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No fue un gran desastre.
No hubo gritos.
No hubo escenas.
Y aun así… algo se rompió.
A veces lo que más duele no es lo que pasa. Es lo que no pasa.
Leo había prometido pasar por casa después del mediodía. Nada especial. Solo íbamos a caminar por la costa, comprar algo frío para tomar, hablar de cualquier cosa.
Yo estaba lista desde temprano, aun cuando fingí no estarlo.
Me cambié dos veces.
Después tres.
Después dejé todo como estaba.
El celular, quieto.
Demasiado quieto.
A las cuatro, nada.
A las cinco, nada.
Me senté en la cama con el teléfono en la mano, tratando de no parecer patética ni frente a mí misma.
Cuando por fin vibró, sentí que el corazón me saltaba directo a la garganta.
No era de Leo.
Era Ivy.
“Igual es medio raro que no te haya escrito, ¿no?”
No contesté.
Había abierto el chat con Leo tantas veces que parecía una obsesión, no una espera.
Escribí.
Borré.
Escribí de nuevo.
“¿Todo bien?”
Lo mandé sin pensar demasiado.
Los segundos pasaron lentos. Pesados.
Nada.
Fui hasta la ventana. La abrí. Dejé entrar el viento. Cerré los ojos.
No quería imaginar cosas.
No quería desconfiar.
Pero mi cabeza era experta en inventarse finales.
Y justo cuando estaba a punto de volver a la cama, el celular vibró otra vez.
Leo.
El alivio me duró medio segundo.
“Perdón. Se me complicó hoy. No creo que pueda pasar.”
Se me apretó el pecho.
Eso fue todo.
No “¿estás bien?” No “¿lo vemos otro día?” No “perdón de verdad”.
Solo… eso.
Yo miré la pantalla como si pudiera aparecer algo más.
Otro mensaje. Una aclaración. Una explicación.
Nada.
Y ahí pasó.
No supe en qué momento dejé de sentir comprensión para empezar a sentirme afuera.
Invisible.
Como si el verano siguiera…
pero yo me hubiera quedado atrás.
Escribí:
“Ah.”
Lo mandé antes de arrepentirme.
Mi corazón latía fuerte. No por romance. Por decepción.
Leo respondió casi al instante.
“Después hablamos, ¿sí?”
Después.
Esa palabra sonó hueca.
Como si no fuera una promesa, sino una forma educada de desaparecer.
Cerré el chat.
Me tiré en la cama boca arriba.
El techo me pareció insoportablemente blanco.
No lloré. No todavía.
Pero sentí ese nudo raro. Ese que no es tristeza del todo. Es otra cosa.
Es cuando sentís que alguien entra en tu vida… y al mismo tiempo empieza a salir.
Recordé su voz en la llamada. Lo que me dijo. Lo que prometió.
Y ahora…
“Después.”
No, Leo.
No era después.
Era ahora que me estabas dejando sola con esto.
Y sin querer, sin decidirlo…
Empecé a alejarme yo también.