Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Capítulo 4

Un caballo negro como la noche se paró de golpe al reconocer a la yegua que descansaba al lado de la masión de Vegelbud. Eve frunció el ceño. Albert no era la única persona con la que debía hablar en la fiesta. Bajó de su caballo y entre las sombras se puso el vestido negro que había traído para la ocasión. También llevaba la máscara de pantera negra que Albert le había regalado el día que se comprometieron.

Eve sabía que los guardias podrían reconocerla si la veían con aquella máscara, así que decidió ir por la parte de atrás. En el momento en el se encontró una valla de ladrillo que medía tres metros de largo maldijo su vestido. Era precioso con las mangas y el cuello hechos de encaje, pero totalmente inútil cuando quería escalar. Se lo remangó hasta dejar por completo visibles los pantalones negros de cabalgar y consgiuió atar la falda a su cintura. Cogió carretilla, saltó y por el camino se agarró a la rama firme de un árbol que le permitió llegar a lo más alto. Entonces escuchó la voz de su hermano.

——Da igual que ese Borsodi nos despoje de lo que es nuestro, el honor de los von Everec seguirá intacto, sobre todo el honor de Vlodimir. 

Desde ese ángulo no podía ver con quién estaba hablando Olgried y corría el riesgo de que la descubriese. Consiguió mantener el equilibrio encima del muro para saltar al pequeño balcón que adornaba la fachada de la casa. Se agarró de los barrotes y subió hasta él sin mucha dificultad. Entonces pudo perfectamente las máscara de urraca de Ingrid Vegelbud.

—Supongo que no vienes a pedirme explicaciones porque no te he invitado al baile.

—No, ya conozco la razón. Solo vengo a decirte lo dolida que está mi familia. A Vlodimir le encantan estos bailes y para Eve siempre son una buena excusa para ver a tu hijo.

Eve pensó que a Ingrid le daba igual lo que su hijo quisiera. Solo había aceptado su compromiso porque le convenía unirse con la familia von Everec por la proximidad de sus tierras. Ahora le ofrecerá la mano de cualquiera de sus hijos a la persona que se haga con ellas sin pensárselo dos veces. A Albert pensaba mandarlo tan lejos que quizá nunca volviera a su hogar.

—Así que vienes por eso. El compromiso está roto.

Y así fue como el corazón de Eve se terminó de partir en dos. Primero, la habían echado de la universidad. Después, ni siquiera iba a poder casarse con Albert. Ella había pospuesto la boda año tras año con la esperanza de encontrar la piedra filosofal. ¿Qué importaban cinco años para dos personas que iban a vivir más que un hechicero y un brujo? Sin embargo, se les había acabado el tiempo. Quizá Albert tuviera razón. Eve era una egoísta.

—Que sea por tu  parte, y por tu responsabilidad. Yo no sería capaz de alejar a dos personas que se aman tan profundamente.

—Pues será mi responsabilidad. Mi hijo es joven. Puede enamorarse de quien desee y disfrutar…

—Como tú disfrutas de Vlodimir. —Aquello no le pilló por sorpresa a Eve. En cierta forma se lo esperaba.

—... pero no casarse con alguien sin fortuna.

Porque eso era todo lo que le importaba a ella. Su fortuna. Habría sido capaz incluso de matar a su propio marido para conseguirla. Tampoo le importaba destruir la vida de su propio hijo, y en consecuente la de Eve. Aquella mujer no tenía escrúpulos.

Eve ya había escuchado bastante. Apoyándose en la cornisa, consiguió bajar al suelo y volver a soltarse el vestido. Se había arrugado un poco, pero nadie iba a notarlo en medio de la noche. Quería tener un aura misteriosa en aquella fiesta, que la gente se preguntará quién era esa chica misteriosa y así su nombre estaría en boca de todos. Antes de salir de casa, había usado el pigmento que provenía de quemar ojo de cuervo para teñirse el pelo de negro, como hacía cada luna llena. A su parecer, su pelirrojo natural llamaba demasiado la atención.

Eve cogió una copa de vino y fingió beber mientras pasaba la vista por los presentes. Vio a un hombre alto y fornido con el pelo blanco acompañado de una pelirroja. Eve no pudo evitar pensar en Geralt de Rivia y su amiga Shani. Desde luego, no se trataba de su amiga, pero quizá ese hombre fuera el famoso brujo. Eve sacudió la cabeza. No estaba allí para el cotilleo.

No tardó en ver a otra pantera negra con el pelo rubio hablando con una chica demasiado cerca. Eve dejó su copa de vino y se dirigió a ellos. En cuanto Albert la vio, la pupila de sus ojos azules se contrajo y no tardó en deshacerse de su acompañante para seguir a Eve. Ella se dirigió al laberinto enfadada por lo que acababa de ver. A Albert le gustaba coquetear casi tanto como a Vlodimir con la diferencia de que él no besaba a otras. O al menos eso quería pensar Eve.

Albert le quitó la máscara en cuanto pudo alcanzar y la empujó contra las paredes de la pared para besarla. Eve sintió como todo su cuerpo se contraía y después liberaba toda la energía en forma de placer. Las manos de Albert se deslizaban por su cuerpo hasta que este se pinchó con una de sus dagas.

—¿Por qué te has traído esto aquí? No me digas que también llevas los pantalones de montar debajo del vestido.

—Así es. Esta noche no he venido para esto, Albert —dijo Eve con frialdad. —¿Quién era esa chica?

—Nadie importante. Me voy, Eve, eso me aleja de ti y de todas las demás.

—Y te acerca a muchas otras.




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