Touchdown

CAPÍTULO DOS

DEREK HAYES

Mientras el evento se desarrollaba, pensé que éste podría ser el mejor que jamás hubiera organizado. Y sería mejor que lo fuera, porque podría conseguir más trabajos, y Day Dream necesitaba todos los negocios que pudiera conseguir.

Organizar la fiesta de verano del inicio de temporada para equipo de los Giants fue un golpe de suerte. El asistente del dueño del equipo obtuvo mi tarjeta del grupo habitual que organizaba sus eventos, ya que estaban ocupados en la fecha que querían realizar esta fiesta. Me tomó dos meses de trabajo casi sin parar, pero mientras giraba otra vez alrededor del salón de baile, aprobé todo con satisfacción. Lo había logrado. Desde las brillantes y sencillas decoraciones del equipo de la NFL, las deliciosas e increíbles comidas, puestas en asombrosas mesas bufete, todo era perfecto y todo el mundo parecía estar pasando un momento agradable.

Me mezclé entre la gente, escuchando a escondidas, discretamente, para estar a sólo dos segundos de oír hablar de algún desastre, para responder cualquier pregunta, o ayudar por si alguien me necesitaba. Hasta ahora, todas las crisis fueron pequeñas. Me encargaba de controlar el surtido del bar, también el servicio comprobando que la comida estuviese deliciosa y que fuera abundante, merodeando alrededor de las multitudes. Nadie tenía ninguna queja y los rostros sonrientes a mi alrededor me decían que todo el mundo estaba centrado en lo que deberían centrarse: en el fútbol, los deportistas y en pasar un buen rato... lo que me decía que podía dar un paso atrás y simplemente observar.

La banda había comenzado a tocar, la multitud era densa en la pista de baile, los medios de comunicación estaban presentes tomando imágenes de los jugadores, los entrenadores estaban dando entrevistas, y por primera vez esta noche, exhalé mientras me apoyaba en las paredes de cristal que iba desde el suelo al techo, y mostraban la impresionante vista nocturna de La Gran Manzana.

—¿Por qué no estás bailando?

Levante la mirada y vi un magnífico pedazo de hombre, vestido de traje, que se había detenido frente a mí. Con cabello negro y sorprendentes ojos azules, sabía exactamente quién era: Alexander Roux, el mariscal de campo estrella de los Giants, y mi salvador desde el día de hoy.

Estaba tan nervioso después de haberme perdido en el sótano de las instalaciones de entrenamiento del equipo que ni siquiera reconocí quien era hasta que el ascensor me llevo a la planta superior. Está bien, no había estado nervioso del todo. Me había sentido un poco... consciente de él. Mi cuerpo no solo se había sacudido de pies a cabeza al verlo, sino que me recorrió una especie de electricidad, un pequeño lengüetazo de lujuria. ¿Quién no lo habría sentido si se enfrentaba a un hombre músculoso sin camisa, sudado y magnífico? Un regalo de Dios para los simples mortales. Dios mío, se había visto super sexy allí apoyado de brazos cruzados contra la pared. Por desgracia, lo único que había podido hacer en ese momento fue preguntarle por indicaciones.

Me sentí un imbecil cuando la sinapsis se disparó en mí y me di cuenta de con quién estuve hablando. Alexander Roux. El "Alexander Roux". Todos los que que vivían en Nueva York sabían quién era. Todos los que veían fútbol lo conocían también, sin importar donde vivieran. Sus contratos de patrocinio ponían su atractivo rostro en todos los televisores de Estados Unidos, y probablemente también en el extranjero, vendiendo una variedad de productos desde perfumes a herramientas eléctricas. Era un icono, todo un americano con una historia exitosa. Abiertamente bisexual y malditamente bien parecido.

—Nos conocimos temprano hoy — añadió, interpretando mi silencio como que si no lo recordara. Si, claro, que si eso fuese a suceder.

—Sí, lo hicimos. Y gracias de nuevo por las indicaciones de cómo llegar a la oficina.

—No hay de qué. Y entonces, ¿eres un invitado aquí esta noche?

Le sonreí.

—No. No soy un invitado.

Su ceja se arqueó.

—Ah, te has colado en la fiesta.

Me eché a reir.

—No. Soy el organizador de eventos.

—¿Es cierto? Has hecho un trabajo increíble.

Oh, cielos. Él era muy amable por decirlo.

—Gracias. Me alegro de que lo creas.

—No es que sepa mucho acerca de organizar una fiesta lujosa, pero me gusta comer y la comida es buena. Hay un montón de bebidas alcohólicas detrás de la barra y la banda es muy talentosa.

Mis mejillas empezaban a doler por sonreír tanto.

—Gracias de nuevo.

Ahora bien, si él solo se limitara a decirle todas esas cosas a William Langley, el dueño del equipo. Eso supondría un largo camino para consolidar mi futuro.

Alexander llevó su mano detrás de su cuello.

—¿Estás... uh... aquí con alguien?

Incliné la cabeza hacia un lado y fruncí el ceño. ¿Estaba interesado en mí y por eso preguntaba? Era de conocimiento público que el mariscal de los Giants jugaba para ambos equipos.

—No, no lo estoy.

—¿Hasta qué hora tienes que trabajar?

Mi ceja se arqueó. ¿Estaba queriendo salir conmigo? Recorrí la multitud, quedándome ciego por toda la impresionante belleza femenina y los atractivos hombres que tenían sus miradas en Alexander. Sin duda, estaba juzgando erróneamente sus preguntas.

—Me quedo hasta que la última persona se vaya a casa.

Él rió y su oscuro tono ronco se deslizó por mi cuerpo hasta llegar a mis pelotas.

—Podrías estar toda la noche, entonces. Estos tipos saben cómo celebrar una fiesta.

Era todo lo que esperaba, fue por eso por lo que le dije al hotel que quería el salón durante toda la noche y había garantizado horas extras para la banda y para el personal de servicio.

—Hago lo que hay que hacer.

—Y te ves muy bien haciéndolo. ¿Cómo es que no estás usando uno de esos trajes de mayordomo?

—Sólo soy el organizador de eventos. Todos los demás hacen el verdadero trabajo.




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