-
-
No esperaba que me contestara tan rápido.
De hecho, ni sabía si lo iba a hacer.
Mandé el “¿Llegaste bien?” acostada en la cama, todavía con la piel como cargada de electricidad. Lo escribí, lo borré, lo volví a escribir. Al final lo envié y dejé el celular a un costado, como si no mirarlo hiciera que me importara menos.
Mentira.
Me importaba demasiado.
Afuera, el aire seguía tibio, típico de esas noches de verano que parecen quedarse despiertas con uno.
Adentro, yo no podía dejar de pensar en él.
En su voz temblando un poco.
En cómo no se alejó.
En cómo se quedó cuando podría haberse ido.
Ivy estaba en su cama, del otro lado de la habitación, revisando su celular también. Nos habíamos quedado a dormir juntas porque decidimos que las vacaciones eran para eso: trasnochar, hablar pavadas y reírnos hasta que nos doliera la panza. Pero esta vez… yo no podía pensar en nada que no fuera Leo.
—¿Todavía no te contestó? —preguntó sin levantar la vista.
—No… —mentí, revisando el celular por decimoquinta vez.
Ivy sonrió como si pudiera ver lo que me pasaba aunque no la mirara.
—Dejá de mirar cada dos segundos. Va a contestar cuando pueda. No todos son tan ansiosos como vos.
—No soy ansiosa —dije, mientras volvía a desbloquear el celular.
Ivy se rió fuerte.
—Claro. Re tranqui estás.
La almohada le pegó de lleno en la cara. Ella me la tiró de vuelta con más fuerza.
Me recosté de nuevo, tratando de respirar hondo.
No quería que se notara tanto lo que me pasaba.
Pero era como si algo en mi pecho latiera de una forma distinta desde hoy.
Justo cuando estaba por dejar el celular a un lado… vibró.
Mi corazón hizo un salto que me dejó sin aire.
Ivy me miró como si hubiera escuchado un trueno dentro de la habitación.
—¿Es él? —preguntó, sonriendo como si fuera Navidad.
Tragué saliva y desbloqueé la pantalla.
Era Leo.
“Sí, ya estoy en casa. ¿Vos? ¿Todo bien?”
Leí ese mensaje tres veces.
Era simple, cortito, normal.
Pero yo lo sentí en todo el cuerpo.
—Sonreís como si te hubiera dicho que se casa con vos mañana —se burló Ivy, pero sin mala onda.
—Callate —dije, tapándome la cara con la almohada para esconder mi sonrisa estúpida.
—¿Le vas a contestar?
—Sí… —dije, aunque el dedo todavía ni se movía—. No quiero sonar pesada.
—Lía, es un mensaje, no una declaración de amor.
Aunque… un poco lo sentía así.
Respiré, y al final escribí:
“Sí, llegué bien. Estoy con Ivy. ¿Vos cómo estás?”
No lo pensé demasiado esta vez. O si no, no lo enviaba nunca.
Apenas apreté “enviar”, solté el celular como si quemara y me dejé caer en la cama.
—Ya está —dije—. Ya lo mandé. Ya me quemé.
Ivy rodó por la cama hasta quedar a mi lado.
—¿Sabés qué es lo peor de todo esto? —preguntó.
—¿Qué?
—Que te re gusta.
—No me gusta —intenté decir, pero la voz me salió muy bajita.
Ivy alzó una ceja.
—Te gusta. Y te da miedo admitirlo.
Suspiré.
Porque sí.
Me daba miedo.
Me daba miedo que él no sintiera lo mismo.
Me daba miedo sentir demasiado.
Me daba miedo la versión de Leo que se cierra, que se aleja.
Pero también me daba miedo la otra versión.
La que apareció hoy.
La que me miró como si estuviera descubriendo algo nuevo en mí.
Mi celular volvió a vibrar.
Casi me caigo de la cama del susto.
Ivy gritó:
—¡LEO!
—¡Shhh! —le dije, aunque yo también quería gritar.
Abrí el mensaje con el corazón en la boca.
Leo había escrito:
“Estoy… pensando.”
Lo miré sin entender.
Y antes de que pudiera procesarlo, llegó otro.
“En vos.”
Sentí que el aire desaparecía.
Que el mundo se achicaba.
Que todo lo de afuera se volvía ruido lejano.
Ivy me miró la cara y abrió los ojos como platos.
—Lía… ¿qué dijo?
Le pasé el celular sin poder hablar.
Ella leyó, me miró, gritó —bajito, pero gritó— y me agarró del brazo sacudiéndome.
—¡NOOOOO! ¡NO PUEDE SER TAN LINDO ESTO!
Yo no podía ni respirar.
Porque Leo no escribía así.
Leo no era de mandar ese tipo de mensajes.
Leo no decía cosas que lo dejaran expuesto.
Pero esta vez sí.
Miré la pantalla otra vez.
Su nombre.
Esa frase.
“En vos.”
Sentí que el corazón me latía tan fuerte que me mareé.
Ivy me tocó el brazo más despacio.
—Amiga… esto ya no es una ilusión.
Esto es REAL.
Yo asentí, apenas, todavía temblando.
Porque, por primera vez, Leo no solo se había quedado conmigo en la playa.
Se estaba quedando ahora.
De verdad.
Con palabras.
Con algo que no había dicho nunca.
Escribí despacio, con los dedos todavía inquietos:
“¿Pensando qué?”
Tardó unos segundos en contestar.
Vibración.
Mensaje nuevo.
“En lo que pasó.”
Pausa.
Segundo mensaje.
“Y en lo que me hizo sentir.”
Sentí que el pecho se me hacía chiquito.
No sabía qué iba a pasar después.
No sabía si Leo iba a retroceder mañana.
No sabía si tenía miedo.
No sabía si yo tenía más.
Pero en ese instante, en esa noche de verano donde todo parecía posible, entendí algo:
Algo había empezado.
Y ya no había vuelta atrás.