Tormenta de Verano

Capítulo 22 — Leo

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No debería haberlo mandado.

Eso es lo primero que pensé cuando apreté “enviar”.
Pero no me arrepentí.
Ni un poco.

Todavía estaba sentado en el borde de la cama, con el celular entre las manos, como si fuera una bomba a punto de estallar. Nico se había ido hacía un rato, dejándome con más preguntas que respuestas, como siempre.

La casa estaba silenciosa.
Demasiado.
Y en ese silencio, los pensamientos se escuchaban fuerte.

“En vos.”
Eso le había dicho.

Tres palabras.
Nadie sabe lo que pueden provocar tres palabras hasta que las manda.

Me pasé la mano por el pelo, todavía con arena pegada. No podía dejar de recordar su voz en la playa, sus dedos rozando los míos, la forma en que me miró cuando soltamos el farol. Parecía suave, pero me atravesó de una manera que todavía no entendía.

El celular vibró.

Un mensaje suyo.

“¿Pensando qué?”

Sentí un tirón en el pecho.
De esos que no duelen.
De esos que despiertan.

No sabía cómo explicarle todo lo que estaba pasando en mi cabeza.
Todo lo que estaba pasando en mi cuerpo.
Lo que estaba evitando desde hace semanas.

Que cada vez que la veo, algo en mí se calma y al mismo tiempo se activa.
Que me gusta cómo habla, cómo se ríe, cómo se enoja, cómo piensa.
Que me asusta acercarme, pero me asusta más no hacerlo.

Escribí:

“En lo que pasó.”

Y después, lo que realmente me quemaba:

“Y en lo que me hizo sentir.”

Apreté enviar y dejé el celular a un costado, como si me hubiera quedado sin aire.

Cerré los ojos.

Respiré.

Volví a ver el farol elevándose lento.
Volví a sentir su mano temblando apenas.
Volví a escuchar su “no quiero que te vayas”.

Algo dentro mío se movió esa noche.
No sé cómo explicarlo.
Pero lo sentí claro.

Y después de mucho tiempo, tuve ganas de quedarme.

Mi celular vibró de nuevo.
Lo agarré sin pensarlo.

Lía había visto mis mensajes.
El leído apareció al instante.

Me quedé esperando su respuesta, con el corazón latiéndome tan fuerte que parecía un error del cuerpo.

Nada.
Un minuto.
Dos.

Tal vez la asusté.
Tal vez dije demasiado.
Tal vez no tenía que haberla involucrado en mis miedos.

Me levanté y empecé a caminar por la habitación como un idiota.
No podía sentarme.
No podía quedarme quieto.

La verdad era simple: No sé cómo manejar lo que siento.
No sé si estoy preparado.
No sé si voy a arruinarlo.

Pero cuando pienso en ella, en cómo me mira, en cómo me habló esta noche…
Todo lo que soy cuando estoy con Lía es más… suave.
Más real.
Más yo, aunque me cueste admitirlo.

El celular vibró otra vez.

Sentí un vuelco en el estómago.

Era ella.

Un solo mensaje.

“Yo también pensé en eso.”

Me quedé quieto.
Completamente quieto.

La leí diez veces.
Entero.
Despacito.
Como si pudiera romperse.

Yo también.

No sé qué significa exactamente.
No sé si está tan perdida como yo.
Pero sí sé que no estoy solo en esto.

Y por primera vez en demasiado tiempo, algo en mí se aflojó.

Me senté en la cama otra vez, con el celular en la mano, y escribí despacio, cuidando cada palabra:

“¿Puedo llamarte?”

La mandé.

El corazón me golpeaba las costillas.

Segundos después, su respuesta llegó.

“Sí.”

Sentí que algo enorme estaba a punto de empezar.
Algo que no había planeado.
Algo que me daba vértigo y ganas al mismo tiempo.

Apreté el botón de llamar.
Una vez.
Dos.
La respiración se me cortó.

Y cuando escuché su “hola”, suave, un poco nervioso…
supe que ya estaba metido hasta el fondo.

Que ya no había marcha atrás.
Que no quería que la hubiera.




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