Un hombre pelirrojo y con el rostro enfurecido huía de la mansión Vegelbud sin mirar atrás. Los presentes se apartaban de su camino con temor. Como si aquel hombre misterioso pudiera aún tener algún poder sobre ellos. A su paso se oían murmullos.
¿Qué harán ahora los von Everec? Se lo tiene merecido. Una auténtica pena. Iris Bilewitz. Dicen que ya no están prometidos. ¿Y Úrsula? Pronto irán a por ella los cazadores.
A Geralt de Rivia no le interesaban demasiado las intrigas entre nobles, pero ese hombre había acaparado toda su atención. Se preguntó qué le había sucedido para estar tan enfadado y por qué tenía la cara al descubierto en un baile de máscaras. Le dedicó un breve pensamiento tras el cual volvió a concentrarse en su misión: salvar a los magos de Novigrado.
Cuando Geralt había llegado hacía apenas unas semanas a Novigrado, se había encontrado con un escenario macabro y cruel. En la ciudad neutral a la guerra dominaba una fuerza todavía más temible. La caza de brujas había quemado ya un par de decenas de magos en piras, en la plaza del pueblo. A Geralt eso le atemorizaba, pero no porque él corriera peligro, sino por su vieja amiga Triss Merigold.
La pelirroja bebía vino mientras pasaba la vista por los presentes distraída. Estaban en ese lugar porque Ingrid Vegelburd quería que le hicieran un favor personal a cambio de haber financiado todo el plan de escape a Kovir. Su misión era sencilla; encontrar a Albert, meterlo en el barco como el resto y escapar, o lo hubiera sido si Ingrid Vegelburd no llevará media hora desaparecida.
Geralt hizo un gruñido al comprobar que la luna estaba empezando a caer en el horizonte.
—Rélajate. Aparecerá en cualquier momento. —Intentó tranquilizarle Triss.
—Espero que tenga un buen motivo para hacer esperar a cincuenta personas en las alcantarillas.
—No hables tan alto. —Algunos de los presentes se giraron a mirar al brujo. Triss le cogió del brazo para que se acercara más a ella. —Se trata de su hijo —susurró—. Esto le importa más a ella que a nosotros.
—Le doy 20 minutos más, si no…
—Perdonad la tardanza —dijo una voz detrás de ellos—. La compradora de truchas supongo. —Triss asintió con la cabeza y Geralt captó de inmediato que era alguna clase de código. —Acompañadme. Así podemos hablar en un lugar privado.
Ingrid Vegelburd iba atraviada con un vestido de color púrpura y una máscara de pájaro que solo dejaba ver su boca. Mientras les acompañaba a un lugar apartado, justo al inicio del laberinto de hierba, no abrió la boca ni una sola vez. Parecía que estaba absorta en sus pensamientos.
—Necesito que salvéis a mi hijo. Pero también necesito preguntaros una cosa, ¿a dónde lo llevaréis?
—Es mejor que su madre no lo sepa. Podría ser peligroso tanto para ti como para él —dijo Geralt con su voz ronca. Ingrid suspiró.
—Cuidad de Albert, ¿vale? Tengo miedo de que alguien intente raptarlo. Hasta ahora he conseguido mantener a los cazadores contentos con mi sobornos y además la familia von Everec… —Miró al suelo—. Cuidadlo mucho. Es un culo inquieto como su padre. Lo mató un arachas.
—¿Un arachas? ¿Tanto viajó? —preguntó Geralt.
—Los criaba en el jardín trasero. Albert ha sacado su interés por la alquimia, su curiosidad y su imprudencia… sobre todo su imprudencia. Veréis él tiene una… una amiga, con la que me da miedo que se fugue. Mantenedlo vigilado.
—Soy un brujo, no un casamentero.
—Cuidaré de él lo mejor que pueda. También en Kovir —dijo Triss con seguridad.
—Mi hijo lleva una máscara de pantera negra y suele pasar las fiestas en la parte sur del laberinto. Buscadlo ahí y luego llevadlo a los establos. Me encargaré de ensillar tres…
—Dos. Yo tengo a Sardinilla.
—Dos caballos, que así sea. Os esperaré en el establo, para despedirme de mi hijo.
A Geralt le pareció que Ingrid estaba muy triste por la partida de su hijo, aunque era consciente de que era lo mejor para él. En opinión de Geralt, cualquier mago que quisiera quedarse en Novigrado era un imprudente y no tardaría en morir, salvo quizá Triss Merigold. Ella era muy astuta y sabía cuidar de sí misma.
Justo antes de entrar al laberinto, Triss volvió a coger una copa de vino. Geralt frunció el ceño detrás de su máscara de lobo. No quiso decirle nada pero beber justo antes de hacer el viaje más arriesgado de su vida no era la mejor idea. Aún con todo, Geralt quería disfrutar la última noche que pasaría con Triss al menos en mucho tiempo. Ella huiría a Kovir junto al resto en unas horas y Geralt todavía tenía asuntos pendientes en Novigrado. También en Skelligue, donde le esperaba…
—¡Maldita sea! —gritó Geralt cuando una de las ramas del laberinto le pegó en la cara. Triss soltó una risa angelical.
—Pensaba que no había nada capaz de derrotar a Geralt de Rivia —se burló ella.
—Oh sí. Los grifos hambrientos no son rival para mí, pero las siestas de más de dos horas, el hedor de los pies de Vesemir y las burlas de Triss Merigold van a acabar conmigo. —Geralt también pensó en la indiferencia de Yennefer de Vengerberg, pero no lo dijo en voz alta. —Y ahora parece que los laberintos más altos que una kikimora. —La hechicera volvió a reír.