Tormenta de Verano

Capítulo 23 — Lía

-

-

No sabía si respirar o cortar.

Eso sentí cuando atendí y dije “hola”. Tan simple. Tan chiquito. Y aun así… tan grande.

Del otro lado, Leo no habló enseguida. Escuché su respiración. Un poco despareja. Como la mía.

—Hola… —repitió él, más bajo—. Perdón, no sabía si…

—Yo tampoco sabía si… —lo interrumpí sin querer, y después me reí de mí misma—. Pero acá estoy.

Silencio.

No incómodo. No vacío.

Silencio lleno.

De todo lo que no nos animábamos a decir en voz alta.

Me senté en la cama, cruzando las piernas, y apreté el celular contra la oreja como si así pudiera sentirlo más cerca.

—No soy bueno para estas cosas —dijo de repente—. Hablar, digo.

Sonreí sin que él pudiera verme.

—Yo tampoco soy buena… —confesé—. Pero igual hablamos.

Escuché una pequeña risa del otro lado. Y fue suficiente para que algo dentro mío se soltara un poco.

—Lía… —dijo después, más serio—. No te escribí eso por decir. De verdad estaba pensando en vos. No como “estoy aburrido y mando un mensaje”. Te estaba… sintiendo.

Me quedé inmóvil.

—Yo también —susurré—. Todo el tiempo desde que me fui.

Y esta vez no me arrepentí de decirlo.

Mis dedos jugaban nerviosos con la sábana. No porque estuviera incómoda. Porque estaba demasiado consciente de cada latido.

—Hoy… —empezó él—. Cuando dijiste que no querías que me fuera…

Cerré los ojos.

—…no supe qué hacer. Nunca sé qué hacer cuando alguien quiere que me quede.

Sentí que se me apretaba el pecho.

—No te lo dije para que te sientas obligado —dije rápido—. Yo solo… necesitaba decirlo.

—Lo sé —respondió suave—. Y por eso fue peor.

—¿Peor? —pregunté.

—Más real —corrigió—. Más fuerte.

Tragué saliva.

—Leo… —dije con cuidado—. No quiero ser una presión para vos.

—No lo sos —respondió al instante—. Sos lo contrario.

Me quedé callada. Esperando. Con el miedo en una mano y la esperanza en la otra.

—Con vos —dijo—… no siento que tenga que huir. Y eso es lo que más me asusta.

Me apoyé contra la pared.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque cuando no quiero huir… es que empiezo a querer quedarme.

Se me llenaron los ojos de algo que no supe explicar.

—No tenés que prometer nada —le dije—. Ni quedarse todos los días, ni para siempre. Solo… no te alejes sin decir nada.

Suspiró fuerte.

—Eso sí lo puedo prometer.

Me mordí el labio.

No para llorar. Para no sonreír como una loca.

—Lía…

—Decime.

—No sé qué va a pasar mañana —admitió—. Pero hoy… hoy me importás.

Y no fue una frase grande. No fue una declaración exagerada. Pero fue suficiente para romperme por dentro.

—Hoy vos a mí también —le respondí.

Y nos quedamos así. Hablando de cosas chicas. De la música que escuchábamos. De lo que nos gustaba cuando éramos chicos. De nada… y de todo.

Hasta que el silencio volvió. Pero esta vez no pesaba.

—Te estás quedando dormida —dijo de repente.

—No… —mentí.

Él rió.

—Mentís mal.

—Es que tu voz da sueño —me defendí—. Pero del lindo.

—Eso es nuevo —dijo divertido—. Nunca me dijeron eso.

—Anotalo —bromeé—. Primera vez.

Escuché cómo se acomodaba del otro lado.

—Gracias por atender —dijo bajito—. Pensé que te iba a parecer raro.

—Me pareció necesario —respondí.

Nos quedamos quietos.

Respirando juntos a la distancia.

Y antes de cortar, antes de que el sueño me ganara del todo, dijo:

—Buenas noches, Lía.

Lo dijo distinto. Como si mi nombre tuviera otro peso ahora.

—Buenas noches, Leo —respondí.

Cuando colgamos, no tuve ganas de hacer nada más.

No llorar. No escribir. No pensar.

Solo me acosté, mirando la oscuridad.

Y por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola ahí dentro.

Porque, aunque no estuviera conmigo en la habitación…

Leo estaba conmigo.

En la voz. En el pecho. En ese lugar nuevo que se empezó a abrir sin que yo lo buscara.

Y supe que esa noche…

no iba a olvidarla nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.