Tormenta de Verano

Capítulo 20 — Leo

-

-

Llegué a casa más tarde de lo que pensé.
La noche seguía tibia, como si el verano también estuviera evitando dormirse.

Tiré las llaves sobre la mesa y fui directo a la heladera.
Agua fría.
La necesitaba.
Algo que me hiciera dejar de pensar en ella, aunque fuera por un minuto.

Pero no hubo caso.
Cada vez que cerraba los ojos, veía lo mismo:
Lía iluminada por el farol.
Su voz temblando cuando dijo mi nombre.
La forma en que casi… casi… me acerqué de más.

Me pasé una mano por la cara, frustrado.

—Estás cagado, hermano —escuché detrás mío.

Casi tiro la botella.

—¿Qué hacés acá, Nico?

—Vine a buscar mi campera, pero veo que tengo material para molestar —dijo entrando como si fuera su casa.

Se dejó caer en el sillón con esa sonrisa insoportable que siempre anuncia problemas.

—¿Qué pasó con Lía? —preguntó directo.

—Nada —respondí demasiado rápido.

Nico levantó una ceja.

—Ah. Perfecto. Cuando respondés así, significa que pasó TODO.

—Nico, te juro que…

—¿Se besaron?

—No.

—¿Casi?

Lo miré.
Él sonrió como si acabara de ganar un premio.

Me dejé caer en una silla, apoyando los codos en las rodillas.

—No sé qué estoy haciendo —admití en voz baja.

Nico se acomodó, dejando de bromear por un segundo.

—¿Y qué sentiste?

—No sé —mentí.

—¿Querés que me siente acá hasta que digas la verdad? Porque puedo, ¿eh? No tengo sueño.

Suspiré fuerte.

—Sentí… —me detuve—. Sentí que hacía mucho no me pasaba algo así.

Nico sonrió, pero esta vez sin exagerar.

—No es tan terrible sentir, ¿sabés?

—Para mí sí —respondí—. Porque yo no soy como vos. No soy bueno para… esto.

—Bueno para qué —dijo cruzándose de brazos—. ¿Para gustar de alguien? No hace falta ser un genio.

Negué con la cabeza.

—Es más complicado.

Nico me observó con esos ojos que pocas veces usan para molestar.

—Mirá, leo… —dijo serio—. Cuando te peleaste con medio mundo, yo estuve. Cuando quisiste desaparecer, también. Y cuando no querías hablar con nadie, fui yo el boludo que te trajo comida. ¿Te acordás?

—Sí…

—Entonces escuchame: no importa si sos complicado, si tenés miedos, o si no sabés cómo hablar de lo que sentís. Si ella vale la pena, vas a encontrar la forma.

Me quedé callado.

No quería admitirlo pero…
Ese era el problema.
Lía sí valía la pena.
Demasiado.

—Pero no estoy listo —dije en voz baja.

Nico se levantó, dándome un golpe suave en el hombro.

—Nadie está listo. Esa es la gracia.

Iba a responderle cuando mi celular vibró.
Lo miré sin intención de contestar, pero el nombre me golpeó el pecho:

Lía.

Un mensaje corto.

“¿Llegaste bien?”

Mi estómago se retorció, pero no de mal modo.

Nico lo vio sobre mi hombro y se rió.

—Ajá. Sí, no estás listo.
Pero ella ya te movió el piso, hermano.

No dije nada.
Solo agarré el teléfono.

Y mientras pensaba qué contestar, entendí algo que me dio más miedo que cualquier pelea de mi vida:

Por primera vez en mucho tiempo…
quería que alguien se quedara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.