Todo Berk estaba en silencio, en especial en su casa. Por lo que cometer errores no era una opción. Llevaba consigo varios bocadillos que había preparado una noche antes escondidos en una pequeña bolsa que no llamara tanto la atención y se había puesto ropa de cuando tenía quince años, presentía que harían algo descabellado en el bosque y no quería dañar su ropa más reciente.
Habían pasado unas cuantas semanas desde su descubrimiento. En donde se sentía altamente traicionado, donde su dignidad y su corazón habían sido arrancados de su pecho por una hermosa mujer de ojos azules, que sólo se preocupaba por la abandonada criatura.
Gracias a Odín no cometió una locura en medio de su enojo, pues gracias a su sabia decisión ha descubierto las maravillas de los dragones. Seres interesantes y enigmáticos con misterio en cada parte de su cuerpo.
¿Cómo era posible que los Dioses, siendo justos y con mucha sabiduría por detrás, les otorgaran grandes cualidades a bestias "crueles y asesinas"? Cada noche se lo planteaba.
¿Qué era lo que estaba mal con los humanos, que eran los últimos en ser recompensados por su fuerza y su valor? ¿O castigados con animales que no podían vencer por sí solos?
"—Quizás... Nuestros ojos no ven más allá de lo que realmente importa –susurró Elsa, cuando charlaron sobre el tema–... Bondad y amor. Es lo único que vale la pena. Y aún no aprendemos a demostrarlo".
Esas palabras hacían eco en su cabeza, como una canción de cuna repetitiva y adicta.
Quizás tenía razón. Sin duda una chica adelantada a su época.
Ya estaba por llegar al acantilado, cuando una voz lo detuvo con una pregunta.
—¿A dónde vas tan temprano? —cerró sus ojos con fuerza.
Mierda.
—A pasar tiempo en la naturaleza -Hipo se giró, luciendo agradablemente normal.
—¿Con este frío infernal? —se burló Astrid, cruzada de brazos.
Sí, hacía demasiado frío, sentía que sus talones eran pinchados por miles de agujas. Pero no lo admitiría frente a la rubia.
—Sí, estos días han sido demasiado pesados, ya sabes... Por lo de mi papá y su entrenamiento para ser jefe... —pronto Astrid cambió su rostro de sospechar algo a sentir pena, el ojiverde tenía una oportunidad de despistarla.
—Entiendo, ¿y qué sacrificio te pidió?
—Que deje la academia —de hecho, no todo era mentira. Su padre sí le había dicho que cuando sus cursos empezaran, iba a quitarse de encima trabajos que, por el momento, no fueran importantes. Para evitar el cansancio mental.
La ojiazul pareció sorprendida.
-¿En serio te dijo eso?
—Intenté convencerlo para hacerlo cambiar de opinión, pero tú sabes que Estoico el Vasto, jefe de la tribu Gamberros Peludos jamás cambia de parecer a menos que sea algo de vida o muerte. Y claramente dejar la academia no representa ningún peligro para Berk —bromeó, haciendo gestos y apretando sus músculos para ser más grande. Aunque a los ojos de su compañera vikinga, se vio ridículo.
—Entonces te deseo suerte. Ya era hora de que hubiera un nuevo asesino de dragones por aquí —y le sonrió, apuntándose a sí misma.
Eso lo dejó mudo.
Aquel comentario le había mostrado lo frágil que era la esperanza ante la guerra.
—¿Cómo vamos a convencerlos? —soltó una pregunta al aire, esperando obtener respuesta de los Dioses, únicos testigos de los pecados que cometía en el bosque.
[...]
—¡Hiccup! –le gritaron, después una melena blanca ya estaba alado de él–. ¿Por qué tardaste tanto? Creí que ya no ibas a llegar —rió nerviosa.
—Me topé a Astrid en el camino —respondió, sintiendo su cuerpo pesado.
—Oh... —pronto Elsa volteó a ver a todas partes, buscando algún signo de presencia humana que no fueran ellos dos.
—Descuida, no me siguió —le dijo, tranquilizándola casi por completo.
—¿Entonces por qué tienes esa triste mirada? —susurró, caminando a la par con él hacia Temperance.
—Estuve pensando... En que cómo vamos a hacer para convencerlos a todos de que ella no es un peligro –y apuntó a la criatura escamosa–. Nuestra generación podría ser un poco más accesible pero ¿qué pasará con los más viejos? ¿O quienes son cabezas duras como mi papá? —suspiró, se notaba cansado.
Se quedó en silencio, pensando qué podría decirle para levantarle el ánimo. Lastimosamente no encontraba nada esperanzador.
—Creo que estoy pensando mucho últimamente. Estoy ahogándome yo mismo en un vaso de agua —se quitó el bolso café y lo dejó en el suelo, para luego sentarse sobre su trasero. Flexionando las rodillas.
—¿Estás cuestionándote cosas que jamás creíste que estuvieran mal o que los mirabas como algo normal, cierto? —preguntó, ya sabiendo lo que le pasaba. Una etapa muy común para ella desde que conoció a la furia luminosa.
—¿Cómo lo sabes? —sonaba genuinamente sorprendido.
—Es normal preguntarse lo que pasa a tu alrededor y no ser conformista. Además, las preguntas pueden llevarte a la verdad de las cosas. Es lo que solía decirme papá cuando me disculpaba con él por ser tan preguntona —rió, recordando a cuando era pequeña y tenía curiosidad de todo lo que se movía.
Hiccup sonrió, por una extraña razón imaginarse a Elsa de pequeña le provocaba ternura y paz.
—¿Cómo fue tu infancia? —soltó de repente.
La rubia lo meditó por unos segundos, luego habló: —En realidad, no fue mala. Podría decirse que lo normal para una isla así –luego, un escenario invadió su mente, por lo que se rió en bajito–. Recuerdo cuando le pregunté a mi papá que si tendría otra mamá —Hipo volteó a verla de inmediato.
—¿Otra mamá? —repitió, sonaba confundido.
—Papá era infeliz, todas las noches lloraba preguntándose si algún día sería tan buen padre para mí –como si todo eso transcurriera ayer, pudo escuchar los sollozos de Agdar–. Siempre la nombraba a ella... Una noche me acerqué a él, y le pregunté si estaba triste por mamá. Él me respondió que sí, que la extrañaba mucho. De alguna forma yo pensé que... Que si le buscaba una mamá nueva, él estaría feliz –rió, con las mejillas rojas. Estaba muy avergonzada–. Emprendí una búsqueda por toda la isla. Y cuando encontré a una chica adecuada para nosotros, se lo dije. Él rió mientras lloraba. Me dijo que no era necesario otra mamá, y aunque le doliera su pérdida, él jamás se arrepentiría de las decisiones que tomó con ella —para cuando se dió cuenta, era abrazada fuertemente por el castaño, pues las lágrimas ya no le permitían ver con claridad.
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Editado: 04.12.2023