El portón de Kaer Trolde chirrió cuando se abrió. Eve entró al salón principal con una mezcla de miedo y seguridad que la hacía sentir muy extraña. Esperaba encontrar a Hjalmar, pero Cerys fue la primera en recibirla. Hizo algo que nunca nadie había esperado de ella. Abrazó a Eve.
Aunque enseguida se apartó, fue el gesto que Eve necesitaba para sentirse como en casa en aquel lugar enorme y frío. Entre aquellos muros gruesos que la protegían de los peligros de Skellige, que tenían nombres y apellidos. Deseaba encerrarse allí para nunca más enfrentarse a un mundo hostil. Sin embargo, antes debería encontrar a su mentora.
—¿La profesora Ludovicka está aquí ahora? —Cerys asintió.
—Mandaré llamar a todos. Deben saber que estás aquí.
Eve esperó en un rincón del salón principal. No sabía qué cara iba a poner cuando volviera a reunirse con Hjalmar. Se moría de ganas de reencontrarse con él a solas para aclarar todo lo que había pasado entre ellos. Necesitaba saber qué sentía él por ella para poder irse de aquel lugar o para luchar con todas sus fuerzas por quedarse.
La profesora Ludovicka fue la primera en encontrarse con Eve. Llevaba una bata para protegerse del frío y tenía los ojos enrojecidos. La preocupación había hecho que un par de mechones se soltasen de su moño.
—¡Por los dioses del norte! No creía que fueras a estar realmente aquí. —Eve alzó los brazos.
—¿Qué puedo decir? Soy difícil de encerrar en una jaula.
—Va a ser cierto lo que dicen de los von Everec. —La profesora se acercó a Eve para estrecharle la mano durante un instante.
—Tenemos que hablar de tu futuro. ¿Quieres quedarte en Skellige?
—La verdad es que no lo sé.
—Úrsula von Everec —dijo Cranch desde la puerta del patio—. No esperaba verte hasta mañana por la mañana. Cualquiera habría pensado que sería difícil sacarte de las garras de Birna, pero aquí estás. Nunca lo había dudado. —Se acercó a ella.
—Gracias por el cumplido. Esta vez ha sido fácil escapar. Svanrige me dijo que la profesora Ludovicka había venido para rescatarme y supe que nada me retenía allí.
—Qué raro. Ese muchacho suele contentar a su madre. —Eve dejó de escuchar para mirar detrás de Cranch, hacia las habitaciones de los an Craite. Él se dio cuenta.
—Hjalmar ha ido a buscar perlas esta mañana. Es posible que intenté aprovechar hasta el último rayo de sol antes de volver.
—En ese caso, hablaré con él por la mañana —dijo Eve intentando no sonar decepcionado.
Eve se despidió de su mentora y de su anfitrión para seguir a Cerys hasta una pequeña habitación muy cerca de los an Craite, pero que pertenecía al servicio. A pesar de su tamaño, era bastante acogedora con una pequeña estufa al lado de la cama cubierto por una manta de lana. Eve miró a su alrededor sin dejar de pensar en Hjalmar.
—No es la mejor de la casa —dijo Cerys.
—Es perfecta para mí y mis libros.
—Sí. Te convendría dormir esta noche. Desde luego, sería una pena que alguien le hubiera dicho al mozo de cuadra que te prepara un caballo, lo montarás el sur de la aldea y te encontrases por casualidad con Hjalmar an Craite. —Eve sonrió.
—Una auténtica pena.
Cerys le devolvió la sonrisa. Eve contó hasta diez antes de salir de su habitación para correr hacia el establo. No hubiera podido dormir aquella noche ni aunque lo hubiera querido.
***
Para Hjalmar sumergirse en el agua fría del mar de Skellige era la mejor forma de no pensar en nada. Tomó aire antes de volver a reunirse con las suaves olas del mar y el fondo de arena. La luz del atardecer iluminó una pequeña perla.
Hjalmar buceó hasta lo más profundo y palpó con la mano donde estaba la ostra que contenía esa pequeña reliquia. Sus pulmones se empezaron a vaciar de aire y la luz lo había abandonado. Nadó de vuelta a la superficie.
Recordó el día en el que casi muere, cuando lucharon con los sumergidos. Recordó la sensación asfixiante de sus pulmones pidiendo un aire que nunca llegaba y que en realidad no necesitaba. Tantas cosas de su vida podrían estar siendo ahora el oxígeno.
Cuando Hjalmar emergió, el sol se escondió más en el horizonte y tan solo una tenue luz le dejaba ver la silueta que estaba en la playa. Al acercarse, distinguió el pelo rizado de Eve.
—Sí que aguantas debajo del agua. La próxima vez no habrá pociones para ti. —Hjalmar estaba tan sorprendido que no respondió a su provocación.
—¿Eve?
—La mensajera de Oxenfurt al fin ha llegado a Skellige.
Hjalmar no tuvo tiempo de culparse por no haberla esperado el tiempo suficiente antes que las ganas de tocarla le invadieron. Abrazarla, besarla, desnudarla. Nada le parecía bastante para tenerla cerca de él. No quería que nada volviera a alejarnos.
Sin embargo, dejó de avanzar hacia ella cuando el agua le llegó por la cintura. A pesar de haberse sentido el uno al otro con las manos, no se habían visto desnudos. La vergüenza invadió a Hjalmar y por eso solo puedo volver a balbucear el nombre de la muchacha. Eve esbozó una sonrisa al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Con un gesto de la mano, consiguió que Hjalmar se diera la vuelta.