Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Capítulo 3

Unas horas antes…

 

Una tarde de tormenta, Eve se había sentido más desprotegida que nunca, por ello había ido a casa de su fiel amiga Shani. También estaba preocupada porque hacía más de un mes que no recibía una carta de Albert. Era un comportamiento típico de él cuando se enfadaba, pero esta vez estaba durando demasiado tiempo. Eve decidió vengarse de él como mejor sabía hacerlo. Recordando a Lambert.

Las risas de las muchachas resonaron por toda la habitación Shani. Era una casa modesta, lo máximo que una casi doctora en medicina podía permitirse en Oxenfurt. En la parte de abajo a menudo se agolpaban los pacientes. Las tos y las quejas por el dolor eran la banda sonora de esa casa. Ese día nadie había acudido a la clínica por el mal tiempo a menos que fuera una urgencia.

—De verdad, Shani, nos traen por la calle de la amargura los brujos. Pero y lo buenos que están… ¿Recuerdas lo mal que lo pasé cuando Lambert se fue a Kaer Morhen?

—“El deber y el destino se han llevado una parte de mi alma” —dijo Shani imitando la voz grave de Eve—. Dos días duró. Después Albert volvió a tu vida.

—Ilusa de mí pensaba que iba a vivir con el brujo para siempre.

Y eso era verdad. Eve no había creído las advertencias de Lambert cuando le decía que aquello no podía durar para siempre. Entonces la idea de encontrar la piedra filosofal y convertirse en inmortal empezó a rondar su muerte. Si la conseguía, podría vivir con Lambert para siempre. Sin embargo, no había visto a Lamber desde que se marchó, hacía ya cinco años, y la idea de tener una vida eterna junto a Albert estaba cobrando fuerzas.

—¿Y qué hay de tu brujo? —preguntó Eve. Ella no era la única con historias que contar.

—Oh, Geralt de Rivia. El brujo con los mejores sentidos. Pelo blanco, ojos amarillos y unos buenos brazos. —Eve suspiró.

—También se tuvo que marchar.

—Como todos los brujos. Yo creo que lo que más nos gusta de ellos es que son efímeros. Tan pronto vienen como se marchan. Aunque ojalá volver a verlos. —Eve frunció el ceño.

—No creo que me apetezca volver a ver a Lambert. Estoy prometida.

—Cierto. Y recuerda que yo aún no conozco a Albert. ¿Cómo es?

—Una belleza clásica. Rubio de ojos azules. Es tan apuesto. Y cuando esboza esa sonrisa irónica me vuelve loca. —Eve había empezado a sonreír sin darse cuenta. Contagio a Shani de su felicidad.

—Me alegra de que estéis enamorados. Tan distinto del malvado Albert cuando nos conocimos.

—¿He dicho ya que también es un enfadica? —Ambas rieron. Hacía un par de meses Albert había estado sin mandar cartas porque Eve le había ganado en la final de un torneo de gwent. Él pensó que hacía trampas—. Cuando te conocí, Albert rompió nuestro compromiso porque yo había entrado en la universidad y él no. Además, pensaba que había sido él quien propagó todos aquellos rumores sobre mí.

—¿Y quién fue? —Eve se encogió de hombros.

—Ni idea. Creo que se trató de algo más colectivo. Alguien que pensaba que me había acostado con Albert. Otra que además creía que si lo había hecho con él lo había hecho por todo. La fama de promiscuos de los von Everec. Un cúmulo de casualidades. Menos mal en esa época me marché a la universidad.

—Y sobre todo conociste a Lambert. —Eve le cogió de la mano a su amiga.

—Y a ti, Shani.

La miró intensamente. Su estancia en la universidad no hubiera sido lo mismo sin Shani. El resto de sus amigas se había ido de la ciudad para casarse o para trabajar en Nilfgaard. Solo Shani se había quedado a hacer el doctorado al igual que Eve, solo que una en medicina y otra en alquimia. La amistad que había entre ellas hacía que Eve se preguntase por qué no había más historias de amor entre amigas. Shani había entrado en su vida justo cuando Albert la repudió. Ella no creyó los rumores y apoyó a Eve desde el principio. También vivió el amor y el desamor por Lambert. Shani nunca se había movido de su lado ni le había juzgado y Eve esperaba que siempre fuera así.

Alguien llamó a la puerta y ambas se sobresaltaron. 

—Creo que tienes clientes.

—¿Quién se arriesgaría a empeorar su resfriado en un día lluvioso como este?

Shani fue a abrir la puerta molesta por la interrupción de la charla. No tardó en volver con un muchacho detrás de ella. El príncipe ofiri era un fornido joven de pelo negro. A pesar de su tamaño no era ni la mitad de grande que los hermanos de Eve. Había llegado a la universidad hacía un año y más que en sus estudios se centraba en encontrar una esposa.

—La he encontrado al fin —dijo con su acento cerrado.

—Es la tercera vez esta semana y estamos a martes —replicó irónica Eve. El príncipe estaba tan obsesionado con revivir los cuentos de hadas que a la joven de los von Everec le entraban arcadas. A pesar de eso, cuando no hablaba de sus amoríos resultaba bastante agradable.

—Es mi princesa. Al fin lo sé. Su padre me ha dado su mano. —Eve encarnó una ceja.

—¿Sabes que para conseguir a tu princesa tendrás que convertirte en sapo?

—Y conseguir que ella te bese siendo asqueroso —terminó Shani con una carcajada. El príncipe ofiri las miró confundido.




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