Hoy, por alguna razón, el ver el atardecer produjo un retortijón en mi memoria. Al compás de la melodía palpitante y los sollozos desgarrantes, quise gritar. Gritar por huir, de un pasado que me acorrala y amenaza con salir a flote tras cada segundo. ¿Por que nos sentimos presos de la obligación? Condolencias, y como respuesta, un llanto para evitar más preguntas.
— ¿Por que se fue? parecía un buen hombre.
El nudo en la garganta que impide decir la verdad.
—Sus hijos, la han de pasar mal, mira que primero fue la madre y después el papá.
¡Exacto!, esto esta mal, la cronología de los hechos no avala los sentimientos deshechos.
—Por otra parte, al menos dejó de sufrir, dicen que estuvo en cama por meses y su caída era algo deducible.
Se fue sin sufrir, que hermoso destino para alguien con tan mísero pasado.
[...]
Los gritos en la habitación de al lado, me gustaría decir, pero dormíamos en el mismo espacio, que desdichado cliché , los golpes que ante la falta de juicio no tenían causa justificada, amenazaban con desplomar la frágil figura de nuestra madre. Vivíamos en un ciclo repetitivo. Éramos 7 bajo la tutela de una gran mujer, sus brazos que sin falta nos alimentaban, con el tiempo, empezaban a fracturarse. La idea, la ilusión puberta de algún día recompensar a nuestra heroína, comenzaba a desvanecerse. Una pequeña casa, con el único objetivo de refugiarnos; sin comodidades, con una cama para todos y los que sobrasen se turnaban a dormir en el suelo , una mesa, sin sillas debo mencionar, y al exterior, el fogón que se alimentaba de la leña recolectada por nosotros cada día sin falta. Pocos teníamos el privilegio de estudiar, tres para ser específicos, los demás se encargaban de la casa o trabajaban para conseguir dinero por si mismos. Pero ¿que tanto se puede esforzar un niño, sabiendo que mientras él está sentado, su familia lucha? No pude soportar tal responsabilidad, y aunque mama dijera:
—Estudia, es por tu bien, ya veras que si estudias fácil conseguirás trabajo y te podrás ir de aquí.
Pocas veces iba a la escuela, me percate de que no podía desperdiciar el tiempo metido entre libros, era más productivo si trabajaba, si le ahorraba un gasto a mi madre. El señor que llegaba a nuestra casa, que pocas veces se refería a nosotros como sus hijos, era una eterna piedra en el zapato. Su hedor, su repugnante sonrisa y su sola presencia eran suficientes para mantenernos fuera de la casa. La menor de nosotros tenía 3 años, y el mayor 12, los días que llegaba, los días en que se alimentaba de nuestro esfuerzo, bebía con el dinero robado a nuestra madre, y tristemente, de manera tortuosa, violaba a nuestra progenitora, eran días que quedaron marcados en la mente de cada uno. ¿Pero que podían hacer simples niños como nosotros? En la más recóndita casa, sumidos en la pobreza, con nuestra madre que decaía con los años y de quien dependíamos 7 niños y un señor, que en cualquier momento nos arrebataba nuestros pequeños esfuerzos. Nada. Solo podíamos tapar los oídos de los más pequeños, ante los gritos tormentosos, tras los golpes y alaridos, tras los gemidos dolorosos y esperar... Si bien nuestro mayor problema era en cuestión económica, esto no nos detenía. Mi madre era comerciante, nosotros los trabajadores. Salía a primera hora de la madrugada, y regresaba a altas horas de la noche. Mientras tanto en el día, nos repartíamos las labores; alguien cuidaba de los más pequeños, otros íbamos a sembrar, cosechar o cuidar de las tierras( Según fuese la época del año), y otros mas veían que cocinar.
Tuvimos que madurar, mientras en la escuela las veces que iba se amontonaban para comprar chucherías y otros dulces, me limitaba a sentarme en una esquina y comer lo poco que alcanzo para llevar. Otros hablaban de sueños: Quiero ser doctor, profesor, cantante, ingeniero, músico... nosotros tan solo, queríamos un trabajo con mejor paga. El mejor momento del día, era cuando desde lo lejos veíamos la silueta de mama aproximándose, y el peor, era cuando al anochecer, ella aun no volvía.
Cuando tenía alrededor de los 12 años, sufrimos dos perdidas: un hermano murió y la otra desapareció (Tuvo el valor y la oportunidad de huir a un lugar mejor ). Sí, eran pérdidas, pero estando en nuestra situación, aunque fuese egoísta eran dos bocas menos que alimentar.
Con el pasar del tiempo, solo dos concluimos la educación secundaria, algunos se quedaron a mitad de la primaria. El señor se quedaba mas tiempo en casa, pocas veces en juicio, nos regañaba, gritaba e inclusive nos golpeaba solo por no cumplir con sus demandas, mi madre no podía hacer algo, se limitaba a servirle y a someterse a su voluntad, aunque hubiésemos querido echarlo ya no éramos niños, podríamos contra el, esa era, nuestra mentalidad ilusionada no podíamos, ella nos detenía. Quisiera recordar al menos, una sola ocasión en que nos hizo feliz, pero seria mentirme a mi mismo. No fue un padre, fue un abusador que nos ató a su voluntad.
Los efectos del alcohol tuvieron estragos en su decrepito cuerpo, ya que la mayoría hubo formado una familia. Le construimos una casa a nuestra madre, cerca de nosotros. Pero la mayoría de veces prefería visitar a sus hijos, era feliz, al fin habíamos alcanzado una mejor estabilidad Si bien, no llegamos a tener profesión, nos acomodamos en un oficio que nos permitía tener lo necesario). Al fin, éramos felices, nuestra madre nos unía; era el centro de nuestro universo. El señor, ya en una avanzada edad, tenía el descaro de buscarnos por dinero. Era por simple lastima que repentinamente, le dábamos algo. Su vicio, lo consumía y lo absorbía en un espiral sin fondo. En esos tiempos, nuestra madre deseaba la muerte de aquel hombre, poco a poco se veía mas demacrado y para ella, era repugnante verlo en ese estado. Cruel destino que persigues la ironía.
Cáncer, fue el termino utilizado, muerte la condena e inevitable el suceso. La ignorancia y pobreza, son causas que la llevaron a su final. Nuestra madre había muerto. En la madrugada, mientras permanecía en letargo, tras varios días en cama agonizando y los demás dormían, dio un último suspiro y al fin descansó. Se fue, sabiendo que sus hijos lo habían logrado; esposa e hijos, trabajo y felicidad, al parecer ya no la necesitaban. O eso creía, pero para nosotros, sus hijos, fue un golpe que nos recordó: nada es eterno. Pasaron los años, la perdida de nuestra heroína nos separó, y fuimos decayendo en practicas tan bajas de las que me avergüenzo mencionar.