Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Prólogo

Cuando Hjalmar an Craite conoció a Úrsula von Everec estaba huyendo. Quería alejarse de lo que suponía que era, de lo que otros querían que fuese y de lo que él mismo deseaba ser pero nunca alcanzaría. Vio a Úrsula asomada al gran precipicio, en los límites del patio de la fortaleza. Sus negros rizos al viento enseguida captaron su atención. Nunca la había visto antes. Él aún no lo sabía, pero ella también estaba huyendo de algo. De la ruina de su familia, de sus obligaciones y de un hombre al que supuestamente buscaba.

—Hola —dijo Hjalmar. Tenía la sensación de que estaba interrumpiendo algo.

Úrsula levantó la cabeza y lo miró. Las cicatrices del Hjalmar estaban en parte cubiertas por una barba pelirroja. Su pelo largo estaba recogido y su camisa abierta dejaba entre ver el inicio de su pectorales. Un trueno sonó a lo lejos.

—Hola —contestó ella con su marcado acento redano—. Creo que no nos han presentado todavía.

—Hjalmar, hijo de Cranch. —Ella frunció el ceño.

—Tampoco me han presentado a Cranch. —Hjalmar sonrió. Se dio cuenta de que con ella podía ser lo que él quisiera. 

—¿Cómo te llamas?

—Úrsula… von Everec. Antes ese apellido significaba algo incluso en Skellige.

—¿Y qué pasó?

Hjalmar escuchó con atención el relato de Úrsula sobre cómo había llegado hasta allí. También sobre cómo había acabado ocultándose en ese rincón de la fortaleza. Solo la lluvia y la tormenta detuvieron esa conversación. La primera de una infinidad de encuentros.

 




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