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Carlos
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Llevo unos días sin acercarme al palacio, por terminar la escultura tengo permitido salir y regresar cuando quiera. Pero no he regresado, llevo estos días quedándome en la casa de mi difunta madre, aún no han venido a mudarse así que aquí estoy, sentado en esta silla, tomando la tercera botella de vino.
Estar lejos de Elisabeth me consume, me lastima y me hace desear nunca haberla conocido, aquella tarde, el sol era radiante y la clase estaba aburrida. De pronto entró ella al salón, con unas zapatillas blancas y un vestido.
- ella es su nueva compañera que estará con nosotros un tiempo- recuerdo que dijo la maestra- ve a cambiarte.
Ella obedeció.
Sus pasos eran finos, parecía que estuviera volando, su cabello bailaba con ella, y su sonrisa era radiante.
No puedo soportar más está agonía, debo regresar.
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Elisabeth
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¿Qué refleja un espejo? ¿A ti? Tu rostro, tu cabello, tu cuerpo. ¿O refleja tus inseguridades? Refleja tus deseos, tus temores, tus placeres y secretos más ocultos. Eso refleja el espejo. ¿Él lo habrá visto.
- ¿No eres suficiente para él?- susurré en frente del espejo.
Estaba desnuda, indefensa, mirándome como si fuera un pedazo de basura.
- ¿Lo soy?- le hablaba a mi reflejo- ¿Soy una basura? ¿Por qué se fue? ¿Por qué no ha vuelto?
Preguntas que me consumían totalmente, no puedo vivir sin él, no; no quiero vivir sin él.
Antes de irse, solo pasaba las horas ignorandome, evitando toparse conmigo, tratando de no verme a los ojos. Esa evasión me rompía poco a poco, hasta que simplemente se fue y no ha regresado. Han pasado unos días, mi cumpleaños se acerca y no sé si quiero estar en él. Después de todo, está celebración la organizó mi padre, porque no solo es mi cumpleaños número dieciocho, también es mi coronación como princesa heredera al trono.
Esa idea me atemorizaba, no quiero ser reina, no quiero pasar el resto de mis días en una habitación carente de amor y deseo, en un lugar en donde simplemente seré un artefacto sexual y un trofeo.
- ¡Señorita elisabeth!- tocaron la puerta- el príncipe felix está abajo esperándola.
Por supuesto, había olvidado por completo que hoy nos reuniríamos.
- ¡Salgo en unos minutos!- respondí.
Me limpié las lágrimas bruscamente, me vestí, me maquillé y salí sin ninguna otra opción, pero a pesar de todo, felix y yo nos habíamos hecho buenos amigos.
- se encuentra usted radiante señorita elisabeth- alardeó él cuando me vió bajar- el carruaje nos está esperando.
- ¿Carruaje?- pregunté confundida- ¿A dónde iremos?
- daremos un paseo por el pueblo- respondió- ya su padre está enterado de esto.
Extendió su mano y guiñó su ojo derecho.
Se me acercó lentamente al oído- quiero que conozcas a una persona- tomó nuevamente su postura- bien, vayamos.
Salimos en el carruaje. Saqué la cabeza por la ventana, la brisa besando mi rostro, moviendo mi cabello, recordándome que no todo estaba mal. Después de todo algunas cosas están destinadas a salir de esa manera. Pero quiero saber, necesito saber, ¿Por qué no me dijo nada?
Llegamos a un lugar alejado del pueblo, nos bajamos y tuvimos que caminar unos cuantos metros más, debido a que por este camino el carruaje no podía seguir. Era un camino algo rocoso y lleno de huecos. Casi dejo mi tacón en una roca cercana. Le dije con algo de molestia que ¿Por qué me había traído aquí? Pero él solo siguió caminando sin prestarme atención.
- ¿Vas a matarme y a esconder el cuerpo?- bromeé.
- idea tentadora- respondió con una sonrisa- pero no, ya te dije, quiero que conozcas a alguien.
No volvimos a pronunciar una palabra más en todo el camino. Finalmente, llegamos a una pequeña cabaña, se veía vieja y sucia. Los árboles estaban muertos a excepción de uno que estaba a una corta distancia de aquel lugar.
Al entrar estaba un hombre sentado en la sala, era alto, blanco, de cabello castaño, algo musculoso, posiblemente había pertenecido a la guardia francesa real.
- él es mandred- presentó para luego besarlo en los labios- es mi pareja.
Sonreí un poco, por ellos, o tal vez porque me había hecho la idea de felix apuñalandome con una espada en el pecho.
- ¡wow!- exclamé.
La verdad, si estaba sorprendida, nunca había visto a dos hombres besarse, y sus rostros destilaban amor, parecía algo real, se les veía felices.
Al mirar a mi alrededor pude notar varias maletas.
- ¿Qué es todo esto?
- no estamos seguros aquí- respondió Félix.
- así que me iré a Suiza a esperarlo- interrumpió mandred- allá, tendremos una casa y viviremos juntos, aquí solo le causare problemas a Félix, aún no es el momento de que seamos felices, pero sé que ese momento está más cerca de lo que creemos.
- yo te sacaré de aquí- prometí- cueste lo que cueste.
- Elisabeth y yo tenemos un plan- confesó Félix- para poder estar contigo, el príncipe Félix debe morir.
Escuchamos un ruido afuera, unos cascos y unas ruedas.
- ¡me hiciste caminar en tacones por ese camino, y los carruajes pueden llegar hasta aquí!- me le acerqué.
- no podía dejar que los del palacio vieran este lugar, o a él.
- ¡Idiota!- le dí un golpe en la cabeza- ¡No me vuelvas a torturar así, soy una dama.
Finalmente, mandred subió al carruaje y se fue con la promesa de mandar una carta cuando llegue a Suiza.
Al regresar al palacio y entrar a la sala ví a Carlos y a mi madre. Al verlo ahí sentado, mis emociones se descontrolaron, sentía ira, alivio, pena, miedo. No sabía que era exactamente lo que sentía.
- ¿De qué hablan?- traté de que mi tono sonara lo más despreocupado posible.
- tu padre invitó a este señor a tu fiesta de cumpleaños- señaló ella- le estaba dando algunas indicaciones de como comportarse.