Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Capítulo 13

Hjalmar sentía como el viento acariciaba su pelo sin que nada lo detuviese. En cada salto notaba como sus músculos se tensaban y el impulso de sus piernas lo llevaba hacia delante, hacia su siguiente movimiento. Bajo sus pies, en la inmensidad de la caída, sentía la muerte más cerca de lo que la tenía en la herida de su pecho. Podía morir en cada salto, pero él elegía la vida y no le daba miedo la inmensidad. Él elegía ser libre, huir de la monotonía de una fortaleza de piedra, de una cama que le oprimía.

Hjalmar solo se sentía libre cuando podía ver la inmensidad del mar. Entonces recordaba que tenía la posibilidad de subirse en un barco e intentar alcanzar la línea del horizonte. Él decidía quedarse allí. Recorriendo la Senda de los Guerreros. Intentando ser el mejor gobernante para Skellige.

Cogió impulso y saltó hacia delante. Cayó justo en el borde del precipicio, pero consiguió mantener el equilibrio y volvió a saltar hacia delante. Tocó el suelo con las manos y se sintió a salvo. A pesar de estar tan lejos de su isla, la tierra que agarraban sus dedos era la misma que adornaba el monte de Ard Skellige. Se giró para mirar hacia el sur y más allá del mar pudo ver las montañas de su hogar. Entre ella, asomaba tímidamente la torre más alta de Kaer Trolde. Pronto estaría de vuelta aunque antes tenía una misión que cumplir.

Miró hacia el norte. La antigua fortaleza del clan Tuirseach le devolvió la mirada impasiva. Los ancestros de Hjalmar habían vivido allí durante generaciones hasta que un terremoto hacía doscientos años la había partido en dos. Más abajo, un pequeño edificio que tan solo conseguía parecerse a su sombra ocupaba su puesto. La antigua fortaleza seguía siendo la más importante de la isla. Por ello, los muchachos se atrevían a subir a lo alto para demostrar su valía. Hjalmar no iba a ser menos. Y lo iba a conseguir en el primer intento. Ni siquiera estaba cansado y ya casi había alcanzado la cima. Sin embargo, su éxtasis le había hecho olvidar un pequeño detalle. Hjalmar no estaba solo.

Eve alcanzó a Hjalmar y se dejó caer al suelo jadeando. La muchacha era más ágil y rápida que el muchacho pero estaba menos acostumbrada al ejercicio físico por lo que tenía menos resistencia. Mientras él había conseguido hacer casi todo el recorrido sin ni siquiera sudar, ella no paraba de quejarse y pedirle que hicieran descansos.

—Eve, si esto es lo mejor del mundo. Al fin me siento libre. —La muchacha asintió.

—Eres un caso perdido. Pero bueno, sigue subiendo, sé que te alcanzaré. —Hjalmar señaló los dos saltos que tenían por delante.

—El descanso te sentará mejor cuando lleguemos al patio de la fortaleza. Allí podremos sentarnos todo el tiempo que queramos.

—De acuerdo, pero si me muero caerá en tu conciencia.

Hjalmar sabía que Eve no fallaría los saltos. Confiaba en ella más que en sí mismo. Realmente, le debía su vida y el hecho de estar allí. No solo le había acompañado para asegurarse de que estuviera en condiciones de recorrer la Senda, sino que sus cuidados habían hecho que su recuperación fuera tan acelerada que casi resultara milagrosa.

Hjalmar fue el primero en saltar. Después, se giró para tenderle la mano a Eve. Sonrió cuando la muchacha aterrizó treinta centímetros lejos de la grieta. Ella se adelantó esta vez, con una sonrisa burlona le tendió la mano. Hjalmar no la necesitaba, pero decidió darse el gusto de acariciar la piel de Eve. No era tan suave como él se había imaginado. Tenía callos en el dedo corazón de escribir y alguna que otra cicatriz provocada por los productos alquímicos. Le gustaron incluso más.

—¿Dónde está el chal que debemos conseguir? —Hjalmar alzó la mano para señalar un camino de piedra que rodeaba la muralla y llegaba hasta lo alto de la una torre. —No puede ser.

Eve se tiró al suelo derrotada por el cansancio. Hjalmar se tomó un momento para examinar el patio de la fortaleza. El paso del tiempo había hecho que el monte se volviera a apoderar de lo que había sido suyo. Las hierbas crecían entre las grietas de las piedras del suelo. Las enredaderas teñían de verde las fachadas adornadas con retratos de reyes. En medio de aquella lucha estaban Hjalmar y Eve. Entre la naturaleza y el ser humano. En un lugar donde reyes habían sentenciado a muerte. Solo estaban ellos dos en medio de todo aquello.

Hjalmar se sentó al lado de Eve. Vio divertido como se tumbaba y su respiración poco a poco se serenaba. La muchacha levantó la mano y señaló una de las nubes. Hjalmar la miró con atención.

—Parece un racimo de acónito, ¿no es así? —Estaba intentando impresionarla. Creía que ella había visto algo interesante que tenía que ver con la alquimia. Un conocimiento que iba a revelarle. No quería parecer un estúpido.

—Quizá. Está muy gris. ¿Piensas que va a ver tormenta?

—Espero que no. —Hjalmar se sentía tan estúpido que no sabía que hacer con su cuerpo. Decidió sentarse a su lado. Entonces no supo dónde poner las manos. Las dejó caer a ambos costados y rozó el brazo de Eve. Ella se giró un instante para mirarlo.

—¿Por qué tenías tanto interés en venir aquí?

¿Qué se suponía que debía decir Hjalmar? ¿Que él quería la gloria pero que durante el camino se había dado cuenta de que le gustaba estar mucho con ella? Y lo más importante, ¿qué debía de hacer con su mano izquierda, que estaba peligrosamente cerca de su muslo?




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