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Carlos
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15 de diciembre
Los días pasaron, las noches seguían, el frío crecía y más la melancolía, solo pensaba en su largo cabello, en sus ojos que reflejan el sufrimiento de vivir en una cárcel hecha de oro, en su suave piel que deja sentir la inocencia que en ella se encuentra. La piel se me eriza de solo recordar las palabras de la reina Clariza.
—Tu decides el futuro de mi hija, si no te alejas de ella nunca irá a bailar en Rusia y será obligada a casarse con un príncipe, no la volverás a ver en tu vida.
¿Cómo una madre puede cortarle las alas a su propia hija? Supongo que la vida de la realeza es distinta a la de un simple plebeyo como yo. A pesar de mi fama de tallador, para la realeza sigo siendo eso; un simple tallador, alguien que nunca podría mezclarse con ellos, tampoco enamorarse de uno de ellos.
Pero, nunca pedí conocer a aquella chica en Italia, una bailarina espléndida y delicada, ella era simplemente perfecta.
Hoy es el día en que mi tormento terminará, tal vez ella solo me diga que ya no podemos estar juntos, y que su madre la ha convencido, pero necesito verla de cerca, hablar con ella. Estos días nos hemos estado evitando, ignorando. Esa indiferencia que, aunque no sea real, me hacía sentir vacío, y a la vez me atraía más a ella, era difícil de explicar lo que me hacía sentir con la distancia que había entre nosotros.
Hoy es el cumpleaños número dieciocho de Elisabeth, un momento hermoso, cuando por fin podré hablar con ella.
— así que vendiste la casa de mamá—una voz a mis espaldas me sacó de mis pensamientos— no creí que fuera cierto cuando me lo dijiste.
— ¿Qué quieres?— me levanté y la miré de frente.
— no andaré con rodeos, nuestro lazo de hermandad fue roto hace muchos años— admitió sentándose en uno de los bancos de la plaza— pero a pesar de eso, esa mujer que murió también era mi madre, y me corresponde una parte de ese dinero.
La ira comenzó a subir desde mis pies hasta mi cabeza, imágenes de mi golpeándola hasta la muerte inundaban mi mente, no podía creer lo descarada que era, nunca hizo nada por mamá y ahora quiere su dinero. Suspiré un poco para relajarme cuando me di cuenta de que me estaba dejando consumir por la ira y mi respiración se volvió agitada.
— ya te di mi respuesta sobre ese tema— crucé los brazos y me senté a su lado sin verla— no recibirás ni un solo centavo de esa casa, yo levanté esa casa y cuidé de mamá, ¿Alguna vez preguntaste por ella?
— ¡Soy su hija, exijo mi parte del dinero!— exclamó.
— pues no la tendrás— respondí cortante.
Se me acercó con rapidez y apretó mi cuello con fuerza, sentí el ardor cuando sus uñas largas se clavaron levemente en mi piel.
— no tengo tiempo para tus caprichos— regañó mientras apretaba cada vez con más fuerza— te pedí el dinero por las buenas, no quieres cooperar, será por las malas entonces.
Mi corazón se aceleró de la ira que estaba sintiendo en ese momento, mi respiración se volvió débil y lenta.
— ¡tendrás... Que, matar...— las palabras no salían completas de mi boca— tendrás que matarme!
Ella apretó un poco más, en su rostro podía ver la impotencia, luego me soltó emitiendo un pequeño quejido. Cuando recuperé el aire y la postura la agarré del brazo y la atraje hacia mi, y con fuerza le apreté el cuello.
— que te quede claro— le susurré al oído— nunca recibirás algo de lo que quedó de mamá, grábatelo en la cabeza.
La solté bruscamente provocando que tropezara y cayera al suelo. Ella se quejó y se sobó el cuello con el ceño fruncido, podía ver la ira, impotencia y miedo en su expresión.
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Llegué al palacio pensando en lo que había pasado hace un par de horas. Encendí un cigarrillo y caminé por los alrededores del jardín. Un lugar grande, con plantas de todo tipo, y con rosas también, los arbustos eran frondosos y bellos, algunos eran esculturas y otros simplemente tenían su forma normal. Me detuve en la entrada del laberinto, hecho para la princesa por su cumpleaños número diez, un laberinto de arbustos que están enredados en muros de piedra. Luego está el palacio, un lugar grande, que oculta algunos secretos, su color azul está desgastado por los años, las estatuas en la punta de las torres parecen muy viejas, la puerta que está custodiada por dos guardias está desgastada y un poco decolorada.
Las rejas del muro que proteje al palacio se abrieron, un carruaje rojo estaba ahí, del cual se bajó una chica con un vestido verde y una funda de violín, su cabello era negro y no podía ver bien su rostro porque estaba escondido detrás de un árbol. Entró lentamente y poco a poco pude ver su rostro e irla reconociendo; ¿Qué hace ella aquí? ¿Está aquí por mi o hay algo más?
La seguí detrás de los arbustos hasta que se detuvo en la entrada. Los guardias la dejaron entrar cuando dijo quien era. Le dí la última calada a mi cigarrillo y lo tiré en la tierra.
— buenas tardes caballeros— dije cuando las puertas se cerraron— voy a ver a la reina, ¿Me permiten?
Los guardias se miraron y asintieron mutuamente para dejarme pasar.
Al entrar perdí a la chica por un instante hasta que escuché su voz en la sala del rey.
— su majestad— saludó ella— estoy preparada para la función de hoy, espero con ansias que su hija lo disfrute mucho.
¿Función? ¿De qué está hablando?
— ¿Puedes tocar algo para mí?— pidió el rey.
Ella de la funda sacó el instrumento, un violín, con delicadeza comenzó a tocar una pieza, la melodía era hermosa, abrazadora, los bellos de mis brazos se erizaron y me sentí relajado, toda la impotencia que sentía hace un rato se esfumó.
— muy bien, puedes ir a prepararte, Berta te acompañará— finalizó él.
Una señora de cabello blanco salió de la habitación y detrás salió ella, la tomé del brazo con fuerza y me la acerqué.