El invierno ya estaba encima de ellos, abrazándolos sin darles tregua a ninguno. Lo bueno de esto, es que nadie salía del refugio que sus hogares les daba, una ventaja para Elsa, que estaba buscando comida, sospechaba que pronto el huevo se rompería y debía estar preparada para suplir las necesidades de la pequeña bestia que cuidaría.
Aunque las ganas de quedarse en su cama eran más grandes que nada, se obligó a despabilarse y vestirse para salir al exterior.
Con lo que no contaba, era con su padre ya listo para ir con ella.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, viéndolo alistarse.
—Iré contigo —le dijo, muy tranquilo.
—Nada de eso, es tiempo de que descanses —lo jaló al comedor para obligarlo a sentarse.
—No puedes hacerlo tú sola —frunció el ceño.
No entendía por qué no quería que la acompañara.
—Claro que sí, tú tienes que quedarte, con el huevo, en caso de que nazca mientras estoy fuera —le explicó.
Bueno, eso tiene sentido, pensó Agdar.
—Además, si los dos vamos, la casa se quedará sola. Podría haber una catástrofe si ese huevo se rompe —habló más en bajito.
El castaño gruñó, molesto.
—Está bien, yo me quedo. Pero traes truchas para la cena —condicionó.
—Hecho —canturreó la rubia, y caminó a la puerta.
El gélido viento chocó contra su nariz descubierta, provocándole un ardor que subía a su cabeza.
—Mierda —susurró, cubriéndose la cara.
Sin perder tiempo, se dirigió al barranco donde tendría que usar la táctica de cabra loca para poder bajar rápido. Sólo podía sentir su canasta rebotando en su espalda, un buen ejercicio para quitarse el frío.
[...]
Cuando guardó el último pescado sin escamas y botó los restos al agua, empacó sus herramientas para luego cargarlos en el lomo. Preparándose para regresar a casa.
Tranquila como siempre, empezó a tararear una canción.
Hasta que escuchó algo contundente caer al suelo. Pudo sentir las vibraciones del impacto en las plantas de sus pies.
Se giró, confundida. Buscando rastro de lo que fuera que haya caído tan fuertemente.
Sonidos guturales retumbaban en los árboles secos y huecos, provocando eco.
Y lo vio. Rojo flamante con ojos amarillos, sus pupilas totalmente dilatadas en una fina línea. Dientes afilados a la vista de todos.
Elsa soltó un jadeo de sorpresa.
Una pesadilla monstruosa, lo había visto en el libro de los Dragones, poderosos, avariciosos y muy, muy peligrosos. Había tips de qué hacer si te lo topabas, pero su mente no las procesaba, estaba paralizada.
El monstruo pegó un grave sonido, ahí fue cuando reaccionó.
Corrió lo más que pudo, se sacó la canasta (pensando que esa cosa estaba ahí por comida).
Estaba equivocada, no iba tras la comida, sino tras ella.
—¡Auxilio! —gritó Elsa, subiendo al acantilado.
Por suerte el séquito de Hipo estaban cerca de ella.
—¡Oh mierda! –gritó Brutacio, viendo lo enorme que era la bestia que perseguía a la pobre chica–. ¡¿Qué rayos le hiciste?!
—¡Dios, eso va a matarte! —chilló Patán, mientras todos tomaban sus armas.
—¡Mejor cállate y ataca! —Astrid lanzó una hacha con mucha destreza. La rubia en apuros se agachó, y logró darle al dragón, pero éste no se detuvo.
Tenía muy claro qué debía hacer con la alfa.
—¡Ve con Estoico, nosotros intentaremos detenerlo! —Patapez le señaló el camino a casa del jefe.
Sentía que el corazón se le iba a escapar del pecho, sus piernas estaban adoloridas y los pulmones le jugaban en su contra.
—¡Hiccup! —fue lo primero que salió de su boca cuando oyó que atrás el dragón chocó contra un poste de madera.
Lo hizo papilla.
Estoico salió con el ceño fruncido, y al ver a la Pesadilla Monstruosa encenderse con intenciones de lanzar una llamarada a la joven noruega, corrió hacia ella.
La tomó del brazo y la jaló para cubrirla con sus brazos y capa.
Pronto los demás salieron, tirándole piedras y cubetazos de agua para apagar su cuerpo.
—¡Largo de aquí, bestia! —vociferó el jefe, tan temible como el infierno.
La criatura pareció perder el rastro, y decidió volar lejos de ahí.
—¿Estás bien? —le susurró, soltándola para que pudiera respirar.
—¡Elsa! —se giró a donde percibía el llamado, era su padre acercándose a la escena. Lucía aterrado, agitado, seguramente sabía lo que había pasado.
No pudo evitarlo, y se le echó encima, llorando despavorida.
—¡¿Qué pasó?! ¡¿Cómo pasó?! ¡¿En dónde?! —la bombardeaba con preguntas que apenas lograba procesar.
—La vimos corriendo hacia acá, huyendo del dragón desde el barranco, supongo que ahí fue donde se encontraron —respondió Patapez, pues la chica no estaba en condiciones de responder.
—¡Debiste botar la pesca! ¡Así te hubiera dejado ir! —le reprendió su padre, creyendo que la comida había atraído al animal.
—¡Lo hice! ¡Ignoró la canasta, venía por mí! —respondió la ojiazul con desesperación, Agdar pudo notar el miedo en sus ojos.
Llegó Hiccup, no entendiendo el asunto.
Los demás murmuraban cosas entre ellos, buscando la razón por la cual la extranjera había sido acechada por un dragón tan dañino.
—Vayamos a casa —intentó ponerla de pie, pero sus extremidades no daban para más. Así que tuvo que cargarla.
—¡Todos a sus casas! ¡No hay nada qué ver! —Bocón ahuyentó a la multitud.
El castaño, que todavía no comprendía la situación, se le acercó a Astrid con intenciones de informarse.
—¿Qué rayos acaba de pasar?
—¿Dónde estabas? Te perdiste de todo —Patán le golpeó el brazo, burlón. Hipo se lo regresó más fuerte.
—Una pesadilla monstruosa quería matarla —dijo Brutilda, cruzada de brazos.
—¿Cómo así? —se sorprendió con lo dicho.
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Editado: 04.12.2023