Dicen que ninguna vida es perfecta, pero la mía lo era. Era tal y como la soñé. Una profesión que me apasionaba y me satisfacía plenamente, una hermosa casa con un jardín de ensueño, dos hijos maravillosos en la universidad y un esposo que era el motivo de mi sonrisa todas las mañanas. Si esa no es una vida perfecta, entonces no sé lo que es. Pero como dije era, dejó de ser perfecta cuando me volví invisible para mi esposo, cuando deje de ser su esposa para convertirme en un mueble más de la casa, cuando deje de importarle como mujer, como ser humano y como persona. Me volví nada para mi esposo y eso me está destruyendo por completo.
Deje mi trabajo para dedicarme a la casa y ser la mujer y ama de casa perfecta para hacer feliz a mi esposo. Deje todo de lado para hacer solo lo que él quería y sin darme cuenta deje de quererme a mi misma para quererlo a él... Me casé totalmente enamorada y veinte años después sigo enamorada de mi esposo, con la universal diferente de que ya no soy una chiquilla de veinte años, de que la enamorada soy solamente yo... Mi esposo lleva un año sin hacerme el amor, sin mirarme más de cinco minutos durante el desayuno, sin hablarme más que para pedir que le planche una camisa o le ayude con la corbata, sin darme un beso ni siquiera en las mejillas. Para mi esposo soy totalmente invisible. Y todos los días me pregunto ¿Cómo paso eso? ¿En qué momento dejé de importarle? ¿Qué hice para qué me trate así? ¿En qué momento dejó de amarme? ¿En qué falle? ¿En qué le falle? ¿En qué lugar del camino perdí su amor? Esas y miles de preguntas más me pregunto a mi misma diariamente frente al espejo, pero no tengo respuesta, simplemente no sé en qué falle o cuando empecé a hacerlo... Les cuento un poco de mí para que me conozcan.
Me llamo, Crismardis Lozano, tengo cuarenta años, dos hijos hermosos: Jose Ignacio (Nacho de cariño) y Maria Claudia (Mary) que ya viven y se mantienen solos, y que además van a la universidad. Tengo la casa que siempre soñé, me casé con mi primer novio y mi primer amor a los veinte años y veinte años después seguimos casados y totalmente enamorados... Bueno, yo sigo totalmente enamorada del hombre para el cual soy totalmente invisible desde hace un año o quizás más. Él no era así o al menos yo nunca lo quise ver así, la cosa esa es que de un día para otro note un cambio radicalmente en él o como ya dije. Quizás yo me negaba a ver más allá de lo que él quería que yo viera y de lo que mi amor por él me permitía ver. Mi amor por él es tanto que nunca he puesto en tela de juicio ningunas de sus palabras, para mí su palabra siempre ha sido ley y ese ha sido mi gran pecado.
Mi vida ha girado alrededor de él desde que lo conocí, siempre ha sido así y aunque he intentado cambiar no he podido. Cada vez que he intentado hacer algo para cambiar o intento decir algo para que nuestra relación mejore me paralizo. Cada vez que lo miro o digo algo, él me mira con esos hermosos ojos que tanto amo y todo se me olvida. Soy débil ante él y eso él lo sabe, siempre termina ganándome. Solo hace falta que me sonría o me mire y ya se me olvido todo lo que le iba a decir. Él es mi soporte y yo... Yo solo soy una pared hueca sin él. Él ha tenido veinte años para morderme a su antojo y ahora no soy nada sin él, y sé que el tipo de amor que siento por él es tóxico y enfermizo, pero como ya dije antes ¡No soy nada sin él! Y aunque me duela aceptarlo, me siento tan poca cosa que sin él soy solo una bombilla rota, por esa razón hoy he decidido reavivar la llama de la pasión entre nosotros. Hoy le pongo fin a ese año de abstinencia y desamor...
—Gracias, señorita —le digo a la estilista que acaba de hacerme un hermoso peinado para celebrar que hoy cumplimos veinte años de matrimonio y no voy a decir que felices, pero sí que han sido buenos. Además, tampoco puedo ser tan egoísta y decir que es un mal hombre, porque no lo es. Ha sido un padre muy amoroso, un hombre intachable y durante nuestros años de noviazgo y los primeros de matrimonio fue un ser humano maravilloso. Un hombre increíblemente maravilloso y aunque ahora estoy abriendo los ojos y viendo en lo que me ha convertido, no puedo cerrar los ojos y negarme a decir lo buena que ha sido mi vida con él... Salgo del Spa y me dirijo hacia mi casa donde voy a preparar mi velada romántica.
De camino a mi casa recibo la llamada de mis hijos felicitándonos por nuestro aniversario y diciéndome cuan orgullo de nosotros están, cuánto desean tener un matrimonio como el de nosotros, etc. Y yo solo puedo pensar en como cambiaron tanto las cosas ¿En qué momento me volví invisible para mi esposo, como para que olvide nuestro aniversario? ¿En qué momento empezaron a cambiar tanto las cosas, como para que se haya ido al trabajo sin haberme dado los buenos días? ¿Cómo fue que llegamos a ser dos extraños viviendo bajo el mismo techo? Me pregunto, pero aún no encuentro las respuestas o quizás si, solo que me niego a verlas con claridad...
Las cosas no empezaron a cambiar hace un año, hace un año empezaron a ser más notorias, pero él siempre ha sido dominante y posesivo conmigo y todo el que lo rodea. Solo que yo no quise ver esos pequeños detalles que me indican que algo anda mal, que eso no era correcto, que no debía aceptarlo, que debía ponerle un alto, etc. Esos detalles que yo por tener una fe ciega y un amor tóxico por el deje pasar por alto y me negué a verlos... Todo empezó con un detalle tan simple como el que un vestido no le gusto y yo me lo quite para darle gusto. Luego fue el maquillaje que se me notaba mucho y me lo quite, un peinado que a él no le gusto y me lo cambien. Y luego empezó a controlarme hasta la comida. Y todo lo disfrazaba con él «Es por tu bien, mi amor» «Solo quiero cuidarte» «Todo lo que hago, lo hago porque te amo y quiero tu bien» y con ese «te amo» lo resolvía todo. Todo me lo controlaba y yo se lo permití por amor a él, porque lo amo y no quiero perderlo. Toda mi vida gira en torno a él y aunque suene ilógico, tonto, ingenuo o masoquista de mi parte, quiero que así sea por mucho tiempo más... Y sí, sé que soy una masoquista, pero cuando has vivido entre rosas y espinas te acostumbras a ellas ¿Han escuchado la metáfora de la rana hervida? ¿No?, pues se la cuento «Dicen que si metes una rana en agua hirviendo, la rana saltará fuera del recipiente y se salvará. Sin embargo, si la metes en la olla con agua fría, al subir la temperatura poco a poco la rana no se dará cuenta, se sentirá cada vez más mareada y finalmente ya no podrá escapar y morirá» esa metáfora me aplica perfectamente a mí. Sus cambios han sido tan sutiles que no me di cuenta hasta que ya estaba acostumbrada a su trato. Me acostumbré de tal manera a su trato que se volvió natural para mí... ¡Si!, me volví codependiente de mi esposo y ya no sé cómo realizar mi día a día sin él...