Diez meses antes, diciembre 05 1789
El mes de diciembre siempre fue un mes más para mí, un mes en el que el palacio se llena de más gente de lo normal, en dónde todos bailan sin parar y en dónde no me agrada estar.
Al salir de mi clase veo el carruaje afuera esperándome, el paje hace una pequeña reverencia para luego abrir la puerta.
- gracias- dije mientras tomaba su mano para subir.
Perdida mirando al cielo mientras escucho los cascos de los caballos golpeando el suelo en un perfecto galope mientras las ruedas del carruaje chocan con las pequeñas piedras del suelo.
Sentía paz estando ahí, aunque sabía que esa paz se iba a acabar al llegar al palacio, me sentía libre por unos minutos.
Al llegar, me percato de que hay polvo impregnado en el ambiente, agito mi mano mientras toso, cuando me tropecé con un muro de piedra.
- ¡cuidado señorita!- alguien me atrapa, antes de caer al suelo.
Al verlo mi estómago se estremece, mi corazón se aceleró a mil por hora, pero eso fue interrumpido por un olor repugnante.
- ¡suelteme señor!- exigí- debería considerar una ducha.
- y usted debería considerar ser más amable- respondió de manera maleducada.
- ¡ah!- exclamé llevando mi mano derecha al pecho- ¡¿Cómo se atreve a ser tan grosero?! De inmediato ordenaré que te echen del palacio.
- suerte con eso, princesita, yo seguiré en mi trabajo- concluyó y se dió media vuelta.
Un poco indignada seguí mi camino. Las puertas del palacio fueron abiertas por las sirvientas.
- ¡Exijo hablar con mi padre en este momento!- ordené con tono brusco.
Él estaba en la sala principal que daba vista al jardín en dónde me había cruzado con ese vagabundo.
- ¿cuál es el escándalo elizabeth?- preguntó él muy tranquilo mientras tomaba una taza de té.
- ¿Quién es ese hombre que está en nuestro jardín llenando de tierra todo?- pregunté intranquila.
- es el nuevo tallador real Eli- respondió- te sugiero que te acostumbres a verlo ya que estará muy seguido por aquí y en algunas fiestas reales.
- ¡¿Qué?!- algo en mi estómago hizo que me dieran cosquillas- casi me caigo por el polvo que levantó él mismo.
- según lo que yo ví, te salvó de caerte- respondió- ¿pero sabes qué? Que bueno que lo odies, claro deberás convivir un poco con él, pero solo cuando tenga algún trabajo que hacer, del resto, no te quiero cerca de ese tallador ¿Ok?
- será un placer- dije con el seño fruncido mientras lo veía golpear una cosa de metal alargada con un martillo.
- ahora ve y arréglate, tu futuro esposo llegará pronto- ordenó.
- ¡Esposo!- exclamé- padre, ¿aún tienes esa idea absurda de casarme con el principe Félix?
- ya hablamos de esto cariño- se levantó y caminó hacia mi- es por el bien del país y la corona, ya aprenderás a amarlo.
- pero no quiero aprender a amarlo- protesté- él es feo y huele raro a veces, no es el hombre para mí. Yo quiero un hombre alto, que me ame, y que se bañe.
- te di una orden Elizabeth y te espero en el comedor a las tres y media de la tarde para merendar con el principe Félix y su padre- repitió- y espero que no me avergüences delante de ellos. Está unión mi hija, traerá prosperidad al país y nos dará más herederos. Es tu deber como la heredera al trono de Francia.
Asentí cabizbaja y subí lentamente a mi habitación.
~•~
- debo decir señor, que su palacio es espléndido- felicitó el principe Félix a mi padre.
- gracias príncipe Félix- levantó una copa- brindemos, por el casamiento y unión de dos reinos, el principe Félix de la moré, principe Romano y mi hermosa Elizabeth Alfonso de la tore, princesa heredera al trono francés.
Todos alzaron su copa y la chocaron, dejando al aire el pequeño sonido que ese choque provocó.
- ¡Majestad!- escuché a mis espaldas- disculpe que lo interrumpa, pero ya he terminado por hoy.
- muy bien, puedes retirarte a tu aposento- respondió mi padre.
Me voltee ligeramente y al verlo volví a sentir eso en el estómago, es algo extraño, algo que nunca había sentido. Mi corazón se aceleró y de repente tenía mucho calor.
- padre- me levanté- me siento indispuesta en este momento, ¿Puedo retirarme?
- pero no cruzaste palabras con el principe- recordó él.
- yo misma me encargaré de invitarlo para que podamos conocernos- aseguré- me retiro, disculpen las molestias.
Salí al jardín a tomar aire, veo la escultura a medio hacer que está en el centro de uno de los pequeños laberintos que hay.
No puedo distinguir que es aún, pero por la forma que lleva se ve bien.
Seguí caminando mientras me refrescaba con el abanico de tela que mi madre me hizo. Caminaba sin rumbo, sintiendo el aire rozando mi cara y mis pies desnudos tocando el césped; escucho una regadera, ¿Quién oza usar agua a estas horas de la noche? Seguí el sonido y me llevó a una pequeña cabaña que hay detrás del palacio.
Me acerqué y lo ví. A ese hombre ahí, se estaba duchando de espaldas a la ventana. Su espalda desnuda y mojada me producía dolor de estómago. El agua recorría toda su espalda y se perdía en su parte baja, sentía un nudo en el pecho que no me dejaba respirar, cuando ví que se iba a dar vuelta me oculté rápidamente.
- ¿hay alguien ahí?- escuché su voz gruesa, que me ponía la piel de gallina.
Preguntó otras dos veces y luego continuó duchándose, volví a ver y está vez estaba de frente con los ojos cerrados mientras se quitaba el jabón de la cabeza, sus músculos bien formados, su abdomen marcado, brazos fuertes, manos desgastadas por el trabajo. De repente veía una gota bajar por su abdomen quedando atrapada en su ombligo, una mesa no permitía ver más abajo de la parte baja de su abdomen.
- ¿Qué hace princesa?- su voz me sacó de mi trance.
«Mierda se dió cuenta»
- solo escuché un ruido y vine a ver qué era- respondí recuperando mi postura.