sabía ni por dónde empezar.

—Él… —dije bajito—. Hoy fue distinto.

—¿Distinto cómo?

—Como si… —me quedé pensando—. Como si se dejara ver. De verdad.

Ivy sonrió suave, sin burlarse esta vez.

—Eso pasa cuando alguien te importa.

—No sé si le importo —respondí.

—Lía… —dijo, tocándome la mano—. Si vieras cómo te mira, no tendrías dudas.

Mi corazón hizo ese salto estúpido otra vez.

No quería que me pasara esto.
Pero ya me estaba pasando.

—Tengo miedo —confesé.

—¿De qué?

—De que él cambie.
O de que sea yo la que cambie.
O de que… —tragué saliva—. De sentir demasiado.

Ivy me miró con una ternura que pocas veces dejaba ver.

—Sos fuerte, Lía.
Y cuando algo te hace temblar, es porque vale la pena.

No respondí.
No podía.
Porque si abría la boca, iba a llorar o a decir algo ridículo.

Ivy me abrazó sin decir nada más.
Ese abrazo que te sostiene cuando no sabés si estás cayendo o volando.

Después se levantó, caminó hacia la puerta, y antes de salir agregó:

—No le tengas miedo al verano. A veces, lo que llega en estas noches se queda para siempre.

Cuando se fue, apagué la luz y me quedé a oscuras.

Pero dentro mío, todo seguía brillando.
Como ese farol que subió al cielo…
y que siento que todavía no terminó de elevarse.




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