Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Capítulo 19

Un rayo iluminó la habitación de Hjalmar, pero él no le dio importancia. Estaba demasiado ocupado pensando en Eve. En ella tratando con determinación a Birna, o en ella lanzando una daga certera. Ella rodando por el suelo para encontrar el mejor ángulo para atacar. O en ella mirándole de aquella forma.

Hjalmar se pasó la mano por la cara para apartar su imagen de su mente. Aquello no podía acabar bien. Y sin embargo era lo más deseaba en el mundo. En esa noche fría quería que Eve se metiera en sus sábanas para poder abrazarla y sentir su calor. 

Lo peor de todo es que ni siquiera se imaginaba estar con ella en un sentido sexual. A Hjalmar le parecía tan imposible llegar hasta su cuerpo de esa forma que ni se permitía pensar en ello. Él solo quería abrazarla como había hecho esa misma mañana durante toda la noche.

Pero no podían. Porque Eve no quería estar con él. Estaba más preocupada de los rumores que de los deseos de Hjalmar. Ya no le importaba como su relación con ella pudiera afectar a la competición como rey. Él demostraría su valía mediante sus aventuras y no necesitaría que nadie aprobase a quien tuviera a su lado. Eve no era Cirilla de Cintra. Hjalmar no pensaba casarse con ella. Algún tendría que regresar a Redania con sus hermanos, y probablemente con aquel asqueroso Albert.

Para dejar de apretar los nudillos, Hjalmar pensó que mientras Eve siguiera en Skellige él tendría una oportunidad, aunque fuera algo que durase hasta que ella volviera a su hogar. Necesitaba más de lo que ella podía darle. Por eso, Hjalmar había mantenido las distancia con ella.

Si hubiera sido por él, habría ido a visitarla todos los días a An Skellig y la habría invitado a Kaer Trolde, pero tenía que aprender a contenerse. No quería terminar con el corazón roto como cuando Calanthe se había llevado a Ciri. 

Otro trueno resonó en la habitación y Hjalmar se asustó. Se descubrió a sí mismo enfadado sin motivo. La vida a veces solía ser injusta con él y esta era una de aquellas veces. Solo tenía que aguantar la situación que no terminaba de gustarle y luego seguir hacia delante. Con suerte con una corona en la cabeza.

Alguien llamó a la puerta. Hjalmar no tuvo que pensar mucho para deducir quien era la única persona que se atrevería a llamar a su habitación a aquellas horas. Pensó en no abrir la puerta o incluso en decirle a Eve que se fuera. Controló su enfado. No podía culparla por no corresponderle y hacía tan solo unos minutos que estaba fantaseando con tenerla en su cama.

Eve estaba envuelta en una manta cuando abrió la puerta. A Hjalmar le pareció que sus ojos se detenían un momento en su torso tan solo cubierto por una camisa de satén antes de fijarse en su cara. Pensó que eran solo sus deseos dándole vanas esperanzas.

—Tengo una idea que quizá te interese.

Hjalmar dejó pasar a Eve con un gesto con el brazo. Ella tomó asiento a los pies de su cama sin soltar la manta. Él reprimió las ganas de meterse debajo de las sábanas y se sentó a su lado.

—He estaba examinando el longruve que encontramos la otra vez.

—¿Has encontrado algo interesante?

—Sí, que necesitamos más longruve. Quitatrabas me ha pedido que haga una investigación más antes de mandar a alguien a por todo lo que encuentre.

—Va a ser complicado sin un equipo adecuado. Ya peinamos esa montaña.

—Sí.

Eve se estremeció cuando sonó un rayo. Entonces Hjalmar se dio cuenta del verdadero motivo de la visita de Eve. No era su proposición, que podía haber esperado hasta mañana, sino que tenía miedo. Después de todo lo que había pasado, no quería mostrarse débil, pero Hjalmar sabía que le daban demasiado miedo las tormentas. Tenía mucho sueño para pensar, pero realmente deseaba intentar que la noche no fuera tan horrible para Eve. Hjalmar se tumbó boca arriba en la cama.

—¿Será difícil encontrarlo?

—No lo sé. Es tu isla. 

Hjalmar empezó a balbucear. Aquello había sido una pregunta estúpida. Realmente la conversación estaba acabada y él estaba demasiado nervioso. No quería volver a hablar de su ya adornada historia de los lobos, así que buscó un tema de conversación y metió la pata para variar.

—¿Me estabas espiando en el patio? —preguntó Eve.

—¡No! Solo pasaba por allí.

—¿Durante mis tres horas de entrenamiento?

Hjalmar se ruborizó y no supo qué decir. ¿Acaba de desvelar sus sentimientos sin querer? Por suerte, Eve rio y se tumbó a su lado.

—Espero que estés orgulloso de mi progreso.

—Mucho.

—Con un poco de suerte podré matar a un lobo como tú.

—Va, en serio, Eve. No necesitas saber manejar una espada para ser una buena guerrera. Tú tienes recursos.

—¿Cómo huir?

—Y esconderte —dijo Hjalmar con una sonrisa.

—¡No seas malo! Hago lo que puedo.

—Más que suficiente. ¿Sabes que podrías hacer por mí?

—¿Irme de tu habitación?

—Dejarme un poco de tu manta. Me estoy congelando de frío.




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