Albert. Ese nombre había significado tanto para Eve que lejos de él no podía pensarse a sí misma. ¿Quién era si no la futura esposa de Albert? Era la extranjera, la alquimista, la que quería robar el trono de Skellige. También era la amiga de Hjalmar, la que buscaba la piedra filosofal, la hija de una familia desgraciada.
Ella tan solo era Úrsula von Everec. Una joven promesa a quien la vida le había arrebatado todo y las cosas que le había dado a cambio parecían no tener un sentido ni un orden. Todo se agolpaba en su mente. Por eso era incapaz de escribir una sola palabra sobre su futuro.
No había tenido problemas para escribir ni una sola carta a ninguno de sus allegados, excepto el diario de Albert. Ni una sola frase con coherencia había sido trazada por sus manos temblorosas. ¿Qué podría decirle? ¿Acaso ya no tenía nada que hablar con él? ¿Ya no tenía esos sentimientos que antes le hacían enloquecer?
En la silla de su habitación, cuando la luz del atardecer empezaba a inundar su escritorio, Eve volvió a sostener la pluma entre sus dedos. Volvió a escribir.
“Querido, Albert:
He vuelto a fracasar en mi misión de estar contigo. No estás en Skellige, he sido engañada. No puedo dejar de mirar al horizonte y pensar en todo lo que podríamos estar viviendo. Ya casi no recuerdo tus ojos a pesar de haber pasado toda un vida a tu lado. Ya no hay un futuro que merezca la pena pensar. Cuando te pienso te imagino en los brazos de…”
De cualquier mujer. De la muchacha de la fiesta y de tantas otras. De muchas desconocidas. Se imaginó a Albert en el altar con otra. Eve sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Debía concentrarse en el diario. Volvió a empezar.
“Amado, Albert:
No pasa ni un solo día en que no piense en ti y en volverte a abrazar. Cada día estamos más cerca del regreso a casa. Mis hermanos han conseguido salir de la infantería y Olgried tiene buena fama como oficial. Espero recuperar mi fortuna pronto.
Algún día tú también regresarás, con suerte habré conseguido una plaza para dar clases en la universidad. Entonces tú con tus estúpidos celos volverás a pedirme que lo deje todo por ti, sin decirlo directamente”.
Eve rompió la hoja con furia. Tampoco podía decirle eso a Albert, aunque era lo que sentía y lo que necesitaba expresar. Ante tanta incertidumbre solo se tenía a sí misma y la certeza de que solo ella misma se salvaría.
“Albert:
Vete a la puta mierda.
Toda la vida detrás de tus caprichos y sufriendo por tus actos y palabras para descubrir tan lejos de casa que no te necesito. Me tengo a mí misma y a mis habilidades. A mis hermanos que me escriben, a Shani que me extraña y a gente que me ayuda en una tierra desconocida.
¿Dónde estás tú? Igual yo no huía del matrimonio en la universidad. Igual eras tú el que ha huido de alguien que está donde tú solo soñabas. ¿Me tienes miedo? Temes que mi familia supere a la tuya. Me temes desde que conseguí ir a Oxenfurt mientras tú te dedicabas a ligar con muchachas nobles. Yo me hice fuerte e inteligente mientras que la corte solo nubló tus sentidos.
Nunca te has dado cuenta de que a quien tienes delante. Búscame tú si deseas encontrarme”.
Una lágrima cayó sobre el cuaderno de Eve. Allí estaba escrito todo lo que había llevado dentro desde hacía demasiados años. ¿Por qué Albert todavía era una preocupación? Cualquier esperanza era inútil. Y si de pronto él llamara a la puerta, ¿ella querría lanzarse a sus brazos y volver a casa?
La pregunta sobre si realmente estaba a gusto en su antiguo hogar apareció por primera vez en su mente. A ella le gustaba la universidad y estar cerca de sus hermanos. Sin embargo, al haber conocido una tierra se preguntaba si el encierro en una academia era lo que ella necesitaba. Haber vivido tantas aventuras con Hjalmar le había venido bien para darse cuenta de que había mucho más que un diario que le escribía a un muerto en su memoria.
Fue en ese momento cuando Úrsula dejó de buscar a Albert.
Alguien llamó a la puerta. Eve se sobresaltó y temió que fuera su antiguo enamorado. Era mucho peor que eso. Birna estaba ante ella con cara de enfadada y mirándole de arriba abajo.
—El rey se encuentra mal.
—Tardará un par de días en recuperarse por completo del resfriado. —Birna entrecerró los ojos.
—¿No piensas hacer nada?
—Le he dado calmantes y he interrumpido el tratamiento por si pudiera ser perjudicial para él. En unos días sus fosas nasales volverán a la normalidad.
—¿Encima te permites bromear respecto a la salud de mi marido? Ya sabía que te tomabas a los hombres muy a la ligera.
—¿Disculpa? —dijo Eve sorprendida por la actitud de Birna.
—He oído ciertos rumores. Las gentes de Skellige son sabias.
—Así que por eso has decidido mandar a Thormund y a Knutt a dormir con los sirvientes. ¡Por unos estúpidos rumores! No tengo ningún interés en Hjalmar an Craite más allá de una amistad.
—Lo sé. No eres digna de yacer con la sangre de mi marido. —Eve decidió no responder a su provocación—. Me preocupa lo que la gente piense que pase bajo mi techo. Esos hombres deben estar lejos y a partir de ahora tratarás a Bran en presencia de Armiño.